Joaquín Rodrigo, ciego desde muy pequeño, ya estudiaba solfeo
con el sistema Braille a los ocho años. A los veinte años era un consumado
pianista que, gracias a su talento, marchó becado a París, donde estudió
composición con Paul Dukas. Su técnica y sensibilidad sorprendieron a todos.
El compositor sentía la guitarra como “el alma musical de
nuestro país” y a ella le dedicó su obra capital, el Concierto de Aranjuez, en
el que brilla con luz propia el Adagio de su segundo movimiento, probablemente la
pieza española más reconocida internacionalmente.
Y, sin embargo, él mismo reconocería con el tiempo una
verdad más íntima y dolorosa: “El Adagio del Concierto de Aranjuez
es la expresión de la angustia, pero también de la fe. Una oración, al fin y al
cabo.” Su esposa, Victoria Kamhi, añadiría con claridad: “Encierra todo el
dolor que llevábamos dentro y que sólo podía transformarse en música”.
Rodrigo se casó con Victoria en 1933, con quien
compartió su viaje de luna de miel a los Jardines de Aranjuez. Luego vinieron
años de estancia en Francia y en Alemania, lugar en el que el guitarrista Pepe
Romero, gran interprete del Concierto de Aranjuez, ubica la composición del famoso Adagio.
En 1939 el invierno fue especialmente frío y parece que la
situación económica del matrimonio era precaria. En ese contexto Victoria
perdió el hijo que esperaban y ella quedó en el hospital en un estado crítico.
El guitarrista Pepe Romero, que conoció bien al compositor,
contó que Rodrigo, tras recibir aquella noticia, se recogió en su oscura soledad
y volcó todo aquel torrente de emociones: el dolor por el hijo perdido y el
miedo a perder a su esposa en el Adagio que hoy cautiva a todo el mundo.
Según Pepe Romero explicó después, la obra empieza con un
pulso de guitarra que él consideraba absolutamente esencial, el eco de un latido
vital. Algunos han querido ver en ese pulso el latido del corazón del hijo que
no llegó a vivir o puede que el de la esposa que lucha por no detenerse.
Ayudado del timbre casi humano de un corno inglés, la humilde guitarra irá
expresando el dolor y el miedo que siente el compositor ante una orquesta que
representa la voz omnipotente de Dios. En ese lamento, en esa búsqueda de Dios
y de respuestas, el compositor parece preguntar por qué se ha ido su hijo y suplica
que no muera también su esposa.
Cuando todo aquel torrente de emociones estalla y alcanza el
clímax, cuando la rabia y la incomprensión llegan con unos desgarradores y
frenéticos acordes de guitarra, Dios le responde con todo su poder a través de
la orquesta, imponiendo su voz de una forma bellísima, que ha de aceptar el
destino.
La guitarra, o lo que es lo mismo Rodrigo, según explica
Pepe Romero: "Comprende que debe dejar todo en manos de Dios y le invade
un sentimiento de paz y de aceptación de lo que ha pasado. La música es
nostálgica y triste pero llena de paz. El segundo movimiento concluye con un
sostenuto de la cuerda y la ascensión del alma del niño, mientras la guitarra
toca los armónicos ascendentes".
Su mujer se salvó y fue el sostén del Maestro Rodrigo, Marqués
de Aranjuez por título y por derecho espiritual, de por vida.
Y ahora, cuando escuchen el Adagio, quizá les suene
diferente, lleno de vida y belleza, pero también de dolor. No es solo música. Por
hablar con tanta verdad de emociones universales, es una de las piezas más
hermosas de la música clásica.
Imagen: Tomada de la red. Fuente
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