miércoles, 9 de julio de 2025

La integridad de Béla Bartók y su "Concierto para Orquesta"

 

"Yo no rechazo ninguna influencia, sea de fuente eslovaca, rumana, árabe o de cualquier otro sitio, con tal de que sea de una fuente pura, fresca y sana" (Béla Bartók)

De este cosmopolitismo de Bartók da buena prueba su capacidad para hablar en diez idiomas distintos. El compositor dio muestras de estar especialmente dotado para la música desde muy joven. Hay quien afirma que a los cuatro años dominaba algunas piezas al piano y es seguro que a los nueve ya componía sus primeras obras. Tenía pasión por la música folclórica y junto a Zoltán Kodaly se dedicó a rescatar multitud de piezas tradicionales de la música magyar recorriendo, fonógrafo en mano, gran parte de Hungría y Rumania, labor que posteriormente continuó por Europa central, los Balcanes y Turquía. Todo aquel caudal de influencias impregnó irremediablemente sus composiciones.

Su estilo musical era complejo, respetado y admirado si quieren, pero difícil de oír y disfrutar por el gran público, aun así, consiguió que obras como "Música para cuerda, percusión y Celesta" le dieran cierta notoriedad, permitiéndole dejar sus clases como profesor de piano.

Pero en 1940, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial hubo de marchar a Estados Unidos huyendo de los nazis. Su comportamiento íntegro le había llevado a un posicionamiento abiertamente contrario al antisemitismo y era igualmente contrario a las políticas presentes en su Hungría natal, directo colaborador de los extremismos llegados desde Alemania. En esta línea, se negaba a que sus obras fueran interpretadas en conciertos filo-nazis y hasta cambió de editor cuando este se afilió al partido extremista. “No puedo permanecer en un país donde el racismo se convierte en ley” decía el compositor.

En Estados Unidos la cosa no le fue del todo bien; su música, aunque respetada, no era especialmente apreciada por el gran público, los encargos no abundaban y los trabajos que conseguía estaban mal pagados. Para colmo de males su salud se resintió rápida y notablemente, siéndole diagnosticada con el tiempo leucemia.

Encontrándose su bolsillo bajo mínimos, un antiguo alumno suyo, el director de orquesta Fritz Reiner, supo de su apurada situación y conocedor del extremado orgullo del compositor, incapaz de pedir ayuda aun necesitándola decidió intervenir.  “La pobreza es una carga, pero la indignidad es un veneno” había escrito Bartók en un cuaderno personal, y en una carta era aún mas rotundo: “No aceptaré ninguna remuneración por una obra que no haya compuesto”. No era fácil ayudar a Bartók, de forma que Reiner hubo de buscar un ardid para socorrerle, siempre con el mayor tacto y discreción posible, para evitar la negativa del compositor.

Así, en 1943, Reiner contactó con Serge Koussevitzky, director de la Orquesta Sinfónica de Boston y acordaron hacerle un encargo musical a Bartók. Koussevitzky se encaminó al Hospital en el que estaba ingresado Bartók y allí le comunicó que su Fundación, a instancias de todos sus compatriotas húngaros, del director Fritz Reiner y del gran violinista Joseph Szigeti, le encargaba una obra en memoria de Natalie Koussevitzky. Por el trabajo tendría unos honorarios de mil dólares de la época, que fueron puestos en secreto por Fritz Reiner.

Bartók se puso a trabajar de inmediato, incluso todavía en el Hospital. El encargo le había procurado no solo unos ingresos necesarios sino también una ilusión, un norte, una meta. “Mi música cambió con los años, pero no por decisión externa: la evolución es parte del compositor si es sincero consigo mismo” decía Bartók en una carta fechada en 1942. Así, sin traicionar su estilo compositivo, pero si dulcificándolo un poco, decidió crear una obra que pudiera ser aplaudida por todos y que a la vez fuera todo lo compleja y profunda que su trayectoria le exigía.  Apenas tardó un par de meses en cumplir con el encargo.

El resultado fue el singular "Concierto para orquesta", una obra que tiene la estructura formal de una Sinfonía, pero en la que, de forma sucesiva, muchos instrumentos tienen momentos de lucimiento solista hasta tal punto de aparentar que la obra se trata de un concierto de una complejidad nunca vista. Era una apuesta de gran originalidad y atractivo que multiplicaba la idea de Brahms con su Doble Concierto o el del Triple Concierto de Beethoven. Ni que decir tiene que la obra, estrenada en diciembre de 1944 por la Symphony Hall de Boston dirigida por Koussevitzky, fue todo un éxito, tanto que dio a conocer a Bartók al gran público y le reportó nuevos encargos.

Aquel inesperado y postrero protagonismo alegró la vida del compositor durante el poco tiempo que le quedaba de vida, al saberse por fin reconocido y valorado por su arte.

Bartók podía cambiar un poco su forma de componer, pero no su forma de ser. Cuando supo que aquel encargo había sido una forma elegante de ayudarle, se sintió sumamente conmovido y en cierta manera avergonzado y aunque nadie se los reclamaba, guiado por su propia ética personal, tomó parte de los beneficios que le reportó el éxito del concierto y le devolvió a Fritz Reiner los mil dólares que aquel había aportado. Aquel gesto no estaba presidido por un orgullo mal entendido del compositor, solo era su forma de mostrarle su humilde agradecimiento a Reiner por su ayuda en un momento difícil para él.

Nueve meses después del estreno de su singular concierto, en septiembre de 1945, Bartók murió a causa de la leucemia que sufría. El Concierto para Orquesta, pleno de vitalidad y colorido, había llegado justo a tiempo para iluminar su nombre y el resto de su obra anterior, convirtiendo a Bartók en uno de los compositores más importantes del siglo XX.

Imágenes: De Wikimedia Commons - Dominio Públiclo CC0 - Img 1 - Img 2

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