«No quiero dejar de cumplir mi palabra, y ya que no puedo ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas, como verás, bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días para que vaya conociéndome, y así no me extrañará cuando me vea»
Estas son las líneas con las que el poeta Miguel Hernández, preso y condenado a muerte, sin conocer a su hijo por tal situación y sin saber si lograría verlo algún día, se dirigía a su esposa, Josefina Manresa. Acompañaba sus palabras con este desesperado retrato a lápiz que le hizo Antonio Buero Vallejo. Ambos fueron compañeros de galería en la madrileña cárcel «Conde de Toreno», allá por 1940, por razones ajenas a cualquier delito común y más relacionadas con las circunstancias políticas del momento. Buero Vallejo contaba al respecto:
«Vivimos unos diez meses juntos en la galería de condenados a muerte. Esta fue la etapa más interesante de nuestra relación»
Antonio Buero Vallejo tenía una marcada vocación de pintor, actividad que como podemos ver no se le daba nada mal, aunque después de conseguir que le conmutaran la pena de muerte por 30 años de prisión y lograr después la libertad en 1946, se convirtió en el autor teatral más destacado de la España de posguerra; suya es por ejemplo, la obra «Historia de una escalera».
Miguel Hernández no tuvo esa oportunidad y moriría un par de
años más tarde, en marzo de 1942. Según evocaría el también poeta Vicente
Aleixandre resultó imposible cerrarle los ojos al morir… como si quisieran
quedarse abiertos para siempre, testigos inamovibles de un mundo que ya no era
el suyo.
Imagen: Tomada de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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