lunes, 29 de septiembre de 2025

Jan van Eyck y el secreto del "Hombre del turbante rojo"


Hubo un tiempo en el que los pintores flamencos revolucionaron la historia del arte. Uno de sus máximos exponentes fue Jan van Eyck, hombre de confianza de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, para quien además de como pintor prestó servicios como diplomático e incluso se especula que como espía.

Van Eyck no sólo era capaz de dotar a sus obras de un realismo hasta entonces desconocido sino también de una atmosfera singular, casi mágica. Para ello fue esencial su decidido uso del óleo, una técnica de la que, si bien no fue el inventor, como tantas veces se repite, sí fue quien la perfeccionó hasta imponerla como medio ideal para conseguir unos resultados nunca antes vistos. El óleo aportaba brillantez, transparencias, y una profundidad cromática inimaginables con otras técnicas. Además, ofrecía la posibilidad de rectificar, lo que ayudaba a la aspiración última de alcanzar la deseada perfección.

Miguel Ángel, por el contrario, desconfiaba de esta técnica y llegó a decir que, por esa posibilidad de realizar retoques, el óleo era una forma de pintar para personas sin carácter. Él, que pintaba con tanta solvencia en un medio tan exigente como el fresco podía permitirse afirmaciones de ese tipo.

De Jan van Eyck podríamos presentar aquí sus obras más famosas como el Políptico de Gante (1432) o "El Matrimonio Arnolfini" (1434), lienzos que le llevaron a ser conocido en su tiempo, y con razón, como "el rey de los pintores". Sin embargo, para hablar de Van Eyck, hemos elegido el soberbio retrato del "Hombre del turbante rojo" (1433), una tabla pequeña, apenas del tamaño de un folio, que concentra un apasionante mundo de detalles por descubrir en el rostro de un personaje cuya identidad desconocemos.

De la vida de Van Eyck sabemos muy poco, pero todos los indicios apuntan a que este cuadro es en realidad un autorretrato. Esa forma de mirar directamente al espectador, ese nivel de detalle en la fisonomía y los rasgos, ese porte con el que parece desafiar al tiempo muestran a alguien orgulloso de sí mismo. Y Van Eyck lo estaba, como nunca antes lo había estado otro pintor. No en vano, un año antes había concluido el prodigioso "Políptico de Gante", ganándose la admiración de todos.

Esa consciencia del valor de su arte y de su valía personal no era habitual en una época en la que los pintores eran casi unos artesanos más. Van Eyck, en cambio, se afirmó como autor. Prueba de ese sentimiento de orgullo es el hecho de que el pintor fue de los primeros artistas que firmaban sus obras con un significativo: "Jan van Eyck me hizo", o como en "El matrimonio Arnolfini" con un "Van Eyck estuvo aquí", al más puro estilo grafitero. Pero su osadía todavía podía ir más lejos.

En el "Hombre del Turbante Rojo", obra expuesta en la londinense National Gallery, quiso firmar de una forma especial, que luego casi se convirtió en un lema personal. En el marco del cuadro incluyó el consabido "Jan Van Eyck me hizo el 21 de octubre 1433", pero en la parte superior del marcó pinto: “ΑΛΣ ΙΧ ΧΑΝ”, palabras griegas que en neerlandés equivaldrían a "Als ich can", una divisa que puede traducirse por "Como yo puedo" o “Lo mejor que puedo”.

Tal cual, podría interpretarse como un gesto de humildad, pero al leerla, se atisba algo más. La frase parece que no estaba elegida al azar. Fonéticamente "Ich" suena como "Eyck", de modo que su divisa: “Als ich can” podría entenderse al ser leída, con un sentido muy revelador: "Como Eyck puedo", es decir, una declaración de orgullo y maestría: “Pinto así porque yo, Van Eyck, puedo”.

Un genio absoluto que no solo revolucionó el arte de la pintura, sino que también supo reclamar para los grandes en su oficio el estatus de creadores y maestros. El turbante rojo le sirve como corona a un rey de la pintura que siente su autorretrato como un manifiesto de su talento, una atalaya desde la que mira desafiante al futuro. Simplemente, “porque él puede”.


Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público - CC0

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