domingo, 3 de agosto de 2025

Sartre: Un filósofo entre langostas y café


“La vida no tiene sentido a priori. Antes de vivirla, la vida no es nada, pero depende de usted darle un sentido, y el valor no es otra cosa que el sentido que usted elige.” (J. P. Sartre)

Jean Paul Sartre, arriba retratado por Cartier-Bresson, fue un filósofo fascinante al que poco importaba su baja estatura, su acusado estrabismo en uno de sus ojos o su a veces despreocupada forma de vestir no eran importantes para él. Como el propio Sartre decía, al más puro estilo de Ortega y Gasset, su cuerpo era sólo su circunstancia. Pero su vida iba mucho más allá de su cuerpo y estaba volcada en las ideas, y era su forma de pensar y de actuar la que lo convertía en un ser excepcional, con un magnetismo y atractivo poco común.

Su actividad era frenética. En determinadas etapas de su vida fueron muy pocas las horas que concedió al sueño, ayudado por el consumo abusivo de café, como si de un nuevo Balzac se tratara, pero también recurría al alcohol, al tabaco y a otros estimulantes que hacían que viviera en un estado de constante vigilia y efervescencia. No me extraña que, en estas circunstancias, uno de sus libros más famosos se llamara paradójicamente "La náusea". Él mismo contaba que durante un experimento con mescalina llegó a tener alucinaciones persistentes durante meses, siendo la más singular de ellas una langosta imaginaria que le seguía a todas partes. No tuvo más remedio que acostumbrarse a aquella tozuda compañera y, como si del amigo imaginario de un niño se tratara, decidió tenerla por mascota. En sus conversaciones con Gerassi contaba:

"Nunca probé coca, opio ni heroína. Ni LSD, en realidad, aunque supongo que tiene efectos parecidos al peyote, ya sabes, la mescalina, que solía tomar. Creo que así fue como comencé a alucinar con mis cangrejos y langostas. Pero no era desagradable. Caminaban conmigo, a mi lado, pero sin agobiarme, muy corteses, quiero decir, no amenazantes. Hasta que un día me puse realmente mal. Simplemente dije “OK, basta”, y lo hicieron".

Su ritmo vital era tan acelerado que, al contrario que la mayoría de los pensadores o escritores, que precisan de un ambiente casi monacal para su escritura, él era capaz de desarrollar toda su actividad intelectual en medio del bullicio de los cafés parisinos que tanto amaba y donde interactuaba con las interesantes personas que allí se concitaban, siempre atento a nuevas y estimulantes ideas. Fue habitual de "Les deux Magots" y, posteriormente, del más sosegado "Café de Flore" en el barrio de Saint-Germain-des-Prés.  En este último, hasta tenía una mesa habitual desde la que observaba la vida pasar a su alrededor, algo esencial para un existencialista como él, y en la cual era capaz también, cuando las ideas venían a su mente, de concentrarse como si de un monje en su celda se tratara, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor mientras anotaba afanosamente sus pensamientos en un bloc. Por supuesto, con la llegada masiva de los turistas, hubo de huir y buscar otros cafés menos concurridos, como "Les Trois Mousquetaires" o "Le Liberté", que también hubo de abandonar con el tiempo por los mismos motivos. Como él mismo decía en sus conversaciones con Gerassi:

"Siempre sentí que debía mantenerme en contacto con el mundo, con mi mundo. Desde Marx, la filosofía debe conducir a la acción. De lo contrario, no tiene sentido. Así que el filósofo hace lo que debe hacer y luego se sienta a su escritorio —esté donde esté— y “retoma el hilo de su cólera”, como decía Valéry. Las distracciones no importan mientras yo pudiera retomar el hilo de mi cólera, mi cólera contra este sistema, contra todos esos que creen tener derecho a ser codiciosos, que se sienten superiores a los demás"

Sartre siempre fue un filósofo combativo, presente y a pie de calle, cercano a la gente y a sus problemas. Y como uno de los baluartes de aquel Mayo del 68, si tenía que arremangarse y buscar la playa debajo de los adoquines, la buscaba. Siempre tendría la ayuda de su langosta y, al menos, el apoyo de un precioso e inteligente Castor (apodo de su singular compañera Simone de Beauvoir) en la interminable tarea de cambiar el mundo.

Imagen: Tomada de Flickr - CC0 en fuente original

No hay comentarios:

Publicar un comentario