Es cierto que el cine español no siempre ofrecía suficientes
oportunidades para el lucimiento dramático de sus actores, máxime cuando siempre
ha existido una necesidad imperiosa de asegurar la taquilla. López Vázquez era un actor verdaderamente camaleónico: “El actor tiene que ser humilde, porque lo que hace
no es suyo: es de los demás. Un día interpretas a un pobre hombre y otro día a
un señor con sombrero de copa” decía un intérprete al que en nuestro país le
tocó reproducir decenas de veces, con la ayuda de la caricatura, al hombre medio,
cargado de problemas y frustraciones tanto económicas como eróticas.
Le bastaron unas cuantas películas
dentro de su extensa filmografía para demostrar de lo que era capaz fuera del
terreno de la comedia. Baste recordar el estremecedor y multipremiado cortometraje "La
Cabina" (1972), o títulos como: "Mi querida señorita" (1972),
"El bosque del lobo" (1970), "La prima Angélica" (1974) o “Peppermint Frappé" (1967).
Precisamente a raíz de esta última película, cuando la vio
Charles Chaplin, movido por la participación de su hija Geraldine en ella, exclamó que
López Vázquez era “el mejor actor del mundo”.
Y no fue el único. George Cukor, el director de “My Fair Lady”, tuvo la oportunidad de
trabajar con López Vázquez en "Viajes con mi tía" (1972). El director
quedó tan impresionado que, años después, en 1981, el periodista Joaquín Soler
Serrano contaba en el programa "A fondo” durante una entrevista al actor:
"Estuve en Hollywood haciéndole una entrevista a George Cukor, en su casa, cerca de Beverly Hills, y me estuvo contando allí que uno de los actores más extraordinarios que había conocido en su vida fuiste tú. Y me dijo: ‘Estuve haciendo una película con él en España —la única que hizo en España "Viajes con mi tía"—. Es un actor tan extraordinario que yo le animé a que estudiara inglés y a que se viniese aquí, porque sería el número uno del mundo. Pero es una pena que ese hombre, tan importante y tan valioso, no le dé la gana de estudiar inglés y hemos perdido un gran actor mundial. A ver si usted le anima a que lo estudie me dijo’. De modo que a ver si se anima”.
Cuando José Luis López Vázquez escuchó esas palabras,
puede que pensara, separando las sílabas como de vez en cuando hacía en sus
comedias: "Fi-gú-ra-te, i-ma-gí-na-te, tré-men-do", pero en vez de eso contestó al entrevistador con humildad y la dosis justa de humor patrio:
“Será en otra reencarnación, si es que la hay. Yo soy manchego acérrimo, no hay manera. Tengo una atonía idiomática total y absoluta. Me ofrecieron de todo, sí, pero yo soy un poco como el árbol, allá donde crece, allí se realiza, y no tengo otras alternativas ni mayores aspiraciones”.
Quizá por eso, al final, los verdaderos admiradores, amigos, esclavos y siervos debemos ser nosotros: los humildes aficionados al cine, rendidos ante la grandeza de un actor irrepetible.
Insisto: ¡I-rre-pe-ti-ble!
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