Marco Licinio Craso, el triunviro junto a Cesar y Pompeyo,
fue un personaje harto singular en la historia de Roma. De familia plebeya
ennoblecida, tuvo de su parte el don de la oratoria y un desmedido afán de
poder y de riquezas. Heredó de sus antepasados el cognomen de “Dives” que significa
literalmente "Rico", un apelativo casi profético para quien acabaría
acumulando una fortuna legendaria. Incluso hoy, si se ajustaran las cantidades,
su patrimonio personal lo situaría entre los hombres más ricos de la historia,
junto a Bezos, Musk o Bill Gates.
Parte de su fortuna procedió de la especulación
inmobiliaria. Se cuenta que creó el que podría considerarse el primer cuerpo de
bomberos de la historia, aunque no con intenciones altruistas precisamente. Plutarco
cuenta que Craso poseía centenares de esclavos altamente cualificados, muchos
de ellos constructores, arquitectos o de los más variados oficios y eran para él
más valiosos incluso que sus minas de plata.
Cuando había algún incendio en Roma, acudían sus esclavos,
en lo que se podría definir como una especie de cuerpo privado de bomberos.
Estos se ofrecían a sofocar el fuego sólo si el propietario vendía la propiedad a
Craso. De negarse el fuego continuaba su labor y el precio iba bajando
vertiginosamente. Finalmente, los propietarios, al verse acorralados por las circunstancias
y ante la posibilidad de perderlo absolutamente todo, accedían a vender la
propiedad muy por debajo de su valor y Craso se encargaba posteriormente de
reconstruir el inmueble y especular con el.
Ansioso de gloria y triunfo, armó un ejército con el que derrotó al tracio Espartaco. Para ello hizo que sus propios legionarios le tuvieran más miedo a su persona que al gladiador rebelde. Cuando parte de sus hombres, tras un primer encuentro con las tropas de Espartaco, se retiraron en desbandada del campo de batalla abandonando sus armas, no dudo en aplicar un castigo ya olvidado, la decimatio, con el que ejecutó ante sus compañeros y por sorteo a uno de cada diez legionarios.
La disciplina fue férrea desde entonces. Nadie se atrevería a dar un paso atrás y la victoria final sobre el temido gladiador no tardaría en llegar. Cruel en la derrota y en la victoria, mandó crucificar a seis mil prisioneros del ejército de Espartaco en la Vía Apia, desde Roma hasta Capua.
Craso nunca llevó bien que no le concedieran un
"triunfo" público por su victoria sobre Espartaco. El
hecho de su victoria fuera sobre “simples” esclavos le quitaba mérito a su
logro a los ojos del Senado y solo le entregaron una "ovación" por
doblegar al correoso gladiador que tantos temblores de piernas provocó en la
todopoderosa Roma.
Su ambición no tenía límites y, decidido a buscar nuevos honores y reforzar su poder, saqueó el tesoro del templo de Jerusalén y, con las miras puestas en su ansiado paseo triunfal, emprendió una campaña contra los temidos partos. Craso error por su parte podría decirse, aunque la palabra nada tenga que ver con su persona. Sus treinta y cinco mil hombres fueron derrotados en la batalla de Carrás en el 53 a.C por el general Surena.
Cuando Craso resultó apresado, los partos, que era sabedores de su codicia sin límites, decidieron ejecutarlo, según refiere la leyenda, obligándole a tragar el oro fundido que vertían en su boca mientras entre burlas le decían: “Sacia ahora tu sed de oro”.
De sus siete legiones, unos diez mil hombres quedaron deportados por los partos a una zona que ahora se correspondería con Turkmenistán. Serían estos legionarios quienes, según una tradición posterior, formarían la legendaria Legión perdida
Craso tenía 62 años al morir y una fortuna de 200 millones de sestercios.
Una cantidad fabulosa que, sin embargo, a él seguía pareciéndole poco.
El busto de Marco Licinio Craso se expone en el Louvre (Paris) y data de mediados del siglo I.
Imagen: De Wikimedia Commons - Fuente Original (CC BY-SA 2.0)
No hay comentarios:
Publicar un comentario