domingo, 21 de septiembre de 2025

Marilyn, Grúshenka y la Venus de Milo

 

Existen muchas fotografías de Marilyn con un libro entre las manos. Podría pensarse que se trataba de una pose estudiada, pero no era el caso. Su biblioteca personal reunía más de cuatrocientos volúmenes, con una presencia destacada de los clásicos rusos: Chejov, Tolstoi o Dostoievski.

Esa Marilyn inquieta culturalmente contrastaba con la pública, la que podía sentir cierta falta de confianza ante las cámaras, ansiedad escénica si quieren llamarlo así, una situación que provocaba el olvido de sus frases de forma reiterada con la consiguiente desesperación de los directores. Billy Wilder tuvo que repetir una escena en "Con faldas y a lo loco" treinta veces y solo tenía que decir: "It's me, Sugar".

Pero curiosamente, en un ambiente seguro, tenía una conversación rica y ágil, que podía llegar a ser apasionada cuando se hablaba de algún libro que ella hubiera leído. En este sentido, Arthur Miller, su marido, mencionó que absorbía ideas y textos con intensidad y sensibilidad. Como alumna en el Actors Studio, lejos de la presión de los focos, también demostraba una gran capacidad para recordar fragmentos de poesía o pasajes literarios.

La imagen pública que tenía era diametralmente opuesta a la de una mujer con ambiciones intelectuales. Era, por así decirlo, a ojos de todo el mundo, la rubia tonta de sus películas.

Cuenta su biógrafo, Donald Spoto, que en 1956, durante una rueda de prensa dada en Nueva York en compañía de Laurence Olivier, se anunció su colaboración en "El príncipe y la corista". En aquella pareja, él representaría el talento como actor y ella, si acaso, tan solo una cara bonita y un cuerpo sugerente. Pocos en aquella rueda de prensa podían imaginar que Marilyn acabaría eclipsando a uno de los mejores actores del mundo en una película dirigida por el propio Sir Laurence para su mayor lucimiento.

El caso es que, en el transcurso de la entrevista, un periodista, con no poca ironía, le preguntó si era cierto que quería interpretar "Los hermanos Karamazov" y de ser cierto, qué papel interpretaría. La ocurrencia provocó carcajadas entre los presentes que ya imaginaban a Marilyn con barba dando vida a uno de los hermanos.

Ella contestó con un destello de irritación en el rostro:

—No quiero interpretar a los hermanos. Quiero hacer el papel de Grúshenka. Es una chica.

Como apunta Spoto en la biografía dedicada a la actriz:

"No dijo más, antes que sugerir abiertamente que buena parte de los periodistas que más reían probablemente habían estado demasiado ocupados estudiando en la escuela de periodismo como para leer el libro."

Pero la broma siguió y uno de aquellos periodistas la desafió con ánimo de ridiculizarla:

— Marilyn, deletree el nombre "Grúshenka"

—Averígüelo usted —respondió bruscamente la actriz

Podía intentarlo una y otra vez, pero en ella solo veían al personaje de sus películas.

Grúshenka era una mujer muy hermosa, de una belleza que es capaz de despertar grandes pasiones y por ello se convierte en uno de los pilares emocionales de una de las novelas capitales de la historia de la literatura. Un papel que Marilyn consideraba adecuado para sí misma tras haber leído el libro de Dostoievski. El escritor, a grandes rasgos —conservando el detalle, pero no la literalidad— la describe así en su obra:

De buena talla, sus movimientos eran suaves y silenciosos, de una suavidad que estaba en perfecta armonía con la dulzura de su voz. Su rostro revelaba con exactitud sus veintidós años. Su piel era blanquísima, con tonalidades de un rosa pálido y lucía una magnífica cabellera de color castaño, unas cejas oscuras y unos ojos admirables, de un gris azulado, enmarcados por largas pestañas. El hombre más indiferente, más distraído, el más extraviado entre la multitud durante el paseo, no habría dejado de detenerse ante este rostro y no habría podido olvidarlo en mucho tiempo. Bajo su chal se dibujaban unos hombros llenos y unos senos firmes de mujer joven. En aquel cuerpo se presumían las formas de la Venus de Milo, pero con proporciones algo más exuberantes.

Sin duda Marilyn habría sido una magnífica Grúshenka. Imagínenla. Basta volver a mirar esa foto inicial en la que la actriz evoca a la Venus de Milo, rediviva en la piel de una mujer que el mundo no quiso escuchar, la misma Venus que intuía Dostoievski en el cuerpo de la inquietante Grúshenka.


Imagen: Tomada de la magnífica página Doctor Macro - Fuente Original

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