Imagen: Cortesía de la estupenda página Doctor Macro
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“Según la opinión general, mi interpretación se ha caracterizado por una sonoridad demasiado débil o, mejor dicho, demasiado delicada para el gusto de los oyentes vieneses, acostumbrados a escuchar a los artistas destrozando su instrumento […] No importa; es imposible que no haya algún pero, y prefiero esto a oír decir que toco demasiado fuerte” (F. Chopin)
La música de piano de Frédéric Chopin, arriba en un daguerrotipo de 1847, es una de las grandes delicias que podemos encontrar dentro del repertorio pianístico clásico. Sus mazurkas, valses, nocturnos o polonesas son una mezcla rarísima de delicadeza, melancolía, belleza y puntual frenesí. Cierto es que hay piezas del compositor que son verdaderamente frenéticas y de compleja interpretación, como su Estudio Revolucionario op. 10 nº 12, pero también es verdad que en no pocas de sus piezas va desgranando las notas una a una, con una parsimonia infinita, para de vez en cuando, sorprendernos con un racimo de ellas que inunda de luz y frescura todo el conjunto. Era Chopin, como parte de su música, un hombre débil y a menudo preso de la nostalgia y la melancolía. Así lo expresaba en esta carta enviada a su madre:
"Hoy el Prater estaba hermoso. Había multitud de gente a la que no conocía. He admirado las plantas, el olor a primavera y esa inocencia de la naturaleza que me devuelve los sentimientos que tenía cuando era niño. Amenazaba tormenta, así que busqué refugio. Pero llegó la tormenta y entonces me sentí melancólico. ¿Por qué? Hoy no me importa ni tan solo la música. Es tarde, pero no tengo sueño, no sé qué me pasa…. Los periódicos y carteles anuncian mi concierto, que es dentro de dos días, pero siento como si no hubiera tal concierto, parece como si no me importara. No escucho los halagos de los otros, me parecen cada vez más y más estúpidos. Desearía estar muerto, pero también me gustaría ver a mis padres. Tengo su imagen (aquí hace alusión a Konstancja, de quien se encontraba enamorado) ante mí, pero me parece que ya no estoy enamorado de ella aunque no pueda quitármela de la cabeza. Todo lo que he visto hasta ahora en el extranjero me parece viejo y odioso y me hace suspirar por mi hogar, por los dichosos momentos que no supe valorar. Lo que ayer me resultaba magnífico hoy me parece vulgar, y lo que creía vulgar se torna ahora incomparable, demasiado grande, demasiado elevado…. Estoy confuso, melancólico, no sé qué hacer conmigo mismo. No quisiera estar tan solo"
De Chopin decía Schumann: "Era un cuadro inolvidable verle sentado al piano como un clarividente, perdido en sus sueños; ver cómo su visión se comunicaba a través de su ejecución, y cómo al final de cada pieza, él tenía la costumbre de pasar un dedo a lo largo del teclado en reposo, como forzándose en arrancarse a sí mismo de un sueño".
Y así hablaba de su música Ignaz Moscheles (un gran compositor): "Ahora por vez primera entiendo su música y también puedo explicarme el gran entusiasmo de las damas. Las modulaciones súbitas que yo no podía agarrar cuando ejecutaba sus obras no me preocupan ya más. Su piano es tan etéreo que no es necesario un forte para crear un contraste. Escuchándole, uno se entrega con toda el alma, como un cantante que, olvidándose del acompañamiento, se deja llevar lejos por su emoción. Para abreviar, él es el único entre los pianistas".
Valentina Lisitsa interpreta el Nocturno nº 20 de Chopin
El poema titulado "La pobreza a los diez años" es obra de la poetisa argentina Matilde Alba Swann (1912 - 2000) y le acompaña una imagen del cuadro "Niña escribiendo" obra de la pintora y grabadora francesa Henriette Browne (1829 - 1901). Este poema paso por nuestra página de facebook hace tiempo de la mano de la amiga Carmen Solano
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Fuente Original
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
Esta poesía pertenece a "20 poemas de amor y una canción desesperada", obra de Pablo Neruda. La escultura de humo y su fotografía son obra de Mehmet Ozgur.
Imagen: Fuente Original
Pocas canciones en la historia de la ópera han logrado cautivar a tantas personas durante tanto tiempo y han sido tan cantadas, cuando menos en la ducha. "La donna è mobile" pertenece a la Opera "Rigoletto" de Verdi y es cantada por el mujeriego Duque de Mantua, rol bajo el cual vemos vestido arriba al tenor Enrico Caruso. A cargo del Duque trabaja el bufón Rigoletto, cuyo nombre supongo que deriva del verbo "rigoler" que en francés significa reír; no en vano la opera se basa en una obra de Victor Hugo llamada "El rey se divierte".
El aria en cuestión se escribió entre prisas, con un estreno ya inminente y acuciado Verdi por las exigencias del tenor de turno de disponer de un aria donde pudiera lucirse en el último acto de la ópera y así dejar un momento luminoso y recordable para los espectadores. Y funcionó, tanto que a la salida del veneciano teatro de La Fenice (El Fénix) todos los espectadores ya canturreaban por las calles aquella pegadiza canción, un éxito intemporal, un aria de la que diría Stravinsky que había en ella más invención artística que en toda la tetralogía wagneriana.
Cincuenta y tres años después del estreno de Rigoletto en 1851, llegada la época de las grabaciones sonoras, Enrico Caruso se encontraba en la cúspide de su carrera y uno de los primeros discos que grabó en 1904 tenía por una cara el aria "Questa o quella" (también de Rigoletto) y por la otra "La donna é mobile", convirtiéndose el tema en el que es considerado como primer "hit" de la música grabada.
Curiosamente esta pieza tiene una traducción que no es precisamente un halago a las cualidades femeninas; después de ponerlas de vuelta y media afirma que a pesar de todo será un completo desgraciado el que "de su pecho no beba el amor". No eran aquellos buenos tiempo para la mujer y la consideración que se tenía de ellas. Pero bueno, si se perdonan a los recientes éxitos de reguetón las barbaridades que incluyen sus letras y se bailan con su consabido "perreo", no creo que debamos dejar de cantarla en la ducha. Os dejo la traducción de la cancioncita:
¡Siempre es desgraciado quien en ella confía,
quien le entrega, incauto el corazón.
Pero aún así, no se sentirá plenamente feliz
quien de su pecho no beba el amor.
La mujer es voluble, como una pluma al viento,
cambia de palabra y de pensamiento
y de pensamiento, y de pensamiento!
Original:
La donna è mobile, qual piuma al vento,
muta d'accento, e di pensiero.
Sempre un amabile, leggiadro viso,
in pianto o in riso, è menzognero.
La donna è mobile, qual piuma al vento,
muta d'accento, e di pensier
e di pensier, e di pensier.
È sempre misero, chi a lei s'affida,
chi le confida, mal cauto il core!
Pur mai non sentesi felice appieno
chi su quel seno non liba amore!
La donna è mobile, qual piùma al vento,
muta d'accento e di pensier,
e di pensier, e di pensier!
Y sin embargo, suena tan deliciosamente, que todo lo demás no importa... ¿o sí? A ver si Carreras, Domingo y Pavarotti nos convencen:
"Nadie comprende el dolor de otro, nadie comprende la felicidad de otro... Mi música es el producto de mi talento y de mi sufrimiento. Y lo que he escrito en el mayor estado de angustia es lo que al mundo parece gustarle más."
"Cuando quería cantar al amor, éste se convertía en pena. Y cuando quería cantar a la pena, ésta se me transformaba en amor."
Son palabras de Franz Schubert, un portento musical del que manaba la inspiración de manera desbordante; baste decir al respecto que habiendo fallecido a la muy temprana edad de 31 años dejó escritas más de 1500 piezas musicales, entre ellas más de 600 lieder, una cifra abrumadora conseguida a pesar de la merma física e intelectual sufrida en los últimos años de su vida por la sífilis. Hoy es uno de los pilares de la música, pero en su día no logró apenas reconocimiento y sus grandes obras no fueron conocidas hasta después de su muerte. Baste decir que su hermosísima Sinfonia nº 8, la Inacabada, se estrenó cuarenta años después del fallecimiento del compositor. Incluso muchos de sus amigos desconocían el verdadero alcance de la obra de Schubert y para ellos no dejaba de ser solo un fecundo escritor de lieders, “el príncipe de la canción”, titulo ganado por la calidad de ciclos como "Viaje de Invierno" o "La bella molinera".
Siempre vivió con grandes estrecheces económicas. Está ampliamente
difundida la idea de que Schubert componía con una guitarra al no poder
permitirse ni tan siquiera tener un piano, cosa que parece desmentirse claramente en
determinadas fuentes que nombran los pianos con los que solía trabajar. También
se cuenta que no podía permitirse comprar papel pautado al ritmo que su
inspiración lo requería y se veía obligado a usar papel común sobre el que el propio compositor
dibujaba los pentagramas a mano y que otras veces lo recibía de manos de sus
amigos que lo ayudaban. Sea como fuere, nunca le sobró el dinero, situación que
le llevó a malvender los derechos sobre las partituras de sus canciones algo, que le ayudó a supervivir, pero que hizo muy rico a editores con buen instinto como Diabelli.
Leopold Sonnleithner hablaba así de Schubert en una
biografía que escribió del compositor:
“Schubert era extraordinariamente fecundo y trabajador
componiendo. Todo lo que no fuera trabajar le interesaba muy poco. Rara vez iba
al teatro o a reuniones de sociedad. Le gustaba pasar las noches en los cafés
en alegre compañía y se le echaba encima la media noche sin darse cuenta. Si se
estaba divirtiendo no tenía horario. Al trasnochar tanto, se acostumbró a no
levantarse hasta las diez o las once de la mañana. A esa hora sentía la
urgencia de ponerse a componer y en ello se le pasaban las horas, y también las
mejores horas para ganar un dinero dando clases”.
Sus obras las disfrutaba
especialmente entre sus amigos, que eran, junto a la música, los pilares fundamentales de
su vida. Un grupo de personas escogidas entre las que había pintores,
escritores, cantantes, músicos… personas talentosas que pudieran hacer de la
reunión algo que trascendiera los comentarios y usos vulgares. Fueron muchas las obras
de Schubert que se escucharon por primera vez en estas veladas (cuatro o cinco
por semana) de las que el compositor resultaba ser el alma de las mismas, tanto
que estas pasaron a ser conocidas como Schubertiadas, pero también como las “Veladas
de Kánevas”. Esto se debe a que uno de los motes que tenía Schubert entre sus
amigos era precisamente “Kánevas”, en alusión clara a la pregunta que el
compositor solía hacer cuando algún extraño pretendía acceder al circulo de
elegidos: ¿Kann er was? (¿Qué es lo que sabe?). Debían ser personas capaces de
aportar algo interesante al grupo. En esa línea le escribía a su amigo Schober:
“¿De qué nos sirve una recua de simples estudiantes y funcionarios? (…) Durante
horas solo se oye hablar de montar a caballo y de esgrima, de caballos y perros”.
Aunque tenía otro mote el bueno de Schubert, quien, al ser
bajito, (alrededor de 1’52 metros) y algo rellenito, recibía el apodo de “Schwammerl”,
palabra con la que en determinadas zonas de Austria y Baviera se denomina a una
seta grande. Un amigo del compositor, Anselm Hüttenbrenner lo describía así:
“El aspecto de Schubert no era el de un hombre apuesto o
impresionante. Era bajo, con la cara redonda y bastante gordo. La abovedada
curva de su frente era hermosa. Como era corto de vista llevaba siempre
anteojos y no se los quitaba ni para dormir. La ropa era algo hacia lo que no
sentía el menor interés y no le agradaba frecuentar la sociedad elegante porque
entonces hubiera tenido que ocuparse de su aspecto. De todas maneras, en más de
una recepción esperaron deseosos su presencia y hubieran estado encantados de
pasar por alto cualquier negligencia en su atavío. Otras veces, sencillamente,
no podía afrontar los gastos que implicaba cambiar su ropa de diario por el
frac. Le molestaba saludar y hacer reverencias, y le parecía repugnante tener
que escuchar los elogios a él dirigidos”.
A su muerte, en 1828, solicitó ser enterrado cerca de su admirado Beethoven y así ocurrió. En 1988 sus restos fueron trasladados, junto a los de Beethoven al cementerio central de Viena, al conocido como “Panteón de los músicos”, del que ocupan ambos cada uno de los extremos de la zona principal mientras en el centro hay un monumento a Mozart, este evidentemente sin sus restos. Cerca quedan, pero fuera de la zona central, las tumbas de Brahms, de los Strauss y otros de menor calado. No cabe duda de que es la compañía que merece. De hecho un actor vienés, Oskar Werner, decía: "Mozart y Beethoven llegan al cielo, Schubert viene de allí".
En el monumento de Schubert, del que tantas maravillas podían esperarse de haber tenido una vida más larga, se puede leer: “El arte de la música no sólo ha enterrado aquí un preciado tesoro, sino esperanzas aún más espléndidas”.
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Clark Gable, nuestro querido "caracable" de la infancia, resultó ser un gran estratega a la hora de elegir sus primeros matrimonios, así su primera esposa, Josephine Dillón, su profesora de actuación y 17 años mayor que él, era una mujer poco agraciada pero que logró transformarlo radicalmente, tanto en lo físico como en sus cualidades actorales; de hecho le pagó operaciones para corregir sus graves problemas dentales (prácticamente perdió su dentadura a causa de una severa piorrea y llevaba dentadura postiza), le cambió el peinado, moduló su voz y logró darle una apariencia más fornida a aquel alfeñique que era de joven; incluso lo convenció de usar artísticamente su segundo nombre en vez del primero (Gable se llamaba William Clark).
Después de que Josephine Dillón lograra esculpir un más que aceptable resultado en un no muy buen mármol y hacer de mecenas de Gable, logrando para él sus primeros papeles en Hollywood, este, siguiendo su propio camino, se separó de su pigmalión para unirse a la acaudalada y aristocrática María Langham, también mucho mayor que Gable, y que evidentemente ayudó a que "El rey" escalara posiciones en el mundo del cine. Hay incluso quien cuenta que en su camino hacia la cumbre hubo de someterse a relaciones con hombres que podían allanarle el camino. De hecho se especula que Gable vetó a George Cukor como director de "Lo que el viento se llevó" por entender que este director sabía los detalles picantes de esta escabrosa etapa del actor.
Pero llega un momento en el que, una vez alcanzada la cumbre con "Sucedió una noche" (1934) y disfrutando de las mieles del éxito y del Oscar que esa película le reportó, Gable se enamora perdidamente de un verdadero bellezón, la incomparable Carole Lombard (arriba en la foto se les ve juntos). Tras tres años de relación solo existía un "pequeño" impedimento para casarse con ella, los 289.000 dólares que le exigía su esposa, María Langham, para concederle el divorcio, una suma de dinero de la que el actor no disponía.
En esos tiempos Clark Gable es solicitado por su estudio para que asumiera el papel de Rhett Butler en "Lo que el viento se llevó", rol que no era del agrado del actor que intentaba por cualquier medio evitar intervenir en aquel trabajo. Pero cuando la necesidad aprieta...
Louis B. Mayer, el jefazo de la Metro, no era precisamente tonto y sabiendo donde le apretaba el zapato a Gable, le hace saber las consecuencias jurídicas que supondrían rechazar el papel, a la vez que lo tentaba astutamente y además de sus sustanciosos honorarios por la película le añadió una prima de 50.000 dólares destinada a arreglar los flecos que quedaran para hacer efectivo el divorcio de su esposa y poder casarse con la Lombard. Si a eso añadimos la pasión de su futura esposa por la novela de Margaret Mitchell y el fin de semana que le prometieron libre para poder casarse nos podemos imaginar el resultado de la negociación.
Para todo el mundo resultaba una incógnita saber que era aquello "que el viento se llevó", era algo indeterminado, excepto para la ya citada María Langham, que tenía muy claro que aquel viento lo que se llevó de su lado fue a Clark Gable a cambio de una abundante lluvia de dólares. No sé si pondría muchas objeciones, pero me puedo imaginar a Gable, caso de haberlas puesto, ensayando con ella aquello de "Francamente querida, me importa un bledo". Con el divorcio arreglado se abría paso al matrimonio de Clark Gable y Carole Lombard, una de las parejas más glamourosas de la historia del cine.
No tendría mucha suerte Gable y tras aproximadamente tres años de matrimonio y después de que Carole Lombard protagonizara la maravillosa película de Lubitsch "Ser o no ser" (1942), la actriz moría en un trágico accidente de aviación. Gable totalmente roto se alistó en el ejército para intentar olvidar lejos del mundo de la farándula. En la guerra participó en al menos cinco misiones de bombardeo sobre Alemania a bordo de un B-17 y llegó a alcanzar el grado de capitán además de un par de medallas al valor. Hasta se cuenta que Hitler ofreció una recompensa a quien capturara vivo al actor, que por lo visto era uno de sus estrellas favoritas.
Tras la guerra retomó su carrera como actor y con los años volvería a casarse, siguiendo su línea, con dos mujeres ciertamente acaudaladas, primero con Sylvia Ashley y después con Kay Williams. No cabe duda que después de estos cinco matrimonios, y de la cantidad de amoríos que se le atribuyen. entre ellos Grace Kelly, Joan Crawford, o Loretta Young -con la que al parecer tuvo un hijo en singulares circunstancias-, Glark Gable podía ser considerado, no solo el rey de Hollywood, si no también, y con justicia, como el verdadero Rey del gallinero.
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Eso es lo que canta el coro de muchachas polovtsianas en la pieza "Uletáy na krýliaj vetra...", de las maravillosas "Danzas Polovtsianas" incluidas en la opera "El Principe Igor", la obra más celebrada del compositor ruso Alexander Borodin, arriba en un retrato de Ilya Repin. Sus inicios musicales fueron de aprendizaje autodidacta y solo cuando ya tenía 30 años comenzó a recibir clases de Balákirev, junto con el cual y con Rimsky-Korsakov, Mussorgsky y Cesar Cui formarían el conocido como "Grupo de los Cinco".
Pero la música no era, ni de lejos, la pasión central en la vida de Borodin, que en cierta ocasión se definió ante Liszt como un compositor de ratos perdidos: “Yo soy un compositor de domingos, señor Liszt”, refiriéndose con ello a que su creación musical nacía de los escasos momentos libres que le dejaba su dedicación absoluta a la química y a la medicina, campos en los que llegó a ser muy respetado por sus aportaciones científicas y que eran la fuente de sus ingresos y de su fama en vida.
A pesar de su corto repertorio, la calidad musical lograda por Borodin, le permite poder presumir de tener al menos tres obras entre las más famosas y representadas de la música clásica, la ya citada "Danzas Polovtsianas", a la que se une el poema sinfónico "Por las estepas del Asia Central" y el bellísimo "Nocturno" de su segundo cuarteto de cuerda. Tanto es así que se ha dicho que Borodin tiene el menor producto musical con el más alto promedio de excelencia para cualquier compositor en la historia. De este aspecto secundario de la música en su vida decía:
"La música... es una relajación de las ocupaciones más serias". "Como compositor que trata de permanecer en el anonimato, soy tímido de confesar mi actividad musical. Para otros es su principal ocupación, la ocupación y el objetivo de la vida. Para mí es un descanso, un pasatiempo que me distrae de mi principal actividad, mi cátedra. Me encanta mi profesión y mi ciencia. Me encantan la Academia y mis alumnos, hombres y mujeres, porque para dirigir el trabajo de los jóvenes, hay que estar cerca de ellos"
En cierta ocasión que hubo de permanecer en su casa, alejado de sus obligaciones a causa de una gripe, escribía:
"En el invierno yo no puedo componer, a menos de que esté enfermo y me vea obligado a abandonar mis clases. Así que, mis amigos, contrario a la costumbre, nunca me dicen ‘‘trata de estar bien’’ sino más bien ‘‘trata de enfermarte’’. Cuando la cabeza me explota, cuando mis ojos están llenos de lágrimas y tengo que sacar el pañuelo a cada minuto, es entonces cuando compongo."
Además de la química, la medicina y la música, Borodin tenía su interés volcado en la ayuda a cualquiera que precisase de su ayuda, a los estudiantes -que le adoraban-, a las mujeres, para las que, además de ser un firme defensor de sus derechos, llegó a crear una Escuela de Medicina en un tiempo en el que todavía era difícil ejercer esta profesión por el sexo femenino. Tanto es así, que a la muerte del compositor, durante una fiesta de disfraces, sus estudiantes mujeres le dedicaron el párrafo siguiente en el monumento que se le erigió en su tumba: “Al fundador, defensor y guardián de las clases de medicina para mujeres y al amigo de sus alumnos”. Al respecto de esta bonhomia y altruismo de Borodín resulta muy clarificador un texto que le dedica Rimsky Korsakov en su autobiografía:
“Cualquiera podía entrar en su casa a cualquier hora y era invitado a comer. Mi querido Borodín se levantaba en mitad de la comida y, entre quejas, te ponía un plato de comida. Su esposa Ekaterina sufría de asma y a menudo pasaba noches sin poder dormir. Alexander se levantaba y la acompañaba durante toda la noche, por lo que a menudo no dormía lo suficiente. Luego se podía dormir de cualquier forma y en cualquier lugar (…) La casa de Borodin era una casa de locos. No estoy exagerando, esto no es un símil poético (…) No, la casa de Borodin era un manicomio sin necesidad de símiles o metáforas. Siempre tenía un puñado de parientes necesitados viviendo con él, o simplemente gente pobre, o visitantes que estaban enfermos e incluso -hubo casos- locos de remate. Borodin se ocupaba de todos ellos, los trataba, los llevaba a los hospitales y luego los visitaba (…) Borodin escribía solo a ratos. Naturalmente, si había alguien durmiendo en otra habitación, o en un colchón, o sobre el suelo, el pobre Borodin no tocaba el piano para no despertarles.”
Lo dio todo para los demás y aun así consiguió una pizca de su tiempo para regalarnos a todos en general piezas como esta versión para dúo del coro inicial de las Danzas Polovtsianas del Principe Igor, en las voces de la soprano Daria Davidova y del tenor Yury Rostotsky.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 en Fuente Original