"Los hombres no deben esperar otra recompensa que la que obtengan aquí en
la tierra con su propia perfección" (Averroes)
Decía Jorge Luis Borges que "Uno no es lo que es por lo
que escribe, sino por lo que ha leído". De Averroes cuenta la leyenda que solo dejó de leer dos días siendo adulto, el de su boda y el día que murió su padre. Puede que por ese amor a los libros resulte tan potente simbólicamente la imagen del traslado del cadáver de Averroes desde Marrakech
hasta Córdoba para su entierro. Según contaba Ibn 'Arabī, el ataúd con el
cuerpo del filósofo cordobés fue colocado en el costado de una mula mientras
que al otro hacían de contrapeso los libros de su biblioteca. Para una persona
como él no había mejor compañía.
Averroes es la latinización de
"Ibn Rushd", aunque el nombre completo de este cordobés nacido en
1126 era Abū al-WalīdʾMuhammad ibn Aḥmad ibn Muḥammad ibn Rušd. Además de ser
un reconocido médico y jurista, logró fama en el mundo árabe y la Europa
medieval por sus estudios filosóficos y especialmente los dedicados a
interpretar y explicar la obra de Aristóteles.
Se cuenta que en cierta ocasión Averroes fue llamado a la
corte por el califa almohade Abu Yakub Yusuf, quien como amante del saber que
era, quería conocer la opinión del filósofo sobre si la religión era compatible
con la razón. La pregunta, viniendo de alguien tan poderoso, causó cierto respeto
en Averroes que cautelosamente demoró su respuesta. El califa, notándole
vacilante, empezó a hablar sobre las cuitas que le provocaba la lectura de la
"Metafísica" de Aristóteles y como no alcanzaba a entender algunos de
sus pensamientos más profundos. Averroes, intuyendo entonces un alma gemela en
el Califa, se explayó hablándole de forma entusiasta sobre el filósofo griego y
sus conclusiones sobre los puntos que iba solicitando el Califa.
Tal fue la pasión y el saber demostrado por Averroes que el califa le encomendó la tarea de comentar todas las obras disponibles de
Aristóteles. Se aplicó a la tarea de forma incansable, consultando
cuidadosamente versiones en árabe, hebreo y originales griegos para afinar sus
interpretaciones. Trabajaba ayudándose de la tenue luz de una lámpara de aceite
y se decía que su casa siempre olía a pergamino y tinta y que no era raro verlo
hablar solo mientras escribía, quién sabe si debatiendo ideas con su admirado
Aristóteles. Por el resultado de su trabajo fue conocido, durante siglos, como
"El comentador".
Con el tiempo, sus brillantes obras fueron traducidas al latín, entre ellas “Tahāfut al-Tahāfut” (La destrucción de la destrucción) o “Fasl al-Maqal” sobre razón y religión y lo convirtieron en todo un referente del pensamiento de su época, de hecho no eran pocos los profesores de universidades europeas que apoyaban y daban solidez a sus argumentos con la fórmula "Como dice el Comentador...". Incluso Santo Tomás de Aquino, aunque no compartía parte de sus postulados, siempre tuvo muy presente las ideas del filósofo cordobés.
Después de la muerte de Abu Yakub Yusuf, el califa sabio que protegía a Averroes, y en medio de una creciente ola de fundamentalismo, el filósofo fue visto como un peligro. Entre otras cuestiones políticas, no se concebía que defendiera que la razón y la fe no se oponen y que la filosofía no es sino una forma de acercarse y buscar a Dios. Así, en 1195, fue condenado al destierro y se le privó de su biblioteca por "dedicar las horas de ocio al cultivo de la filosofía y el estudio de los antiguos”, en lugar de a los deberes religiosos impuestos por el Corán.
Expulsado de Córdoba, primero marchó a Lucena y luego a
Cabra. Sus libros fueron prohibidos y los pocos textos que recibía para
apaciguar su curiosidad le llegaban clandestinamente a través de amigos. En aquellas
horas amargas, como sabio que era supo encajar los golpes de la vida como pudo
y así decía:
"Deja que los destinos se cumplan y trata sólo de
remediar las acciones de los jueces de la tierra. Ante toda cosa, no tengas
alegría ni tengas aflicción, pues las cosas no son eternas"
El perdón llegó tiempo después y con él hubo de acompañar al nuevo Califa a Marrakech donde le alcanzó la muerte en 1198. Solo le quedaba retornar a Córdoba, acompañado de sus libros, para ser enterrado junto a su familia, en la ciudad que ayudó a convertir en una de las mecas del saber de su tiempo, forjando un legado que influiría de forma notable en el pensamiento medieval y del Renacimiento.
Imagen: Recreación digital del posible rostro de Averroes basada en imágenes muy posteriores a su vida.
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