"Retrato de Madame X" "La indecencia disfrazada de arte" (J.K. Huysmans)
Para muchos, la arriba retratada
es solo "Madame X", la del escándalo, pero esa incógnita no
era tal en la época en que fue retratada por John Singer Sargent, aquella
distinguida mujer era de todos conocida, la singular Virginie Amélie Avegno
Gautreau, una acaudalada dama que pronto se convirtió en toda una sensación
en los exclusivos salones parisinos. Su belleza era singular, su figura
llamativa y sugerente pero supo añadirle la magia de sus afeites; de ella se
decía que se empolvaba la piel con polvos de arroz lavanda hasta parecer de
porcelana, pero con un misterioso matiz azulado; su cabello tomaba el color de
la caoba gracias a tintes con henna y además de usar tintes oscuros en las
cejas y los labios, tenía la curiosa costumbre de aplicar un toque de colorete
en sus orejas. Podría parecer una mezcla desafortunada, pero Virginia lograba
lucir espectacular, logrando un resultado equilibrado, original y sobre todo
atrevido, que la hacía resaltar allá a donde se presentara.
Sargent, ante aquella mujer que
ya de por sí parecía una obra de arte en movimiento, se obsesionó por pintarla
y lograr captar con su arte la belleza de una mujer que consideraba todo un
reto. En esta ocasión no era la modelo la que acudía al pintor, sino todo lo
contrario. Así lo decía en una carta: "Tengo un gran deseo de pintar su
retrato y tengo razones para pensar que ella lo permitiría, y está esperando
que alguien se lo proponga como un homenaje a su belleza... debes decirle que
soy un hombre de un talento prodigioso."
Y sin dudas lo era. Sargent,
aunque estadounidense, había nacido en Florencia y pasó toda su vida en Europa,
hablaba cuatro idiomas y sus modales eran exquisitos; su forma de atender los
largos y tediosos posados era novedosa y lograba hacer de la elaboración del
retrato una experiencia diferente. No solo tocaba el piano de forma excelente
durante los descansos en las sesiones o daba conversación inteligente a las damas
que acudían a su estudio, es que además su forma de entender el retrato y su
forma de manejar los pinceles resultaba totalmente nueva y moderna, con todo
lo cual, pronto se convirtió en un codiciado retratista entre las clases
acomodadas que por entonces demandaban imágenes que supieran captar el glamour
y alta posición de sus personas.
Sargent sabía sacar el mejor
partido a sus modelos, buscaba la luz más adecuada y se esforzaba por conseguir
poses originales y favorecedoras que hicieran de cada retrato algo único. En el
tratamiento del rostro tenía el don de hacer aflorar la personalidad y
distinción del retratado, dándole una viveza muy apreciada por todos.
"Había hecho que todos parecieran más glamurosos. Más altos. Más delgados. Pero todos ellos tienen carácter, cada uno de ellos tiene un carácter diferente"
Consciente de la importancia que tenía para las retratadas, Sargent no olvidaba los detalles como las joyas y complementos e inteligentemente daba un tratamiento especial a los lujosos vestidos de las modelos para que lucieran como era debido en todo su esplendor. Y ni que decir tiene, era muy cuidadoso en atenuar cualquier detalle que pudiera ensombrecer el resultado y la dignidad de la modelo.
Por supuesto, Virginie Gautreau,
aceptó la propuesta del pintor. Como recién llegada a la élite, esperaba que el
retrato la ayudara a ser aceptada entre la vieja nobleza. Todo detalle era
importante y la modelo eligió un espectacular vestido de noche en terciopelo
negro, que a la par que provocaba un intenso contraste con su blanquísima piel,
entallaba magníficamente su cintura. El amplio escote, parecido a un palabra de
honor, dejaba desnudos sus hombros, realzaba su elegante cuello y se encontraba
rematado con unos finos tirantes, en los que centelleaba un cierto brillo
metálico o de pedrería que contrastaban con la negrura absoluta del vestido.
El escándalo fue a mayores y John
Singer Sargent se vio en la necesidad de repintar la obra para
recolocar el conflictivo tirante en su sitio. Virginia Gautreau, abochornada,
se vio empujada a abandonar la ciudad, evitando así de los hirientes
comentarios de los que era objeto. Pero con el tiempo el cuadro se convirtió en
lo que ella esperaba, en su mejor embajador, en una muestra de elegancia,
distinción y atrevimiento. Curiosamente, Virginia Gautreau terminó por posar,
unos años después, nuevamente con un tirante bajado, esta vez para el pintor
Gustave Courtois. Ya no hubo escándalo alguno. Aquel detalle, aquella
frivolidad del tirante caído, acabó por convertirse casi en su enseña, en un símbolo.
John Singer Sargent, que hubo de quedarse durante un tiempo con el "escandaloso" retrato en su estudio, pudo con los años venderlo al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, donde ahora se expone, diciendo: "Supongo que esto es lo mejor que he hecho" (con permiso de su fabuloso retrato de Lady Agnew de Lochnaw del que ya hablamos en este blog)
Imágenes: De Wikimedia Commons - Dom. Público (CC0) - Fuentes a Imagen 1 - 2 - 3
No hay comentarios:
Publicar un comentario