sábado, 27 de diciembre de 2025

Nietzsche: Toda profundidad ama la máscara

 

En «Así habló Zaratustra» se recoge una de las ideas más recordadas de Nietzsche: el "Übermensch" —superhombre—, un ideal hacia el que debe caminar el ser humano en busca de superarse a sí mismo en su forma de pensar y actuar.

Sin duda Nietzsche mostraba comportamientos y actitudes sumamente críticas con la sociedad de su época que lo situaban en esa senda, pero curiosamente, en cuanto a sus manías y su salud física, era lo más alejado que imaginar se pueda a un hombre superior.

Si algo hay que define a Nietzsche es su enorme bigote, un mostacho que él sentía como un escudo y que el propio filósofo describía —según apunta el historiador Antonio Roldán Marco— como “la última defensa contra el mundo”. Una especie de máscara frente a los demás que le daba cierta seguridad. Procuraba alejarse del bullicio y era extremadamente sensible a los ruidos. De hecho no soportaba el ladrido de los perros, los gritos, ni siquiera el tic-tac de los relojes.

No debía ser fácil vivir con él. Prefería la soledad y cambiaba a menudo de domicilio buscando la paz que necesitaba. Vestía con extrema sobriedad y era meticuloso en todo lo relacionado con el orden, la limpieza y la puntualidad.

Fue un hombre de salud frágil. Sólo tenía 35 años cuando se vio obligado a dejar su cátedra de filosofía en la Universidad de Basilea a causa de las fuertes migrañas que padecía, unidas a molestias estomacales y crisis nerviosas que le acompañaron de por vida. Desde entonces, sin apenas ingresos, se dedicó a pensar, algo que gustaba hacer dando largos paseos, ya fuera entre las montañas o cerca del mar.

Sus problemas estomacales le mantuvieron siempre sujeto a una dieta estricta y tenía fijación por encontrar cualquier remedio natural que pudiera ayudarle. No le iba mejor con la vista, y aunque las evitaba normalmente en las fotografías, su deficiente visión le obligaba a llevar gruesas gafas para escribir o leer. Como él decía: «Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo».

Capítulo aparte merece el colapso nervioso ocurrido en 1889, justo después de apiadarse de un caballo al que se abrazó llorando desconsoladamente por el maltrato que sufría. Las causas de aquel derrumbamiento no están del todo claras, siendo muy variadas las hipótesis al respecto, pero la consecuencia del mismo fue que desde entonces pasó 11 años sin escribir prácticamente nada. Su mente no pudo más.

Eso sí, bastaron las obras que nos dejó previamente para convertirlo en uno de los filósofos más influyentes y atrayentes de toda la historia. Su cuerpo sería débil, pero con sus ideas podía ser feroz y despiadado. Ellas solas bastaron para poner en jaque todo el pensamiento de su época. Para Nietzsche no había certezas intocables ni escribía para tranquilizar a nadie. Todo lo contrario. Buscaba una reacción que condujera a una nueva verdad más sólida que la anterior.   En ese sentido sí fue todo un superhombre, un titán de las ideas capaz de arrojar una luz imperecedera sobre la filosofía que vendría tras él.

Nota: La frase que da título a este texto procede del libro «Más allá del bien y del mal».

Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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