En la isla de Salamina hay una apartada gruta que es
conocida como “la cueva de Eurípides”, sobre la que existe la leyenda de que
era allí, donde apartado del bullicio de Atenas, escribía Eurípides sus
tragedias. Quién sabe si realmente fue ese el lugar donde escribió su "Orestes",
una de sus grandes obras y también una de sus grandes decepciones.
Según la leyenda, la primera representación de "Orestes" fue
todo un fracaso. Eurípides era más trágico que Esquilo y Sófocles (que ya es
decir) y sus obras debían mantener el tono adecuado para lograr transmitir la
profundidad y complejidad psicológica de sus personajes. Al actor Hegéloco, en
un momento de gran tensión de la obra se le trabó la lengua y en vez de decir
"galēnē" (calma) dijo "galên" (comadreja) con lo cual un
pasaje que, más o menos debía decir "después de la tormenta llega la calma" se
convirtió en "después de la tormenta llega la comadreja”. El error, en medio de tanta tensión dramática,
provocó una explosión de carcajadas de los asistentes y pronto el escenario se llenó de objetos lanzados por un público que se tomaba muy en
serio sus tragedias. Hegéloco, ridiculizado, no volvió a actuar. Para Eurípides
no fue bastante consuelo que posteriormente la obra lograra el éxito, según
algunas fuentes, abochornado por el suceso, abandonó Atenas y pasó sus últimos
años en Pella, en la corte del Rey Arquelao de Macedonia.
Su obra fue objeto de numerosas críticas, por ejemplo, era
acusado de misoginia, especialmente por parte de Aristófanes, debido a su
tendencia a presentar a las mujeres como seres dominados por las pasiones,
traicioneros o desenfrenados, baste recordar a Medea, Fedra o Clitemnestra,
pero también es cierto que fueron obra suya los personajes femeninos más
complejos y profundos de todo el teatro griego. Y no solo eso, por su tendencia
a mostrar una visión crítica con los dioses tenía fama de impío. Sus personajes
no dudaban en cuestionar los actos divinos y revelar las contradicciones y
crueldad de los mitos. A raíz de esta supuesta impiedad, se forjó la falsa
leyenda de que murió devorado por perros rabiosos y que incluso en el lugar
donde yacía su cuerpo nació una fuente de aguas ponzoñosas. No parece que se le
tuviera demasiado cariño.
Puede que, por esa capacidad suya de salirse de lo
establecido fuera tan admirado por Sócrates, que, si bien rara vez iba al
teatro, no faltaba si lo que se representaba era una obra de su amigo Eurípides.
Supongo que, ante la opinión tan negativa de muchos, sería un alivio para el
autor de “Orestes” contar con el aplauso de alguien tan valioso y exigente como
Sócrates.
En la imagen aparece una copia romana de un original griego de un busto de Eurípides presente en el Museo Pío Clementino de la Ciudad del Vaticano.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Fuente Original
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