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miércoles, 20 de agosto de 2025

Los quinientos lápices de Truman Capote y otras manías


“No me importa lo que digan de mí siempre y cuando no sea verdad” (Truman Capote)

Truman Capote nunca ganó el Premio Nobel de Literatura. Tampoco le hizo falta para ingresar en el olimpo de los grandes escritores y como muchos de ellos tenía multitud de manías y rituales en la vida diaria y en la escritura. Contaremos algunas verdades sobre ello.

Se dice que Capote era incapaz de empezar o terminar un trabajo en viernes y que no usaba jamás habitaciones de hotel con el número 13. Según algunos amigos, entre los que se cuentan Norman Mailer o Gerald Clarke, otra fijación era el número de cigarrillos que podía haber en un cenicero. Si ya había tres y él terminaba el que estaba fumando era capaz de guardar la colilla en el bolsillo antes que sentir un cenicero frente a él colmado de restos. Capote no soportaba un número impar de flores en un jarrón y era obsesivo con el orden y con que las cosas estuvieran correctamente colocadas. No era extraño que en restaurantes o de visita en casas ajenas, se pusiera a mover mínimamente algunos objetos para sentirse más cómodo.

Y si llamativas eran sus fijaciones en el día a día, las que desplegaba en el acto de escribir no lo eran menos. Capote habló mucho sobre ello en numerosas entrevistas. Por ejemplo:

“Yo siempre me pongo muy, muy nervioso al comienzo de la jornada de trabajo. Me lleva mucho tiempo empezar. Una vez que empiezo, voy tranquilizándome un poco, pero haría cualquier cosa por aplazarlo para más tarde. Debo tener unos quinientos lápices afilados, pero vuelvo a sacarles punta hasta dejarlos en nada. En cualquier caso, me las arreglo para escribir unas cuatro horas al día.”

Sobre la obsesión con los lápices, cuyo número a buen seguro exageró bastante, debemos aclarar que eran esenciales en el comienzo de cualquiera de sus libros. Lo cuenta él mismo en una entrevista aparecida en “The Paris Review” en 1957:

"No, no uso máquina de escribir. No al principio. Escribo mi primera versión a mano (con lápiz). Luego hago una revisión completa, también a mano. Después mecanografío un tercer borrador en papel amarillo, un tipo de papel amarillo muy especial. No, no me levanto de la cama para hacerlo. Apoyo la máquina en equilibrio sobre mis rodillas. Funciona bien; puedo escribir cien palabras por minuto. Cuando termino el borrador amarillo, guardo el manuscrito un tiempo, una semana, un mes, a veces más. Cuando lo saco de nuevo, lo leo con la mayor objetividad posible, luego se lo leo en voz alta a unos pocos amigos y decido qué cambios quiero hacer y si quiero publicarlo o no. He desechado bastantes cuentos, una novela entera y la mitad de otra. Pero si todo va bien, escribo la versión final en papel blanco y listo."

Otra singularidad era la forma en la que se enfrentaba a su trabajo. Muchos escritores buscan esa primera frase con la que empezar un libro. Debe ser perfecta. Toda una declaración de intenciones. Curiosamente, Capote afirmaba que empezaba los libros por el final: “También escribo el último párrafo o página de una historia primero. De esa manera siempre sé hacia qué estoy trabajando.”

Sus noches eran movidas. Sobre sus visitas a la discoteca “Studio 54” podrían contarse infinidad de anécdotas, pero sus mañanas guardaban un patrón tan ritual como su modo de escribir.  Se levantaba alrededor de las diez, tomaba café, leía el periódico y se mantenía fiel al café hasta el mediodía. Por la tarde como veremos, ya era otro cantar. Si a Hemingway le gustaba escribir de pie, Capote era propenso a todo lo contrario. La comodidad era lo primero. En la entrevista ya citada en “The Paris Review” decía:

“Soy un autor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté tumbado, ya sea en la cama o estirado en un sofá, con un cigarrillo y un café a mano. Tengo que estar fumando y bebiendo. A medida que avanza la tarde, paso del café al té de menta, del jerez a los martinis“

A decir verdad, parece que evitaba el alcohol en la fase creativa, pero en la fase de mecanografiado el escritor mantenía que unas copas no le afectaban en absoluto a su trabajo. En cualquier caso era un escritor parsimonioso.

Citas de Capote como: “Para mí, el mayor placer de escribir no es lo que se trata, sino la música interior que crean las palabras” o “Básicamente pienso en mí mismo como un estilista” dan una idea del rumbo al que dirigía su talento. Había encontrado su propia voz: “La escritura tiene leyes de perspectiva, de luz y sombra, como la pintura o la música. Si naciste conociéndolas, perfecto. Si no, apréndelas. Luego reordena las reglas para adaptarlas a ti.”

Pero que esa voz expresara con exactitud su pensamiento, el ideal que tenía en su cabeza, podía llegar a ser un suplicio, máxime cuando sus libros eran su esencia: “Creo que la única persona a la que un escritor le debe algo es a sí mismo. Si lo que escribo no cumple algo en mí, si honestamente no siento que sea lo mejor que puedo hacer, entonces me siento miserable.”

Puede que por ello les dedicase tanto tiempo. Revisaba y reescribía hasta el agotamiento. "Escribir dejó de ser divertido cuando descubrí la diferencia entre escribir bien y mal, y, aún más aterrador, la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte." En sus conversaciones con Lawrence Grobel reconocía que podía llegar a tardar meses en pulir unas pocas páginas. "Reescribo una y otra vez. Si pudiera, mantendría mis libros en estado de revisión perpetua" —confesaba Capote. En cualquier caso, el escritor también aclaró que, tras la última versión, ya mecanografiada en papel blanco, nunca cambiaba una palabra.

En una entrevista de 1979 incluida en Vogue, Capote reflexiona sobre su vocación y carrera: “No tiene nada que ver con el ego. Desde luego, no en mi caso, porque honestamente no tengo mucho. Tengo un sentimiento tremendo sobre la importancia de mi escritura. Quiero decir, se lo debo a Dios, si quieres decirlo así, alcanzar lo que sé que puedo. No puedo parar aquí, ¿sabes? Porque hay otro nivel, el estado máximo de gracia —y tengo que llegar allí.” Solo un escritor exigente sabe el trabajo que hay detrás de un gran libro: “Es una vida realmente insoportable enfrentarse a ese trozo de papel en blanco todos los días y tener que alcanzar las nubes para sacar algo de ellas”

Y Truman Capote, con sus fijaciones y su afán de perfección, gastando lápices uno tras otro, saltando de las páginas amarillas a las blancas, entre martinis y café, logró obras maestras como: "A Sangre fría", “Desayuno con diamantes”, "Música para camaleones", "Otras voces, otros ámbitos" o "Plegarias atendidas". En ellos recogía el mundo que desfilaba ante él, fuera visible o no. Como él mismo sentenciaba: “Eso es todo lo que un escritor tiene que escribir: lo que ve y oye, y lo que no”. Al fin y al cabo, hay una historia detrás de todo.


Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Fuente Original

sábado, 2 de agosto de 2025

"Vengo de abajo" - Gloria Fuertes


Vengo de abajo,
quizá por eso nunca dejaré a los del barrio.
Tiro hacia arriba,
la pupila del pobre me tiene viva.
Salud, trabajo,
es todo lo que pide el que está abajo.
Le doy cultura,
que aún no sabe leer
con su estatura.
Le leo versos,
al hombre más sencillo
del Universo.

El poema tiene por título "Vengo de abajo" y pertenece a la obra "Historia de Gloria" (1980) de la escritora Gloria Fuertes. Y ella sabía muy bien de lo que hablaba. En el programa de entrevistas "A fondo" de Joaquín Soler Serrano, recordaba sus tiempos de estrecheces durante los años cuarenta y cincuenta en los que para intentar abrirse camino había de aparentar cierta presencia: "Tenía solo un abrigo y me lo quitaba para entrar en los sitios, para que no pensaran que era una pobre. Pero luego no podía salir hasta que cerraran, porque hacía mucho frío fuera". Afortunados sin duda, aquellos que son capaces de mantener la perspectiva y no olvidar de dónde vienen, ni hacia dónde quisieron encaminar sus pasos en el azaroso camino de esta vida que con tanta facilidad es capaz de engañarnos. Ella, según sus propias palabras, siempre lo tuvo claro: 

"Cuando mi madre me veía con un libro, me pegaba. Nadie de mi familia me dijo nunca "escribe, hija, escribe, que lo haces bien...". Nadie. No tengo nada que agradecer a mi familia. Pero cuando se quiere una cosa, aunque tu familia no te ayude, se consigue. Si vales de verdad y quieres algo con todas tus ganas, sales adelante seguro."

Ella soñaba con ser poeta como su admirado Walt Whitman al que leía desde pequeña y al que le dedicó estas palabras en el poema conocido como "Carta a Walt Whitman": «Walt Whitman, si tú vivieras, / serías mi mejor amigo. / Iríamos juntos por los parques / hablando con los árboles, / llorando con los niños»

Pero lograr su sueño y ser poeta, como Whitman o su admirado Juan Ramón Jiménez, no fue nada fácil. Ser escritora y ser mujer fue una doble condición que durante muchos años no casaban bien, sobre todo durante nuestra gris posguerra civil. En 1997, en una entrevista concedida al diario "El País" recordaba con su humor habitual, pero también con un puntito de amargura un episodio muy revelador de los obstáculos y los prejuicios que hubo de superar en su juventud para alcanzar su sueño: 

"Fui a una tertulia literaria en los años 40, en la que los poetas eran todos hombres. Uno de ellos, al verme leer mis versos, dijo: “Esto no lo ha escrito una mujer".

Hoy, Gloria Fuertes es parte de nuestra cultura, una figura respetada y entrañable querida por todos y especialmente por aquellos niños, los de mi edad, a los que regaló para siempre no uno sino tres globos, con una letrilla que cantó toda una generación: "Un globo, dos globos, tres globos, el mundo es un globo que se me escapó..." 

Gloria, mucho más que una poetisa infantil, como algunos  quisieron encasillarla, vino de abajo y nunca lo olvidó, pero como sus globos, llegó alto. Muy alto. Altísimo.

Imagen: Tomada de Cervantesvirtual

lunes, 28 de julio de 2025

Valle-Inclán: entre el hambre y la generosidad



Se cuenta que en cierta ocasión el singular Ramón del Valle-Inclán, cuando ya era un personaje conocido, fue citado ante el juez a raíz de un alboroto que había causado. Cuando el juez le hizo las preguntas iniciales de rigor, conocidas como "las generales de la ley", declaró su nombre y remarcó su oficio como escritor. El juez continuó:
— ¿Sabe leer y escribir?
— No — respondió con seguridad Valle-Inclán.
— Me extraña la respuesta — añadió el juez.
— Más me extraña a mí la pregunta — sentenció el creador de "Luces de bohemia".

Pero la historia que quería contar de Valle-Inclán es otra que habla de su generosidad. El escritor siempre vivió con estrecheces económicas y aún así no era amigo de renunciar a sus principios como literato serio: "Yo soy un escritor, no un comerciante de letras. Y cuando el hambre aprieta, me resigno antes a pedir limosna que a escribir contra mi conciencia" le escribió en cierta ocasión a su editor según contaba Ramón Gómez de la Serna. La moda de los folletines le era igualmente repelente y rehuía de ellos como de la peste: "¡Yo me moriré de hambre, pero no escribiré un folletín para los tenderos!".  

Ante aquellas premisas, para él resultaban vitales los quince duros que le enviaban mensualmente desde Galicia, con los que lograba mantener medianamente a flote su pobre economía. Se cuenta que paseando por las afueras de Madrid, justo después de recoger aquellas 75 pesetas, vio cómo un grupo de personas se arremolinaba en torno a una camilla en la que reposaba un albañil que acababa de caerse de un andamio. Dolorido se lamentaba de haberse roto una pierna en el accidente y de que ya no podría alimentar a su familia. Alguien de entre el público dijo que podría ayudarse de un aparato ortopédico para remediar en cierta medida el tiempo de convalecencia y añadía que costaba precisamente quince duros. Tan pronto escuchó la cantidad, un conmovido Valle-Inclán tanteó en su bolsillo el dinero que acababa de recibir y sin dudar un instante se abrió paso entre la gente y dijo: "Pues si necesitan quince duros, aquí están..." Igual se acordó de la generosidad de Raskolnikov, el famoso personaje creado por Dostoievski en "Crimen y Castigo", o del protagonista sin nombre de "Hambre" de Knut Hamsun, que también eran propensos a dar todo lo que tenían al necesitado a pesar de su extrema situación de precariedad. Sin duda los modelos del pasado no son los de ahora. No todos los héroes llevan capa y ropas ajustadas: algunos solo tienen quince duros.

Solo le quedaba a Valle-Inclán un largo mes por delante. No es extraño que el autor de Tirano Banderas dijera: "En España el hambre es una tradición". Él al menos podía acompañar esta inveterada tradición con el orgullo intacto de haber hecho lo que creía correcto.

Fuente: "Anécdotas de la Historia" - Pancracio Celdrán Gomariz.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Fuente original

sábado, 19 de julio de 2025

Las cartas de despedida de Virginia Woolf

 

28 de Marzo de 1941

Queridísimo,

     Estoy segura de que me estoy volviendo loca de nuevo. Siento que no podremos superar otro de aquellos terribles tiempos. Y no voy a recuperarme esta vez. Empiezo a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en cada aspecto todo lo que se podría ser. No creo que otras dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad. Ya no puedo enfrentarla. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mi podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte... que todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiera podido salvarme, habrías sido tú. En mí no queda nada más que la certidumbre de tu bondad. no puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

    No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.

V.

Esa fue la carta que dejó a su marido en un sobre azul en la mesa del salón, a su lado había otra carta dirigida a su hermana Vanessa, en la que se expresaba en los siguientes términos:

Queridísima:

    No puedes imaginar cuánto me gustó tu carta. pero creo que he ido demasiado lejos esta vez como para volver nuevamente. Ahora tengo la certeza de que me estoy volviendo loca de nuevo. Es tal y como fue la primera vez, siempre estoy oyendo voces, y sé que no habré de superarlo ahora.

    Todo lo que quiero decir es que Leonard ha sido asombrosamente bueno, cada día, siempre; no puedo imaginarme que alguien haya podido hacer más por mí de lo que él ha hecho. Hemos sido perfectamente felices hasta las últimas semanas, cuando este horror comenzó. ¿Le harás saber esto? Siento que él tiene tanto por hacer que seguirá mejor sin mí, y tú lo ayudarás.

    Ya casi no puedo pensar claramente. Si pudiera te diría lo que tú y los niños han significado para mí. Creo que lo sabes.

     He luchado, pero ya no puedo más.

Después de que Virginia Woolf escribiera estas dolorosas cartas, como lo son todas las de suicidio, me la imagino caminando a paso lento con su abrigo hacia el río Ouse, cercano a su casa y ya junto a él, llenar sus bolsillos de piedras, dejar su bastón junto a la orilla, que sería lo único que encontraría su marido cuando salió a buscarla, para a continuación adentrarse poco a poco en las aguas del rio y ya sin solución, desaparecer en ellas. 

Su cuerpo no sería encontrado hasta veinte días después por unos chiquillos que paseaban con sus bicicletas junto al río y que en un principio confundieron su cuerpo con un tronco flotando. La policía anotó que su reloj se había parado a las 11'45 horas. Su doliente esposo, al que tanto intentó atenuar el golpe la escritora, enterró sus cenizas bajo un árbol. Virginia Woolf dijo en alguna ocasión: "La vida es sueño, es la realidad la que nos mata". Supongo que aquella realidad que se mostraba a sus ojos, en plena crisis por su enfermedad, le resultó más insufrible que nunca. Eran tiempos difíciles. No hacía mucho que su casa, en el londinense barrio de Bloomsbury, había quedado destruida por un bombardeo de los alemanes, obligándola a mudarse y a cambiar el entorno en el que se sentía arropada y segura, el propio estado de guerra total que vivía el mundo y el escaso éxito que obtuvo una de sus obras ayudaron a sumirla en aquel estado de profunda desesperanza. Una tremenda pérdida. Más allá de sus magníficos libros, con tan sólo su retrato, el de arriba, obra de George Charles Beresford, habría sido necesaria mantenerla en la memoria. Es una obra de arte. Preciosa en su languidez. 


Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Fuente Original

domingo, 13 de julio de 2025

La extraña visita de Hemingway a un moribundo Pío Baroja

 

Encontrándose ya Pío Baroja gravemente enfermo y cercana la muerte, fue a visitarlo a su domicilio el ya por entonces Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway, gran admirador de su obra. Julio Caro Baroja, sobrino de Don Pío, se refirió al encuentro de forma breve en su obra "Los Baroja":

"Antes, en septiembre, tuve el aviso de que Hemingway quería hacerle una visita. Advertí al que me comunicó esto que el tío no conocía a nadie. Hemingway se presentó con Castillo Puche (...) Le pasé al cuarto y estuvo un rato. El fotógrafo sacó la imagen del escritor norteamericano sentado junto a mi tío en la cama, con su gorro blanco, sin expresión. Mi tío no se enteró de la visita, como tampoco de que Hemingway dejó una botella de whisky y una labor de punto. Yo apenas hablé con él, ni con Castillo Puche. Las anécdotas entonces no sólo no me interesaban, sino que me molestaban. Entonces mi preocupación fundamental era que se dejara morir a mi tío tranquilamente."

Pero, José Luis Castillo-Puche, escritor y biógrafo de Hemingway, puede que más atento a la anécdota del momento relató el encuentro años después en Hemingway entre la vida y la muerte”, fuente de la que se hace eco Cesar Cervera en un artículo de ABC y que es la que  seguiremos ampliamente en esta entrada. Señalaba Castillo-Puche que el autor de "El viejo y el mar" acudió a visitar a Pío Baroja de la forma más respetuosa posible:

"Lo más curioso de todo es que nunca he visto, ni en vivo ni en retrato, a un Hemingway como el de aquel día. El hombre que rompía con todos los convencionalismos y a quien nadie era capaz de sujetar a ninguna etiqueta, ni siquiera la propia Mary (última esposa de Ernest Hemingway) se presentó con un traje grave, peinado casi como un niño un poco travieso, con corbata y muy circunspecto. Desde el primer momento le dio a la visita no sólo la solemnidad, sino la trascendencia que tenía"

Hemingway se presentó en el dormitorio de Pío Baroja, tan humilde como la celda de un monje, y encontró a un Baroja totalmente abstraído, sumido en los pensamientos propios de alguien que se encuentra en tan difícil trance. Parece que Baroja reaccionó vagamente a la visita y "Con voz cavernosa, pero con cierto acento de gratitud, aunque sin perder su natural desenfado, comentó:

«—Caramba, ¿y a qué viene ese tío?".

Hemingway se acercó a la cama de un muy debilitado Baroja y quiso estrecharle la mano, se acomodó en una silla e inclinándose sobre el enfermo, dando la impresión de que casi se ponía de rodillas le dijo:

"Don Pío, yo estoy aquí, pero hubiera querido siempre venir antes, porque todos tenemos motivos de gratitud con usted, yo he ido siempre de allá para acá y aunque uno es casi un aventurero no olvida, y yo no olvido que usted ha sido el maestro para muchos jóvenes y yo he aprendido, como muchos jóvenes, de usted y estoy seguro de que usted hubiera merecido el Premio Nobel, antes que yo y que muchos, y  lo lamento de verdad porque lo merece, pero usted ha sido y es un gran ejemplo y es un testimonio grande, por eso yo quiero dedicarle este libro mío (Adiós a las armas) como a quien me ha enseñado tanto en esto de escribir, que todos somos aprendices, y por eso me siento confuso en este momento. Porque esta cosa del Premio Nobel es verdad que antes se la debieron de dar a usted y a otros escritores españoles, también maestros, Miguel de Unamuno, Valle Inclán..." (hay quien incluye a Azorín y Antonio Machado en los nombres mencionados por Hemingway).

En ese momento parece que Pio Baroja, se giró un poco en la cama, como si hubiera perdido un tanto el interés por "aquel gigantón que se inclinaba hacia él como un alumno sumiso y asustado", mientras susurraba un lacónico: "¿Usted cree...?". Hay quien indica que lo que dijo fue: - Bueno, basta, basta, que como siga Ud. repartiendo el Premio así vamos a tocar a muy poco.

La visita, no dio para mucho más. "Ahí estaba más que fulminado, barrido, él que había sido el gran escobón de la literatura española. Todo transcurría emocionadamente y hasta el mismo silencio de don Pío, cuando los demás decíamos vaguedades o tonterías, daba al acto una elocuencia insospechada. Ernest se mantenía doblado y conmovido"Antes de marcharse Hemingway le dejó unos presentes: una bufanda, unos calcetines y una botella de whisky, una bebida que al parecer no era del agrado de Baroja: "Si don Pío alguna vez había tomado algún whisky había sido casi por fuera de la botella, oliéndolo tan solo"Don Pío miró aquellos regalos con elegante gratitud y al mismo tiempo con indiferencia.

«—Está bien, está bien —repetía».

Hemingway dudaba si aquellos presentes, junto al libro que le había dedicado, serían poca cosa, por lo que le preguntó a su amigo Castillo-Puche:

"—Si tú crees que es poco, me lo dices y le dejo mi reloj, este reloj —y comenzó a quitárselo de la muñeca, añadiendo—: Es un reloj que me ha acompañado la parte más hermosa de mi vida". Incluso parece, que preocupado por el estado del escritor llegó a plantearse darle unos cuantos «billetes grandes» por si el dinero podía ayudarle en su situación.

Pío Baroja, tan ocupado en morirse como estaba, mostró durante todo el encuentro una gran perplejidad ante aquella visita, mientras Hemingway se mostró cabizbajo y contraído frente a la vejez y la muerte, temas que tanto le aterraban.

"Ernest y don Pío se habían juntado en el punto básico de las decepciones, porque en realidad, aunque Ernest todavía era un luchador, se podía notar que empezaba a no estar en forma o por lo menos que llevaba ya en las alas el presentimiento del plomo, mientras don Pío era un vencido sin desesperación. Allí presentes, don Pío era el clásico y Ernest el romántico".

Cuando se marcharon, al fin, bajando por las escaleras, Hemingway y Castillo-Puche se pararon a charlar sobre la reunión:

«—Me alegro mucho de haber venido.

—Ya sabía yo que te alegrarías –contestó Castillo-Puche.

—No estoy arrepentido de haber venido. Si acaso de no haber venido antes o de no poder hacer nada por el viejo. Lo que sí te digo también —y puso mucha atención en la palabra y en el gesto— es que esta visita me ha hecho bastante daño aquí —y se puso la mano sobre el corazón».

Pio Baroja falleció pocos días después. Hemingway estuvo también presente en su entierro. Como siempre, el talento de los nuestros es más valorado y reconocido fuera de nuestras fronteras que dentro. Nada nuevo.

Fuente: ABC: La verdad sobre la triste visita de Hemingway a Pio Baroja... - Autor Cesar Cervera
Imagen: Tomada de esta página 

viernes, 11 de julio de 2025

Ray Bradbury, Fahrenheit 451 y el valor de 10 centavos

 

“No tienes que quemar libros para destruir una cultura. Solo tienes que conseguir que la gente deje de leerlos.” (Ray Bradbury)

Ray Bradbury, el autor de "Crónicas Marcianas" y "Fahrenheit 451", es uno de los escritores esenciales de la novela fantástica y de ciencia ficción, además de un ejemplo de determinación a la hora de cumplir el sueño de convertirse en escritor.

Bradbury, que desde los nueve años demostró una pasión irrefrenable por los libros y el saber, no pudo asistir a la Universidad por la falta de recursos de su familia. No le quedó otra opción que ponerse a vender periódicos para salir adelante, pero esto no frenó en absoluto su ansia por aprender e hizo de la biblioteca municipal su propia universidad, dedicándole horas y horas, durante al menos diez años, para completar su formación. Como el propio escritor decía:

“Fui a buscarme a mí mismo a la biblioteca. Antes de enamorarme de las bibliotecas, era solo un niño de seis años. La biblioteca alimentó todas mis curiosidades, desde los dinosaurios hasta el antiguo Egipto. Cuando me gradué de la preparatoria en 1938, comencé a ir a la biblioteca tres noches a la semana. Lo hice todas las semanas durante casi diez años y finalmente, en 1947, cuando me casé, pensé que ya no podía más. Así que me gradué de la biblioteca a los veintisiete años. Descubrí que la biblioteca es la verdadera escuela.”

“Pero con la biblioteca, supongo que es como la hierba gatera: empiezas a dar vueltas porque hay tanto que mirar y leer. Y es mucho más divertido que ir a la escuela, simplemente porque haces tu propia lista y no tienes que escuchar a nadie. Cuando veía algunos de los libros que mis hijos tenían que llevar a casa y leer, y los profesores los obligaban a leer, y los calificaban... bueno, ¿y si no te gustan esos libros?”

A los treinta años el éxito estaba aún por llegar. Aunque ya había escrito decenas de cuentos y algunos habían sido publicados, la economía familiar no daba para muchas alegrías y tenían que hacer auténticos malabares para cubrir las necesidades básicas con lo poco que él obtenía por sus cuentos y el pobre sueldo de su esposa, que todo hay que decirlo, apoyaba a su marido ciegamente en su proyecto de convertirse en escritor. Ya lo decía Bradbury: “Mi esposa Maggie me mantuvo y nunca se quejó. Sin ella, no habría Fahrenheit 451.”

En 1950 Ray Bradbury ya era padre de una hija pequeña y otra venía en camino.  Le resultaba imposible escribir en su casa. La pequeña rompía su concentración continuamente y le demandaba su atención para jugar, algo a lo que Bradbury no podía negarse. Pero la familia necesitaba los ingresos de sus cuentos. Tenía que encontrar una solución y pronto.

La solución llegó mientras paseaba por el Campus de la Universidad de Los Ángeles. Descubrió que en un sótano existía una sala de mecanografía en la que se alquilaban máquinas de escribir por 10 centavos cada media hora de uso. Bradbury vio el cielo abierto y con las ideas claras de lo que quería contar, empleó tan sólo 9'8 dólares o lo que es lo mismo 49 horas en escribir en una de aquellas máquinas de alquiler las aproximadamente 25.000 palabras del cuento "The Fireman" que sería el que, posteriormente ampliado, se convertiría en su exitosa novela "Fahrenheit 451". El propio Ray Bradbury contaba:

“No puedo explicarles qué excitante aventura fue, un día tras otro, atacar la máquina de alquiler, meterle monedas de diez centavos, aporrearla como un loco, correr escaleras arriba para ir a buscar más monedas (...). No podía detenerme. Yo no escribí Fahrenheit 451, él me escribió a mí. Había una circulación continua de energía que salía de la página y me entraba por los ojos y recorría mi sistema nervioso antes de salirme por las manos. La máquina de escribir y yo éramos hermanos siameses, unidos por las puntas de los dedos”

Ya saben que el título, Fahrenheit 451, alude a la temperatura a la que empieza a arder el papel, muy apropiado para esta novela de bomberos que queman libros en una sociedad en la que están prohibidos y eres denunciado como un criminal si tienes uno en casa. La esperanza se refugió en las mentes de los llamados “hombres libro” que los memorizaban palabra por palabra para que su sabiduría no se perdiera. 

Es curioso que, en contra de lo que generalmente se piensa, Bradbury escribió esta novela no solo como una denuncia acerca de la censura o el control en sociedades totalitarias. El escritor declaró en repetidas ocasiones que el verdadero trasfondo de “Fahrenheit 451” era denunciar la anulación del pensamiento crítico y la pasividad intelectual que se estaba produciendo en las masas a causa de la por entonces emergente televisión. Su fácil e inmediato consumo había convertido el hecho de leer en algo fastidioso y minoritario. No sé qué pensaría ahora Bradbury del efecto hipnotizante que sobre todos nosotros provocan los móviles. ¿Por cierto, a qué temperatura empezará a arder un móvil?

Imagen: De Wikimedia Commons(CC BY 2.0) Fuente original

domingo, 29 de junio de 2025

Miguel de Cervantes Vs Lope de Vega: Entre batallas y libros


 

"Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamás la fama se acordó, para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que a despecho y pesar de la mesma envidia ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad, para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir si quisieren llegar a la cumbre y alteza honorosa de las armas"

Eso mantenía el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha en la obra con la que Cervantes da carta de naturaleza a la novela moderna. Un fragmento que muy bien podría servir para tratar cómo se comportó la fama con el propio Cervantes, que con dicho título alcanzó la inmortalidad. De hecho, bien puede decirse que su Don Quijote, en vida del escritor, le dio nombre y poco más. Y es que, si bien la obra resultó un tremendo éxito ya en vida del escritor, esta no le reportó muchos beneficios, pues Cervantes pronto vendió los derechos sobre la misma y no disfrutó de los rendimientos de las posteriores y continuas reimpresiones.

Cervantes y Lope de Vega vivían muy cerca el uno del otro, a poco más de doscientos metros de distancia en el madrileño Barrio de las Letras, en el que también tenían su casa los mal avenidos Góngora y Quevedo. Sin duda ese barrio, durante aquellos años de nuestro Siglo de Oro, es lo más parecido que tenemos en España a la Florencia renacentista en cuanto a concentración de talento en un espacio tan reducido, no en vano por allí también tenían su casa escritores de la talla de Tirso de Molina, Juan Ruiz de Alarcón o Calderón de la Barca.

A pesar de su vecindad, no consta que Lope de Vega y Cervantes tuvieran mucho contacto, aunque cosas en común no le faltaban, por ejemplo en hechos de armas. Si Cervantes participó como vencedor en la batalla de Lepanto (la más alta ocasión que vieron los siglos) dejándole un brazo inutilizado, Lope de Vega participó en uno de nuestros mayores desastres bélicos, la conocida como "La armada invencible".

Cervantes, quince años mayor que Lope de Vega, no alcanzó la fama tan pronto como este, pero tuvo palabras honorables para el Fénix de los ingenios, como apodaban a Lope, añadiéndole el calificativo de "Monstruo de la Naturaleza", en palabras recogidas en "Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados", obra fechada en 1615, por tanto diez años después de la primera edición de las aventuras de Don Quijote, años en los que ya Cervantes gozaba de cierto nombre, aunque como ya comentábamos, andaba ligero de caudales.  El fragmento decía así:

"Y en fin, tú, insigne Lope, a quien pueden dar la mano cuantos tienen nombre de buenos, y a quien solo la envidia niega el laurel de tu ingenio, monstruo de naturaleza, a ti digo que te estés con tu gloria, y no te incomodes en vituperar las mías, que, en mi parecer, no te hacen sombra en lo que toca al saber, aunque sí en la fama"

Sin embargo, Lope de Vega no fue, al menos en vida de Cervantes, tan generoso con este. En 1605, el año de publicación de El Quijote, ante aquel nuevo formato de escritura y su arrebatador éxito, Lope no pudo contener su contrariedad y en una carta a su médico escribió:

"De poeta buen siglo es este; muchos de ellos están aún en ciernes, pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a su Don Quijote"

Podría decirse que Lope de Vega triunfó en vida, no una sino más de mil veces, pero Miguel de Cervantes, con apenas una grandiosa obra, se llevó la inmortalidad de la que hablaba Don Quijote durante sus aventuras en algún lugar de la Mancha.



Imágenes: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - 1 - 2

jueves, 26 de junio de 2025

Jean Cocteu: Entre el cielo y el infierno

“¿El infierno? Ya lo visité. Se parece mucho a París en noviembre.” (Jean Cocteau)

Cuentan que Jean Cocteau, el inclasificable poeta, pintor, escritor y cineasta francés, se encontraba tomando un café en una tertulia en la que se discutía acaloradamente acerca de la naturaleza metafísica del cielo y del infierno cristiano. Cocteau asistía a aquella discusión bizantina como quien ve un partido de tenis, mirando a un lado y otro a los polemistas, sin decir una palabra. Al final, no pudo mantenerse ajeno a la discusión cuando un contertulio le animó a que aportase de una vez por todas su opinión. Es fácil imaginárselo aspirando largamente su cigarro, con una concentración serena en su afilado semblante para, con ese estilo suyo, siempre misterioso e imprevisible, responder de forma fría y equidistante:

¿El cielo y el infierno? Me da igual ese tema. En realidad, tengo amigos en los dos lados...

La muerte, el cielo y el infierno siempre le dieron mucho juego en sus citas de las que rescatamos algunas:

“El infierno de los vivos no está en el más allá. Está aquí. Lo habitamos. Y lo construimos nosotros mismos.”

“En el cielo, los poetas no escriben versos. Simplemente escuchan.”

“El verdadero infierno no es el fuego. Es la repetición eterna de lo mismo.”

"La muerte es el lujo de los ricos y la recompensa de los poetas."

Cuentan que sus últimas palabras al morir fueron: “Voy a reunirme con los que amo.” Supongo que el sabría bien a qué umbral habría de encaminarse, aunque, como buen maestro del equívoco también había dicho con anterioridad:

“Después de mi muerte, viviré en mí mismo.”

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martes, 24 de junio de 2025

George Bernard Shaw y las dedicatorias

"Agradezco a Dios que haya hecho a mis enemigos tan estúpidos."

Eso decía el siempre agudo George Bernard Shaw, y puede que también pensara que, tras alguna que otra decepción, los amigos, a veces, también hacen méritos para ganarse esa etiqueta. 

Se cuenta que cierto día, el escritor entró a curiosear los fondos de una tienda de libros de ocasión y rebuscando entre los volúmenes que allí se amontonaban encontró un ejemplar de una de sus comedias. Quién sabe por qué extraña razón, en vez de dejar su propio libro a un lado, se fue a las primeras páginas, esas en las que se suele dejar una dedicatoria por parte del autor y se encontró con una desagradable sorpresa, el libro estaba firmado y dedicado por él a un buen amigo suyo. Sintió aquello como una pequeña traición y realmente molesto compró de inmediato el libro del que tan alegremente se había deshecho su amigo. No tardó en devolvérselo por correo; añadiéndole por supuesto una pequeña muestra de su decepción y de su ingenio. Así, justo debajo de la dedicatoria original añadió: "Al Sr. "X", con un nuevo saludo, ¡el segundo! de George Bernard Shaw".  

Y es que como decía, el también luminoso, Oscar Wilde: "Dedicar un libro es la más peligrosa de las cortesías. Uno nunca sabe cuándo dejará de gustarle la persona", algo muy a tener en cuenta en una persona tan compleja como Bernard Shaw, que ya en una dedicatoria de un libro escribió: "A mi madre: gracias a ella soy capaz de soportar a los demás."

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domingo, 15 de junio de 2025

Baudelaire, un poeta con el pelo verde


 

"El dandy debe de aspirar a ser sublime sin interrupción; debe de vivir y morir ante un espejo" (Charles Baudelaire)

Y parece que, en sus duelos con los espejos, el siempre provocador Charles Baudelaire, tenía puntuales momentos de extravagancia. Sirva de muestra una anécdota que Francisco Umbral cuenta en su libro ¿Y cómo eran las ligas de Madame Bovary?:

"En una cita con Gautier, para almorzar en un restaurante de moda, Baudelaire se presenta con el pelo pintado de verde. Sin duda piensa epatar a su amigo y al público en general. Pero transcurre el almuerzo, hablan de cosas y Gautier no da signos de asombro ni de sorpresa:

—Pero ¿tú me has mirado bien, no me notas nada en la cabeza?
—No, la verdad.
—Llevo el pelo verde.
—Ah, bueno, como todo el mundo. Está de moda en París.

Gautier, amigo íntimo de Baudelaire (a él está dedicado el libro Las flores del mal, con elogios excesivos, por cierto), conoce bien al poeta y sus cosas, y no está dispuesto a dejarse epatar una vez más. ¿Por qué tenía Baudelaire, además de su grandeza poética, o quizá pese a ella, esa necesidad de sorprender, de asombrar, de ser diferente?"

Puede que ayude a comprenderle, recordar el concepto que Baudelaire tenía de la belleza:

“Lo bello es siempre extraño.”

Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Fuente Original - CCO - Coloreada posteriormente

lunes, 30 de diciembre de 2024

José Zorrilla y los curiosos


 "Yo no soy ya lo que fui: y viendo cuán poco soy, dejo a los que más son hoy pasar delante de mí"

Hace pocos años y con muy mala idea, le preguntaron a una actriz española muy dada a protagonizar escenas subiditas de tono si había hecho alguna vez un papel de Zorrilla. Ella, conocedora del tono humorístico en el que iba dirigida la pregunta le contestó muy resuelta: "De Zorrilla ninguno, pero de Zorra muchos". Puede que, como en los versos de José Zorrilla, la actriz, para llegar a aceptar aquellos papeles, ya no fuera lo que fue...

Más allá de esa jocosa anécdota sobre los chistes que siempre propició el apellido de nuestro José Zorrilla, el autor de Don Juan Tenorio tuvo en cierta ocasión la idea de alquilar una casita en las afueras de Madrid con la pretensión de relajarse con la paz del campo y allí aislado de tanto bullicio buscar inspiración para una nueva obra. Ni que decir tiene que Zorrilla prefirió mantener el anonimato entre los vecinos de aquel pueblo y que estos, acostumbrados a saber vida y milagros de todos los moradores del lugar, estaban sumamente intrigados por saber quien era y como respiraba aquel nuevo vecino venido desde la capital. No tardaría mucho uno de los vecinos en dejarse llevar por su curiosidad y decidido abrió una carta lacrada que iba destinada al escritor, buscando que su contenido le aclarara un poco el misterio de su persona. La misiva, muy escueta, decía:

"Querido José. Creo que es mejor que no mates al alcalde con veneno. Bastará que le administres un sedante. Atentamente, tu amigo JD"

Ni que decir tiene que ante tales palabras le saltaron todas las alarmas y el indiscreto personaje corrió, carta en mano, a entrevistarse con el alcalde del pueblo para ponerle al tanto de la supuesta conspiración que se estaba urdiendo en su contra.

Zorrilla fue evidentemente detenido y solo logró recobrar la libertad tras presentarse como escritor y demostrar que el alcalde al que se hacia referencia en aquella carta no era de verdad, que era solo un personaje imaginario de la obra que estaba escribiendo durante su estancia en el pueblo y sobre el que había pedido consejo a un amigo para el desarrollo de la trama.

Y es así como el pueblo supo todo de su nuevo vecino y Zorrilla tuvo algo nuevo que contar, quien sabe si para alguna de aquellas obras suyas de título tan apropiado a la situación: "A buen juez, mejor testigo""Traidor, inconfeso y mártir" "Para verdades el tiempo y para justicia Dios".

Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - CC0 - Fuente original

sábado, 14 de diciembre de 2024

Bukowski y el sexo

 

"Hay en mí algo descontrolado, pienso demasiado en el sexo. Cuando veo una mujer me la imagino siempre en la cama conmigo. Es una manera interesante de matar el tiempo en los aeropuertos. Parece una historia sobre sexo y borracheras, cuando en realidad es un poema sobre el amor y el dolor."

Esas palabras ponía Bukowski en los labios de su alter ego, Henry Chinasky en la novela "Mujeres"; en ella, Chinasky, un perdedor nato, es un escritor que empieza a saborear el tardío éxito de su obra, por fin le sobra algo de dinero y se ha ganado una inesperada reputación literaria, aderezado todo con la singular situación de convertirse en objeto de deseo de numerosas mujeres con las que, siempre calenturiento, quiere olvidar todas las carencias de un pasado no muy lejano. No suena muy diferente el perfil al de la propia experiencia que con seguridad estaba viviendo Bukowski en aquel entonces. 

Bukowski sabía de su talento como escritor, de hecho confesaba: "El 75% de lo que escribo es bueno; el 40%, muy bueno; el 20% es sublime. Y el 10% es una mierda", pero incluso con ese autoconcepto tan positivo, creo que ese éxito tan abrumador, llegado de repente a su vida cuando ya tenía unos añitos, le sorprendió del todo. En una ocasión, el crítico cinematográfico Roger Ebert resumió así a Bukowski: “Un millón de tíos empiezan a emborracharse e intentan convertirse en grandes escritores, y uno de ellos lo consigue. Seguramente, ahora un millón más de tíos se están emborrachando mientras se preguntan cómo lo ha conseguido Bukowski. Él no es un superviviente. Es una aberración estadística.” Una bendita aberración; su estilo es muchas veces definido como "realismo sucio", pero es que la realidad siempre ha necesitado un buen centrifugado en la lavadora. En definitiva, Bukowski, que decía aquello de “No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida. ¡Maldita sea!”, logró al fin darle la vuelta a la tortilla y convertirse en una voz que, aun apestando a alcohol, todos querían escuchar y todavía más leer.

Y como no podía ser de otra forma, sus libros están trufados de grandes borracheras, que como en su vida parecían ser la solución ideal a cualquier problema: “Si ocurre algo malo, bebes para olvidar, si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo, y si no pasa nada, bebes para que pase algo”, pero también de encuentros sexuales, muchas veces caóticos, que podrían hacer pensar que Bukowski se manejaba bien en sus relaciones, vamos, que podría colgarse como propio el título de aquella obra suya "La máquina de follar", que tan difícil se hacía pedir al librero, en los pacatos años 70 de esta España nuestra. Y sin embargo el propio escritor confesaba:

"No sólo soy un tipo sucio. Tengo mucho de puritano. Por eso mis novias me dicen: “Santo cielo, eres casi un puritano, y escribes esas cosas...”. En el acto sexual, al hacer el amor, no suelo ser muy lanzado. Me molesta incluso hacerlo de día; ya sabes, la miras a los ojos, ella te mira a ti. Resulta un tanto incómodo. Menos mal que he conocido a una mujer que me está enseñando mucho sobre las relaciones sexuales, ya sabes, lo que quiere una mujer. Obedezco y disfruto. Así que estoy aprendiendo a edad avanzada. Supongo que he sido un desastre con muchas mujeres durante veinte o treinta años."

Para alguien que decía: “La Muerte se está fumando mis cigarros”, el sexo podía ser una forma de apartarla de su lado: “La relación sexual es darle patadas en el culo a la muerte mientras cantas”.

Imagen: De Flickr - (CC BY NC-SA 2.0) - Fuente Original

viernes, 13 de diciembre de 2024

Borges, la ceguera y la estupidez


"Lo que más admiro en los demás es la ironía, la capacidad de verse desde lejos y no tomarse en serio"

Son palabras de Jorge Luis Borges, el escritor de obras tan celebradas como "El Aleph", Ficciones" o "El libro de Arena", quien sin duda tuvo que encajar, casi como una mala broma del destino, que su progresiva ceguera se acentuara en el momento en el que fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional de Argentina en 1955.  Al respecto decía el propio escritor: 

"Poco a poco fui comprendiendo la extraña ironía de los hechos. Yo siempre me había imaginado el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Ahí estaba yo. Era, de algún modo, el centro de novecientos mil volúmenes en diversos idiomas. Comprobé que apenas podía descifrar las carátulas y los lomos. Entonces escribí el Poema de los dones"

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche

Un oftalmólogo, a fin de intentar salvaguardar la muy exigua visión que por entonces le quedaba le prohibió leer y escribir para que no forzara la visión, de modo que a los 58 años, hubo de adaptarse para poder seguir disfrutando de los libros que ya no podía leer, para ello buscó la ayuda de Alberto Manguel,  un jovencito de 15 años que trabajaba durante el verano en una de las librerías a las que acudía con regularidad el escritor y que durante cuatro años le hizo de lector (como el de aquella película) y le ayudó a revisitar la obra de muchos escritores de cuentos antes de que Borges se lanzara a escribir esos fabulosos relatos que tanta fama le dieron. En sus recuerdos, Manguel, que con el tiempo también se convertiría en escritor, decía de Borges:

"Borges tenía muy poca paciencia con la estupidez. Cuando algún escritor decía alguna tontería, su humor era absolutamente feroz y demolía con cuatro palabras la estupidez que fuera" "Podía ser generoso, pero una buena frase era más importante para él que un buen gesto".

Esta naturaleza sentenciosa de Borges y su afilado ingenio provocaron alguna que otra anécdota.

Se cuenta que con ocasión de una huelga contra la dictadura argentina, Borges no quiso sumarse a la misma ni dejar de dar sus clases en la Universidad. Como su posición parecía firme y se negaba a abandonar la clase, uno de los estudiantes le dijo que iba a cortar la electricidad para que no pudiera continuar con la enseñanza ese día. Borges se limitó a responder:

"No me preocupa, he tomado la precaución de ser ciego"

En otra ocasión en la que lo entrevistaban en Roma, uno de los periodistas trato de buscarle las cosquillas al educado escritor y que este perdiera la compostura y le regalara con su salida de tono un titular. Con dicho propósito no cejó en su empeño de poner en aprietos a Borges, que con mucha cintura lograba esquivar al periodista, quien ya pasando a la artillería pesada le preguntó:

- ¿En su país todavía hay caníbales?

- Ya no, - dijo Borges sin descomponer el gesto - nos los comimos a todos.

Imagen: Tomada de Wikimedia Commons -CC0 - Fuente Original

martes, 10 de diciembre de 2024

Borís Pasternak, Osip Mandelstam y el "Epigrama contra Stalin"

 

"En el fondo, la literatura es el arte de descubrir lo extraordinario de la gente corriente y decir cosas extraordinarias con palabras habituales" (Boris Pasternak)

Bien sabía Borís Pasternak (arriba), creador de la obra "Dr. Zhivago" y Premio Nóbel en 1958, lo difícil que es a veces encontrar las palabras adecuadas para plasmar una idea en un libro y a veces, tal y como le ocurrió al propio escritor, incluso para salvar la vida, sobre todo cuando se vive en un país en el que gobierna alguien como Iósif Stalin.

En 1934, durante un paseo por un parque moscovita se acercó a Borís Pasternak el poeta Osip Mandelstam (abajo en una foto de su primer arresto), quien le recitó un poema-protesta en el que plasmaba toda la rabia que había acumulado tras presenciar la terrible hambruna que asolaba Crimea y las ejecuciones masivas de aquellos campesinos que se oponían a la colectivización forzosa de los campos decretada por Stalin. Hoy se conoce aquella hambruna como "holomodor" y causó la muerte a millones de personas. El grito de Mandelstam le salía de lo más hondo.

Cuando Pasternak, también poeta, escuchó el que hoy se conoce como "Epigrama contra Stalin" supo desde ese instante que él mismo estaba en peligro y le dijo: "Lo que me ha recitado usted –balbuceó– no tiene relación alguna ni con la literatura ni con la poesía. No es un hecho literario sino un acto suicida que no apruebo y del cual no quiero tomar parte. Usted no me ha recitado nada y yo no he escuchado nada, y le pido que tampoco se lo lea a nadie más".

Evidentemente la suerte estaba echada, los gritos, cuando salen del alma son muy difíciles de callar y Mandelstam siguió leyendo su poema entre sus amigos, a veces incluso ante varios de ellos a la vez. En una sociedad como aquella la delación y la traición estaban al orden del día y el poema, ciertamente temerario, tal como podrán leer más abajo, no tardó en llegar a oídos de la policía política, siendo arrestado su autor de inmediato.

Pasternak en un arranque de valor intentó interceder por Mandelstam y se dirigió al diario oficialista Izvestia, donde contactó con Bujarin y le pidió que intercediera por el temerario poeta. Tuvo suerte y Mandelstam sólo fue exiliado a los Urales junto con su esposa. Tras caer Bujarin, victima también de aquellos tiempos inciertos para cualquiera, Mandelstam fue detenido nuevamente, tras lo cual fue inevitable que muriera en un campo de trabajo.

No tardó en sonar el teléfono comunitario del bloque de viviendas en el que vivía Pasternak. Una voz le dijo que el Secretario General del Comité Central del Partido Comunista, nada menos que Stalin quería hablar con él y en breve se pondría al aparato. Creyéndose victima de una broma pesada, colgó de inmediato, pero el teléfono volvió a sonar y la misteriosa voz volvió a hacerle el mismo anuncio. Pasternak supongo que empezaría a tener sudores fríos y a temblequear las piernas cuando escuchó finalmente la voz de Stalin al teléfono comunicándole el destino dado a Mandelstam y supo que su vida pendía de un hilo muy fino cuando Stalin le preguntó, directamente, si era amigo del autor de aquellos versos claramente ofensivos hacia su persona. Pasternak, tuvo que buscar las palabras exactas para lograr no considerarse a si mismo como una persona despreciable que niega falsamente a un amigo por ponerse a salvo  y a la vez encontrar la fórmula para con sus palabras no poner su vida en evidente peligro. Puede que acordándose de aquello del "ni sí ni no, si no todo lo contrario", contestó: "Los poetas raramente hacen amigos. Por lo general se envidian entre si", frase en la que ni afirmaba ni negaba nada y en la que incluso, con la mención de la envidia, salvaba su honor, toda vez que podía entenderse que en ese sentimiento había una idea admirativa hacia su colega. Aquella respuesta vacía le valió la vida.

El "Epigrama contra Stalin" decía así (traducción del escritor cubano José Manuel Prieto):

Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.
Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,
y sus palabras como pesados martillos, certeras.
Sus bigotes de cucaracha parecen reír
y relumbran las cañas de sus botas.

Entre una chusma de caciques de cuello extrafino
él juega con los favores de estas cuasipersonas.
Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;
sólo él campea tonante y los tutea.
Como herraduras forja un decreto tras otro:
a uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja, al cuarto en el ojo.
Toda ejecución es para él un festejo
que alegra su amplio pecho de osetio.



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miércoles, 3 de abril de 2024

Luigi Pirandello, la identidad y las máscaras

 

"Cada uno de nosotros cree ser siempre el mismo. Y somos uno distinto con cada persona. Nos hacemos ilusión de ser siempre el que creemos ser. Y siempre nos equivocamos"

"Cada uno de nosotros cree que es uno solo, pero eso es una asunción falsa; cada uno de nosotros es tantos, tantos, cuantas son todas las potencialidades del ser que hay en nosotros... Conocemos únicamente una parte de nosotros mismos, y con toda probabilidad, la menos significativa".

"Ser es hacerse el ser que se es y ningún otro"

"¿Qué hace el hombre? Aun cuando sea viejo, siempre está febril; ansía algo, pero sin verse a si mismo; no puede evitar tomar una actitud incluso ante su propio ser, y representa infinidad de papeles que él desea creer auténticos y dignos de ser tomados en serio"

Son palabras del dramaturgo italiano Luigi Pirandello (1867-1936), para el que el ser humano siempre fue un collage de distintas máscaras superpuestas e intercambiables. Logró el Nóbel de literatura en 1934 "por su poder casi mágico para convertir el análisis psicológico en buen teatro". El escritor, siempre humilde y un tanto melancólico, se mostraba, como decía Horacio Hotheguy: "obsesionado por la relatividad de la verdad, la crisis de la identidad, la imposibilidad de ser uno mismo... llevando a planos realistas, la dramática discusión del hombre con su angustia más intima". Su teatro, según sus palabras estaba repleto de todas esas tensiones:

“…Cuando un hombre vive, vive y no se ve vivir. Ahora bien, colocad un espejo ante él y haced que se vea a sí mismo en el acto de vivir y, conmovido por sus pasiones, o se quedará atónito y sin habla ante su propio aspecto, o apartará la vista para no verse, o escupiendo con repugnancia a su propia imagen cerrará el puño como si fuese a golpearla; y, si ha llorado, ya no podrá seguir llorando; y si reía, ya no podrá seguir riendo, y así sucesivamente. En una palabra, se producirá una crisis… Esa crisis es mi teatro”

Pirandello sufrió intensamente la locura de su esposa Antonietta a cuyo cuidado se consagró hasta la muerte de ésta, negándose a ingresarla en un sanatorio mental a pesar de los comportamientos hirientes que esta, en sus desvaríos, tenía para el escritor: 

"Hay momentos en que dudo de mi propia razón. ¿Cuál es mi personalidad real? ¿La que he vivido hasta ahora o el fantasma despreciable, mezquino y engañador creado por la locura de mi mujer?"

Su obra más conocida es "Seis personajes en busca de autor" y en torno a ella explicaba la dificultad del acto de crear buceando en su propio yo:

"Queridos amigos, hacer una obra teatral es muy difícil. Y aunque yo haya escrito mas de cincuenta, puedo deciros que cada vez que inicio un drama, los fantasmas de los personajes y sus circunstancias no me dejan en paz. Sé que salen de mi interior, pero he aquí que también, sé que antes convivieron conmigo, día a día, a lo largo de la vida (...). No basta con captar la idea que uno presiente con cierta claridad, también es necesario observar minuciosamente todo lo que ocurre alrededor y sacar conclusiones generales. pero aun entonces la tarea esta lejos de acabar. Las criaturas de mi imaginación, igual que los "seis personajes" tienen una voluntad propia; no se coordinan de una manera armónica, sino que cada una piensa en si misma como núcleo de toda la obra. Y aun cuando haya logrado encuadrar armónicamente a los personajes, ¿cómo voy a encerrarlos, matarlos, dentro de los moldes convencionales?; ¿cómo invento para ellos una nueva escena, un nuevo lenguaje?"

Fue la muerte, junto a la identidad y la locura, uno de los ejes de la obra de Pirandello, y para aquella escribió su última escena: "Ultimas voluntades que han de respetarse":

"Que mi muerte transcurra en silencio; ruego a los amigos, a lo enemigos, no hablar de ella en los periódicos, no darse siquiera por enterados. Ni anuncios, ni participaciones. No se me debe vestir después de muerto. Envuélvaseme desnudo en una mortaja. nada de flores sobre el lecho y ningún cirio encendido. Coche fúnebre de infirma clase, el de los pobres. Desnudo. Y que nadie me acompañe, ni parientes, ni amigos. El coche, el caballo, el cochero y nada más. Quemadme. Y no bien arda mi cuerpo, que se disperse. Querría que nada, ni siquiera las cenizas, quede de mí. Pero si esto no puede hacerse, que la urna cineraria sea llevada a Sicilia y empotrada en la piedra bruta de la Campiña de Girgenti, donde nací"

Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 en la Fuente Original

martes, 30 de enero de 2024

Los consejos para escribir de Hemingway

 

Buscando información sobre Hemingway me encontré con este artículo sobre su persona y forma de escribir en el blog: "Como en botica" y no he podido resistir la tentación de traerlo por aquí palabra por palabra: 

Antes de que fuese un gran cazador, antes de que fuese un pescador de alta mar, Ernest Hemingway fue un artesano que se levantaba muy temprano por la mañana y escribía. Sus mejores historias son obras maestras de la era moderna, y su prosa es una de los más influyentes del siglo XX. Hemingway nunca escribió un tratado sobre el arte de escribir ficción. Sin embargo, dejó un gran número de pasajes en cartas, artículos y libros con opiniones y recomendaciones para la escritura. Algunos de los mejores los reunió en 1984 Larry W. Phillips en un libro, Ernest Hemingway on writing (no editado en España). Hemos seleccionado siete de nuestras citas favoritas del libro y las hemos puesto, junto con nuestro propio comentario, en esta página. Esperamos que todos, escritores y lectores, las encuentren igual de fascinantes.

1) Para comenzar, escribe una oración verdadera.

Hemingway tenía un truco para superar el bloqueo del escritor. En un pasaje memorable en "París era una fiesta", escribe:

"Pero a veces, cuando empezaba un cuento y no había manera de que arrancara, me sentaba ante la chimenea y apretaba una monda de mandarina y caían gotas en la llama y yo observaba el chisporroteo azulado. De pie, miraba los tejados de París y pensaba: «No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas.» Al final escribía una frase verídica, y seguía desde allí. Era fácil porque siempre había una frase verídica que yo sabía o había visto o había escuchado decir a alguien. Si comenzaba a escribir elaboradamente, o como alguien que introduce o presenta algo, veía que podía cortar los ornamentos, tirarlos y comenzar con la primera frase verídica declarativa que tenía escrita."

2) Detente siempre mientras sepas qué va a ocurrir a continuación.

Hay una diferencia entre parar e irse a pique. Para hacer un progreso constante, escribir una cantidad diaria era mucho menos importante para Hemingway que tener vacío el pozo de su imaginación. En un artículo de octubre de 1935 en la revista Esquire (Monólogo del Maestro: Una carta de alta mar) Hemingway ofrece este consejo a un joven escritor:

"La mejor manera es parar siempre cuando vas bien y cuando sabes lo que va a ocurrir a continuación. Si lo haces todos los días mientras estás escribiendo la novela no te atascarás. Eso es lo más valioso que te puedo decir así que intenta recordarlo."

3) Nunca pienses en la historia cuando no estés trabajando.

Sobre la base de su consejo anterior, Hemingway dice que no pienses en la historia hasta que te pongas a trabajar en ella. «De esa manera tu subconsciente trabajará en ello todo el tiempo», escribe en la pieza de Esquire. «Pero si piensas en ello conscientemente o te preocupas, lo matarás y tu cerebro se cansará antes de empezar.» Entra en más detalle en "París era una fiesta":

"Cuando escribía, era necesario para mí leer después de haber escrito. Si seguías pensando en ello, podrías perder lo que estabas escribiendo antes de que te pusieras con ello al día siguiente. Era necesario hacer ejercicio, cansar el cuerpo, y era muy bueno hacer el amor con quien amabas. Eso era mejor que nada. Pero después, cuando estabas vacío, era necesario leer para no pensar ni preocuparte por tu trabajo hasta que pudieras hacerlo de nuevo. Yo había aprendido a nunca vaciar el pozo de mi escritura, pero siempre paraba cuando aún había algo en lo profundo del pozo, y dejaba que se rellenara durante la noche a través de los manantiales que lo alimentaban." 

4) Cuando vuelvas a trabajar, comienza leyendo lo que has escrito. 

Para mantener la continuidad, Hemingway tenía el hábito de leer lo que había escrito antes de ir más lejos. En el artículo de Esquire de 1935, escribe: 

"Lo mejor es leer todo cada día antes de empezar, corrigiendo sobre la marcha, y seguir desde donde lo dejaste el día anterior. Cuando se haga tan largo que no puedes leer cada día dos o tres capítulos, léelo todo cada semana. Así es como lo harás de una sola pieza. "

También dijo: «Escribe borracho, corrige sobrio.»

 5) No describas una emoción, vívela. 

La observación detallada de la vida es fundamental para la buena escritura, decía Hemingway. La clave no es sólo ver y escuchar de cerca los acontecimientos externos, sino también notar cualquier emoción en ti causada por los acontecimientos y luego rastrear e identificar con precisión qué fue lo que causó esa emoción. Si puedes identificar la acción o sensación concreta que causó la emoción y presentarlo con precisión y completamente desarrollada en tu historia, los lectores sentirán la misma emoción. En Muerte en la tarde, Hemingway escribe acerca de su temprana lucha para dominar esto: 

"Yo intentaba por entonces escribir y me parecía que la mayor dificultad para ello, aparte de saber realmente lo que uno siente y no lo que debiera sentir o lo que a uno le han enseñado a sentir, estriba en trasladar al papel de manera sencilla un hecho, poniendo de relieve los sucesos que de verdad han creado la emoción experimentada. Cuando se escribe para un periódico, se cuenta lo que ha sucedido, y, por medio de uno u otro truco, se llega a comunicar la emoción al lector, ya que la actualidad confiere siempre cierta emoción al relato de lo que ha ocurrido en el día. Pero la realidad desnuda, la sucesión de movimientos y sucesos que produce la emoción, la realidad que pueda ser valedera dentro de un año o de diez o, con un poco de suerte y la suficiente pureza de expresión, durante mucho tiempo, era algo que estaba más allá de mis fuerzas y que me proponía apasionadamente conseguir."
  
6) Usa un lápiz.

Hemingway utilizaba a menudo máquina de escribir para redactar cartas o artículos para revistas, pero para el trabajo serio prefería un lápiz. En el artículo de Esquire (que muestra signos de haber sido escrito en una máquina de escribir) Hemingway dice: 

"Cuando escribes recibes todas las patadas y el lector ninguna. Así que si es posible usa máquina de escribir, ya que es mucho más fácil y lo disfrutarás mucho más. Después de aprender a escribir tu objetivo es transmitir todo, cada sensación, la vista, el sentimiento, el lugar y la emoción para el lector. Para lograrlo debes trabajar sobre lo escrito. Si escribes con un lápiz consigues tres oportunidades para ver si el lector pillará lo que has escrito. La primera tras leer lo escrito; después, al mecanografiar, tienes una oportunidad para corregir y otra más en las pruebas. Escribir primero en lápiz te da una tercera oportunidad para mejorarlo. Esto es 0.333, que es un maldito buen promedio para un bateador. Se mantendrá flexible y podrás mejorarlo fácilmente." 

Hemingway era desdeñoso con aquellos escritores que, como él mismo dijo: «No saben decir que no a una máquina de escribir».

7) Sé breve.

En una carta de 1945 a su editor, Maxwell Perkins, Hemingway escribe: 

"No fue casualidad que el discurso de Gettysburg fuese tan corto. Las leyes de la prosa son tan inmutables como las del vuelo, de las matemáticas, de la física."

Imagen: De Wikimedia Commons - CC0 - Dominio Público en Fuente Original

lunes, 29 de enero de 2024

"Crimen y castigo" de Dostoievski Vs "La vida tenaz" de Rinaldo Carnielo


"¿Dónde he leído -pensó Raskólnikov prosiguiendo su camino-, dónde he leído lo que decía o pensaba un condenado a muerte una hora antes de que lo ejecutaran? Que si debiera vivir en algún sitio elevado, encima de una roca, en una superficie tan pequeña que sólo ofreciera espacio para colocar los pies, y en torno se abrieran el abismo, el océano, tinieblas eternas, eterna soledad y tormenta; si debiera permanecer en el espacio de una vara durante toda la vida, mil años, una eternidad, preferiría vivir así que morir. ¡Vivir, como quiera que fuese, pero vivir!"

El fragmento pertenece a la obra "Crimen y castigo" (1866) de Fiodor Dostoievski, considerada como una de las obras fundamentales de la literatura rusa e incluso mundial, dada su influencia en las generaciones posteriores de escritores. Para un escritor tan celebrado como Stefan Zweig, los diálogos mantenidos entre Raskólnikov, el protagonista de la obra, y Porfiri Petrovich, el juez que investiga el crimen pendiente de castigo, son una de las cimas de la literatura universal. 

Y si la novela citada es de todos conocida (aunque muy poco leída), la escultura que encabeza la entrada, es por contra, a pesar de su espectacularidad y su evidente dificultad (esos huesos sacados del mármol parecen un milagro) un trabajo poco visto de un escultor prácticamente desconocido, el italiano Rinaldo Carnielo (1853 - 1910) que como vemos en esta obra, titulada "Tenax vitae" ("la vida tenaz") en la que se nos muestra a un sujeto que se resiste a entregarse a la muerte, tenía una cierta sensibilidad hacia lo macabro en sus obras, resultando otro de sus grandes trabajos una sensacional escultura sobre la muerte de Mozart que en cualquier momento traeremos por aquí. Al final de la entrada queda una vista completa de la obra anterior que se expone en el Museo Cívico del Palazzo Vecchio de Florencia, ciudad en la que creció el escultor y a la que legó gran parte de su obra.

Para poner otro ejemplo que tenga que ver con la voluntad de vivir, dejamos este otro fragmento de la obra en la que Raskólnikov es de nuevo el protagonista:

"Ha perdido usted la confianza en todo y cree que vengo a halagarle con segundas intenciones. ¡Como si hubiera vivido usted mucho! ¡Como si entendiera muy bien lo que es la vida! Ha ideado una teoría y se avergüenza de haber fracasado, de no haber resultado muy original. El resultado ha sido infame, la verdad; pero, a pesar de todo, no es usted un miserable sin esperanza. (...). ¿Sabe en qué concepto le tengo? Le tengo por uno de aquellos que, si encuentran una fe o un Dios, son capaces de mirar sonriendo a los verdugos que les arranquen las entrañas. Bien, pues encuéntrelos y viva. En primer lugar, hace tiempo que necesita usted cambiar de aire. En realidad, el sufrimiento también es una cosa buena. Sufra usted. Quizá tenga razón Mikolka al querer sufrir. Ya sé que no es usted creyente, pero no se haga el listo filosofando; entréguese a la vida francamente, sin razonar. No se intranquilice, la vida le llevará en línea recta a una orilla y le levantará. ¿A qué orilla? ¡Cómo quiere usted que lo sepa! Lo único que creo es que aún ha de vivir usted mucho. (...). Sé que no es creyente, pero le juro que la vida le sacará a flote."



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