jueves, 15 de octubre de 2020

Rudolf Nuréyev, la "oveja negra" del ballet ruso

“Creo haber roto las barreras entre la danza clásica y la danza moderna”

Rudolf Nuréyev, tenía muy claro el papel estelar que había desempeñado en el mundo del ballet. Su fuerza y su personalidad crearon una nueva forma de entender el baile y le auparon a la categoría de mito, siempre expuesto a la comparación con Nijinsky, un bailarín con el que, más allá de sus orígenes tártaros y su inigualable talento para la danza, guardaba no pocas coincidencias. Nuréyev evitaba las comparaciones y pronunciarse con claridad sobre Nijinsky y sin embargo en una ocasión le dedicó estas palabras:

“Nijinski y yo no tenemos nada que ver. La imaginación de la gente de 1900 forjó un ideal, fue el primer montaje publicitario en el mundo de la danza. Realmente bailó muy poco, pero captó la imaginación de la gente de 1900, mientras que yo tengo que captar la imaginación de la gente de los años sesenta a los ochenta”

Nuréyev, podía ser encantador o sumamente endiablado. Los responsables del Covent Garden, expertos en divismo, declararon en cierta ocasión al diario Times: "Mejor cien Callas que un Nuréyev". No era fácil el bailarín. Poseedor de un talento incontestable para la danza era también apasionado y generoso a la vez que impulsivo, temperamental, ingobernable y a veces hasta grosero con sus compañeros. 

Era único. Fue singular hasta para venir al mundo, así el bailarín nació en 1938 en un tren de pasajeros en medio de la inhóspita Siberia, el famoso Transiberiano, en el que viajaba su madre camino de la recóndita Vladivostok, donde el padre de Nuréyev estaba destinado como comisario del Ejército Rojo. Su infancia fue dura, llena de privaciones y rechazos. Débil y enclenque, tuvo la suerte de asistir a un ballet a los seis años que cambió su vida: “En ese momento ya no pude pensar en otra cosa que en ser bailarín. Me sentí poseído, llamado a serlo”. Pero no lo tuvo nada fácil y hubo de luchar contra la oposición paterna para dedicarse a la danza. Por entonces le llamaban despectivamente "el cuervo blanco" que era como decirle aquí "la oveja negra", era el "rarito", pero pronto el baile le haría fuerte y poderoso. 

Al principio solo pudo dedicarse a bailes tradicionales, de modo que no empezó a recibir una formación clásica avanzada hasta los diecisiete años en que fue admitido en la Academia Vaganova (asociada al Ballet Mariinski -después Kirov-). Empezando a esa edad ya es harto improbable que un bailarín alcance las cotas de excelencia que logró Nuréyev, de hecho, su profesora, Vera Kostrovitskaya , tuvo que decirle al incontenible alumno: “Jovencito, usted puede llegar a ser un bailarín brillante, aunque también puede ser que no llegue a nada, que es lo más probable”. Y sin embargo, en tan solo un par de años su evolución resultó imparable y pronto destacó de manera fulgurante convirtiéndose en un pilar de la danza rusa y una de las figuras más señeras que han pasado por el excepcional Ballet Kirov, de donde surgieron casi todas las estrellas de la danza, desde Nijinsky a Barýshnikov o de Pavlova a Galina Ulánova

Él era su propio norte: “Adquirí tenacidad y voluntad, entendiendo muy pronto que debía cuidar de mí mismo. Desde entonces sólo confío en mí mismo y me fío solamente de mi intuición y la experiencia personal”. Puede que por eso, cuando en 1961 (año de la foto de cabecera) Nuréyev se ganó la oportunidad de viajar con su compañía a Paris, donde obtuvo un apabullante éxito, ya estuviera preparado para tomar decisiones cruciales en su vida. En Paris, hacía cincuenta años, desde que en aquella ciudad bailó Nijinsky con los Ballets Rusos de Diaghilev, que los parisinos no veían un bailarín tan prodigioso y formidable como Nuréyev y la ciudad quedó rendida a sus pies. El KGB controlaba de cerca a sus estrellas y cuando las alarmas se encendieron por el tipo de relaciones que estaba frecuentando el bailarín en la noche parisina decidieron retornarlo de inmediato a Rusia. Nuréyev se dio cuenta de que difícilmente le volverían a dejar salir de Rusia, un país inmenso, cuya forma de vida, con todos sus corsés y formalismos, ya se le había quedado pequeño. En el mismo aeropuerto de Paris-Le Bourget, ya camino de Rusia, buscó el momento oportuno y decidido a no volver, pidió asilo político. El escándalo fue monumental, el éxito posterior también. Encontró la libertad en muchos sentidos. En la expresión de su arte, libre ya de ataduras y academicismos pudo volcar más de su propia personalidad. Aquella frase suya que decía "La técnica es aquello de lo que hay que echar mano cuando te quedas sin inspiración" nos da alguna pista de la pasión que volcaba sobre el escenario. 

Su inmediata unión a la bailarina Margot Fonteyn (foto de la izquierda) logró la perfección y una pareja que ya es mítica en el mundo de la danza. Cuando Nuréyev solo tenía 23 años ella ya hacía puntas por los 42. Su experiencia y apoyo para entrar en el Royal Ballet londinense, ayudó mucho a calmar al desbocado bailarín que decía de ella: "Cuando se encuentran amigos como Margot desaparecen todas las dificultades, tanto en la vida como en el escenario.... Margot Fonteyn ha sido para mí la mejor partner, mucho más que cualquier otra anterior o posterior a ella: no pensaba nunca en sí misma mientras bailaba, sino sólo en el espectáculo, y podías estar seguro de que en escena no te traicionaría nunca...". Cuando bailaron por última vez ella tenía ya 69 años. 

Y si exitosa fue su pareja profesional también tuvo suerte al elegir su pareja en la vida, su relación con el también bailarín Erik Brhun, aunque con altibajos tormentosos, fue determinante para dar cierta estabilidad  a los desvaríos y excesos de Nuréyev, que se acentuaron notablemente cuando su declive empezó a hacerse evidente. 

En cualquier caso su decisión de abandonar Rusia no fue pacífica. Volvía a ser "la oveja negra" y descarriada. En ausencia fue condenado a siete años de prisión, le retiraron el pasaporte y todos su bienes fueron confiscados por el Estado. De buenas a primeras su nombre desapareció en Rusia, era como si su figura nunca hubiese existido en el mundo de la danza, a pesar de ser el mejor de sus bailarines. Solo 26 años después de su "fuga", en 1987, obtuvo un permiso especial de Gorbachov para poder volver a su país y así abrazar a su madre moribunda a la que no veía desde su marcha. Puede que ya por entonces estuviera enfermo de Sida, enfermedad que causó su muerte en 1993 cuando tan solo tenía 54 años. Todavía hubo de esperarse cinco años después de su muerte para que el Estado Ruso, en 1998, anulara el castigo que pesaba sobre el ya fallecido Nuréyev argumentando que “no había traicionado a la patria ni habría revelado secretos militares o de Estado”. El bailarín, a pesar del dolor que pudiera suponerle la lejanía de su familia tenía muy claras las cosas: “No siento nostalgia, esta es la verdad, aunque parezca difícil de creer. Pero es que mi vida aquí ha sido muy agradable, y mi carrera de bailarín ha funcionado bien. Todo ha sido tan bueno que no ha habido lugar para la añoranza. Todos mis éxitos están en Occidente. En mi vida presente no echo nada en falta” 

Imagénes: Tomadas de Wikimedia Commons. Enlaces a las fuentes: Imagen 1 (CC0), Imagen 2 (CC BY-SA 3.0) Imagen 3 (CC0)

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