Su madre, le dejó una mejor herencia: la belleza. No en vano
Romilda Villani llegó a ganar un concurso de la MGM como “La Greta Garbo
Italiana” y estuvo a punto de marchar a Hollywood para triunfar en el cine. La
férrea oposición de sus padres se lo impidió. Por supuesto su hija no
encontraría en ella esas mismas trabas y se esforzó lo indecible por
aconsejarla bien y promocionarla.
Pronto se trasladó la Loren a Pozzuoli, una pequeña
localidad napolitana, donde padeció las estrecheces provocadas por la guerra.
De pequeña era tan delgada que la llamaban “Stuzzicadenti” o lo que es lo
mismo, palillo o mondadientes. Con los años y una situación mejor llegaron las
curvas. El caso es que aquel palillo pasó a ser “La Lazzaro” y tenía buen ojo
el que le puso el apodo porque aquella chiquilla tenía un cuerpo que resucitaba
a los muertos. Tanto gustó este mote a la Loren que durante sus primeras películas
se hizo llamar Sofia Lazzaro.
En 1950, con quince años, se presentó a Miss Italia, certamen
en el que ganó la banda especial de Miss Eleganza. Allí conoció a Carlo Ponti,
22 años mayor que ella y que pocos años más tarde se convertiría en su Pigmalión
y en su esposo de por vida.
Tras varias películas como “Quo Vadis”, “Aida”
o “La favorita”, con intervenciones muy secundarias, se encomendó al
talento de Ponti.
Con la perspectiva del tiempo resulta curioso el comentario que un fotógrafo le hizo al productor durante una sesión fotográfica a la Loren en aquellos sus inicios:
“¡Don Carlo, es imposible hacerle fotos a esta chiquilla! Tiene la cara demasiado corta, la boca demasiado grande y la nariz demasiado larga”.
El cambio de la “Stuzzicadenti” no pudo ser más radical. Como
ella misma solía bromear: "Todo lo que veis se lo debo a los
espaguetis". Con su talento, evidentemente había mucho más.
Imágenes: Ambas tomadas de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Img 1 - Img 2
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