lunes, 1 de septiembre de 2025

Las mil manías de Duke Ellington

 

Duke Ellington es unánimemente reconocido como el "súmmum" del jazz, pero más allá de la música él mismo era un personaje harto curioso. En el mundo del jazz hay un “Prez” (Presidente), nada más y nada menos que el saxofonista Lester Young, pero casi se lo podría haber apropiado Ellington por méritos propios. No en vano, Duke se apellidaba Kennedy —Edward Kennedy Ellington—, su madre se llamaba Daisy Kennedy y su padre trabajó en la Casa Blanca. Con esos datos ya casi lo podríamos imaginar gobernando los EE.UU. Lástima que su padre fuera solo el mayordomo en la casa presidencial y la rama de los Kennedy a la que pertenecía, como pueden imaginar, poco tuviera que ver con la de JFK.

Era la suya, en cualquier caso, una familia acomodada en la que Ellington, al contrario que la inmensa mayoría de las estrellas del jazz, recibió una educación esmerada; de hecho, fue de los pocos jazzistas de aquella época inicial que sabían leer música.

Curiosamente su mote no procede del mundo de la música. En la adolescencia tenía un amigo que era todo glamour y sofisticación, vestía como un dandi y siempre iba a las mejores fiestas; Ellington era como un complemento que iba a su lado y como su amigo siempre debía llevar lo mejor, empezó a llamarle "Duke" (Duque). "Para resaltar mi compañía y amistad me dio ese título", decía el músico. Le quedó de lujo el mote en esa aristocracia del jazz de la que ya hemos hablado otras veces.

La buena educación que le dieron sus padres le convirtió en un ser refinado, un poquito vanidoso, rebosante de ingenio y un puntito zalamero y embaucador, lo que le ayudó sobremanera con las mujeres y, con el tiempo, a mantener unida su maravillosa Big Band. Pero si había algo que le caracterizaba por encima de todas las cosas era el sinfín de supersticiones y manías que pululaban por su cabeza y condicionaban su comportamiento.

Sentía verdadero pánico a viajar en barco, intentaba evitar los aviones y adoraba el tren con el que se desplazaba con su orquesta por todo el país. Vestirse no era un asunto sencillo. No volvía a ponerse un traje si se le caía un botón, detestaba el color amarillo y adoraba, en cambio, el azul. No era amigo de recibir como regalo zapatos, y menos aún de regalarlos, pues pensaba que con ellos podía irse y no volver un amigo. Nunca usaba reloj, pero estaba cada dos por tres preguntando la hora y por supuesto había personas a las que consideraba verdaderos gafes, a los que rehuía, rogando que no se cruzaran en su camino, como un gato negro.

Una de sus supersticiones más curiosas y más difícil de gestionar en una orquesta como la suya era su total incapacidad para despedir a alguien de la banda. No le quedaba otra que buscar la forma de que el músico se fuera por propia iniciativa, decisión que sin duda Duke le ayudaba a tomar porque desde el mismo momento en el que decidía que era un músico prescindible le hacía la vida imposible, o bien contrataba a alguien que tocara el mismo instrumento mejor que aquel y se lo colocaba al lado para oscurecerlo.

Y para redondear su rareza resulta que tenía a los viernes 13 como un día de buena suerte, pues había estrenado varios shows exitosos en ese día y los tenía como una buena señal.

Pero más allá de todas estas manías, en lo que de verdad importa, Duke era una maravilla, ya fuera como músico, como pianista, como líder de una orquesta siempre perfectamente conjuntada y como compositor de muchas de las mejores piezas de la historia del jazz. Sus temas (compuso más de mil) rebosan esa magia que te hace mover los pies, ese swing que solo alcanzan algunas composiciones, a pesar de lo cual, Ellington solía decir:

"Ningún texto musical es swing.  No se puede escribir el swing, ya que el swing es lo que sacude al auditor y no hay swing en tanto que la nota no ha sonado. El swing es un fluido y aunque una orquesta haya tocado un trozo catorce veces, puede ocurrir que sólo le salga con swing a la decimoquinta vez."

Para conseguirlo se aseguró de tener en su banda a los mejores músicos y cantantes de la historia del jazz desde sus tiempos del "Cotton Club" en los años 20 hasta el mismo año de su muerte en 1974 en el que seguía al frente de su orquesta, con 75 años.

Sus miedos y supersticiones no le impidieron elevar el estatus del jazz hasta cotas desconocidas, gracias a la elegancia y distinción que imprimió a su música y que constituyeron su sello personal.

Imagen: Fuente

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