Orson Welles siempre llevó como una cruz la etiqueta de
genio y haber dirigido su gran obra maestra, "Ciudadano Kane", con tan solo 24 años. Sus
siguientes películas estuvieron marcadas por el recelo de los estudios hacía un
director que no reparaba en gastos y era totalmente refractario a cualquier
interferencia en su trabajo. Conseguir financiación para cualquier nuevo
proyecto era para él una tarea casi imposible. Puede que por eso, tras los
trabajos en "El Cuarto mandamiento" (The Magnificent Ambersons, 1942),
película brutalmente mutilada por los estudios en la fase de montaje, "El
Extraño" (1946), la soberbia "La Dama de Shanghai" y "Macbeth",
ambas de 1947, decidiera marchar a Europa en busca de nuevas posibilidades y un
poco más de respeto artístico. Welles no solo se entregó gozosamente a la
cultura del viejo continente, sino también a sus placeres y a su gastronomía.
Cinematográficamente hablando, en Europa la cosa no fue
mejor. Logró rodar con grandes dificultades "Otelo" en 1952, que resultó ganadora
de la Palma de Oro en Cannes y "Mr. Arkadín" en 1955. Pero aquellos
diez años fueron más una travesía del desierto que un paraíso, por lo que
decidió volver a Hollywood para rodar e interpretar una de sus grandes
películas: "Sed de Mal" (Touch of evil - 1957).
Se había marchado de Hollywood rondando los cien kilos y aunque durante sus diez años en Europa, la buena mesa y la ansiedad le procuraron al menos 15 más, estaba muy lejos de aparentar físicamente, ni el aspecto decrépito ni la obesidad mórbida con la que había caracterizado al Teniente Hank Quinlan, que fácilmente aparentaba tener 140 o 145 kilos.
Y cuento todo esto para ponernos en situación y comprender la falsedad y la hipocresía que se mueve en cualquier ámbito, pero concretamente, en esta historia, en el mundo del cine, de sonrisas falsas y puñales por la espalda. Lo contaba el propio Orson Welles en el libro "Ciudadano Welles" de Peter Bogdanovich:
"Decidí celebrar una fiesta para todas esas grandes figuras de los viejos tiempos de Hollywood que han sido amigos y a los que no he visto durante mucho tiempo por haber estado en Europa durante casi diez años; para demostrar a mis amigos —Sam Goldwyn y Jack Warner y muchos otros— que todavía me acordaba de ellos. Se me había hecho tarde. Estuve rodando Sed de mal y pensé: «No tengo tiempo para quitarme todo este terrible y enorme disfraz y el maquillaje», puesto que tardaron una eternidad en ponérmelo (cojines de relleno en el estómago y en la espalda, veinticinco kilos en total, y toda una horrible mascarilla de maquillaje para hacerme parecer más viejo). Me fui a casa, pues, sin cambiarme y cuando llegué a ella, ya estaban allí todos esos amigos y, antes de darme la oportunidad de explicarles que tenía que subir al piso de arriba para quitarme el disfraz y el maquillaje, salieron a mi encuentro para saludarme y me dijeron: «¡Hola, Orson! ¡Vaya, tienes un aspecto estupendo!»."
Aquella grotesca máscara de corrupción y falsedad construida para Quinlan fue saludada por Hollywood como si fuera el verdadero rostro de Welles. No debió de halagarle demasiado.
Sobre lo que no pudieron mentir, mientras dibujaban una media sonrisilla en la boca, es acerca de la película: "Sed de mal". Aún hoy sigue teniendo un aspecto estupendo. Una de las grandes joyas del cine.
Imagen: Cortesía de Doctor Macro - Fuente original
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