sábado, 27 de septiembre de 2025

Joaquín Rodrigo, el Concierto de Aranjuez y el latido de su Adagio


Joaquín Rodrigo, ciego desde muy pequeño, ya estudiaba solfeo con el sistema Braille a los ocho años. A los veinte años era un consumado pianista que, gracias a su talento, marchó becado a París, donde estudió composición con Paul Dukas. Su técnica y sensibilidad sorprendieron a todos.

El compositor sentía la guitarra como “el alma musical de nuestro país” y a ella le dedicó su obra capital, el Concierto de Aranjuez, en el que brilla con luz propia el Adagio de su segundo movimiento, probablemente la pieza española más reconocida internacionalmente.


Mucho se ha escrito sobre la inspiración que pudo tener Rodrigo para crearlo. En ocasiones, el propio autor habló de "el olor de las flores, el canto de los pájaros y el suave fluir de las fuentes en los jardines de Aranjuez"; en otras, relató que el tema le surgió de golpe en París, “cantando dentro de mí de un tirón, sin vacilaciones”.

Y, sin embargo, él mismo reconocería con el tiempo una verdad más íntima y dolorosa: “El Adagio del Concierto de Aranjuez es la expresión de la angustia, pero también de la fe. Una oración, al fin y al cabo.” Su esposa, Victoria Kamhi, añadiría con claridad: “Encierra todo el dolor que llevábamos dentro y que sólo podía transformarse en música”.

Rodrigo se casó con Victoria en 1933, con quien compartió su viaje de luna de miel a los Jardines de Aranjuez. Luego vinieron años de estancia en Francia y en Alemania, lugar en el que el guitarrista Pepe Romero, gran interprete del Concierto de Aranjuez, ubica la composición del famoso Adagio.

En 1939 el invierno fue especialmente frío y parece que la situación económica del matrimonio era precaria. En ese contexto Victoria perdió el hijo que esperaban y ella quedó en el hospital en un estado crítico.

El guitarrista Pepe Romero, que conoció bien al compositor, contó que Rodrigo, tras recibir aquella noticia, se recogió en su oscura soledad y volcó todo aquel torrente de emociones: el dolor por el hijo perdido y el miedo a perder a su esposa en el Adagio que hoy cautiva a todo el mundo.

Según Pepe Romero explicó después, la obra empieza con un pulso de guitarra que él consideraba absolutamente esencial, el eco de un latido vital. Algunos han querido ver en ese pulso el latido del corazón del hijo que no llegó a vivir o puede que el de la esposa que lucha por no detenerse. Ayudado del timbre casi humano de un corno inglés, la humilde guitarra irá expresando el dolor y el miedo que siente el compositor ante una orquesta que representa la voz omnipotente de Dios. En ese lamento, en esa búsqueda de Dios y de respuestas, el compositor parece preguntar por qué se ha ido su hijo y suplica que no muera también su esposa.

Cuando todo aquel torrente de emociones estalla y alcanza el clímax, cuando la rabia y la incomprensión llegan con unos desgarradores y frenéticos acordes de guitarra, Dios le responde con todo su poder a través de la orquesta, imponiendo su voz de una forma bellísima, que ha de aceptar el destino.

La guitarra, o lo que es lo mismo Rodrigo, según explica Pepe Romero: "Comprende que debe dejar todo en manos de Dios y le invade un sentimiento de paz y de aceptación de lo que ha pasado. La música es nostálgica y triste pero llena de paz. El segundo movimiento concluye con un sostenuto de la cuerda y la ascensión del alma del niño, mientras la guitarra toca los armónicos ascendentes".

Su mujer se salvó y fue el sostén del Maestro Rodrigo, Marqués de Aranjuez por título y por derecho espiritual, de por vida.

Y ahora, cuando escuchen el Adagio, quizá les suene diferente, lleno de vida y belleza, pero también de dolor. No es solo música. Por hablar con tanta verdad de emociones universales, es una de las piezas más hermosas de la música clásica.



Imagen: Tomada de la red. Fuente

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