viernes, 19 de diciembre de 2025

Enrico Caruso fuera del escenario

 

Enrico Caruso, para algunos el mejor tenor de la historia, se definía así: «Un gran pecho, una boca grande, noventa por ciento de memoria, diez por ciento de inteligencia, mucho trabajo duro y algo en el corazón»; un corazón que nunca olvidó sus orígenes humildes y las privaciones pasadas durante su infancia. «Conozco la pobreza. He nacido en ella y sé lo que significa», decía el tenor. Puede que por ello hubiera situaciones en las que se mostraba tan generoso y a la vez orgulloso de la voz que le había dado fama y reconocimiento mundial. Algunas anécdotas suyas dan buena prueba de ello.

Se cuenta que un grupo de italianos, ya dispuestos para ir al frente en la Primera Guerra Mundial, se encontraron con el tenor en la calle y le dijeron que eran pobres, que nunca habían podido permitirse ir al teatro para oírle cantar y que no querían marchar a la guerra sin haber tenido el honor de escuchar la voz de su famoso compatriota. A tal efecto habían reunido entre todos doscientos dólares y le pedían por favor que, aun siendo conscientes de que era poco dinero el que le ofrecían, les cantase una sola canción. Caruso, profundamente emocionado, rechazó los doscientos dólares de los soldados y estuvo toda la noche cantando para ellos en privado, lo mejor de su repertorio. El tenor solía decir: «Bisogna soffrire per essere grande» o lo que es lo mismo «Para alcanzar la grandeza es necesario sufrir».

Se cuenta que siendo ya famosísimo, en una época en la que sus representaciones en Nueva York se contaban por éxitos (llegó a dar 863 representaciones en el Metropolitan) y mucha gente quedaba en la calle sin poder acceder, se presentó en un banco al objeto de cobrar un cheque por una importante suma. El empleado del banco le pidió que se identificara con algún documento y Caruso, que no llevaba ninguna documentación encima, alegó ser una persona conocida, que era Enrico Caruso, que todos sabían quién era. El empleado, muy metido en su papel, le dijo que no podía hacer nada, que necesitaba algún documento que diera certeza de su identidad. A Caruso no se le ocurrió otra cosa que ponerse a cantar, como buen napolitano que era, el O sole mio. El revuelo que se armó en torno suyo, de aplausos y reconocimientos, fue monumental y así, el empleado del banco, satisfecho con su voz como documento de identidad, le abonó el cheque de marras.

En otra ocasión se cuenta que tenía Caruso una cuadrilla de albañiles en su casa haciendo reparaciones y, como era habitual, el tenor no paraba de cantar arias ejercitando su voz. Llegó un momento en el que se le acercó el encargado de los trabajadores y le preguntó a Caruso que si deseaba que terminasen pronto los trabajos, a lo que el tenor contestó evidentemente que sí. Entonces el encargado le pidió por favor que en tal caso dejase de cantar. Caruso, sorprendido, preguntó que cuál era la razón por la que debía dejar de cantar en su propia casa. El encargado le contestó que cada vez que comenzaba un aria, los obreros paraban su faena para escucharlo embobados y no la reanudaban mientras estuviera cantando, y así no terminarían nunca. Caruso comentaba que esta sencilla anécdota le supo mejor que muchos aplausos en grandes teatros.

Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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