El cine español no habría sido el mismo sin la voz ronca y el talento de Pepe Isbert, un escueto nombre artístico para quien nació como José Enrique Benito Emeterio Ysbert Alvarruiz. Su registro cómico y su naturalidad daban consistencia a muchas películas y se supo ganar el cariño de varias generaciones de españoles.
En una entrevista ofrecida por Alfredo Landa a Lluis Bonet
Mojíca y de la que se hace eco este en su interesante libro "Casa de Citas
- Hollywood habla", queda muy bien recogido el respeto y el peso que como
actor se había ganado Pepe Isbert:
"A mí, el año 1963, en enero, me llama Berlanga para
hacer un papelín en El Verdugo. Nada, una sola sesión, en el papel de
sacristán. Pero tuve la inmensa suerte de conocer a don José Isbert, el
protagonista, que era un actor fuera de serie y un gran ser humano. Llegué al
rodaje sin conocer a nadie, pero pegué la hebra con Don José, un hombre
encantador, estuve todo el día hablando con él. Me dijo -con su voz
inconfundible- algo que nunca olvidaré: "Mira, hijo mío, en esta profesión
hay que ser paciente, humilde y... ¡a por todas!".
Alfredo Landa dijo haber tenido siempre muy presente aquel
consejo en su carrera. Curiosamente ambos nacieron el mismo día, un 3 de marzo,
pero con cuarenta y siete años de diferencia, y prácticamente no coincidieron
en la pantalla salvo aquel encuentro en “El verdugo”. Y no es por falta de
títulos. Pepe Isbert trabajó en aproximadamente 120 películas. Para él no había
papel pequeño, y como sabemos, si tenía que disfrazarse de esquimal en una alocada
carrera por llegar el primero a aquel concurso de “Historias de la radio”, lo
hacía magistralmente, logrando hacer reír a todos, incluso todavía hoy, setenta años
después.
Entre los trabajos de Pepe Isbert se encuentran joyas como:
"El verdugo", para muchos la mejor película de nuestro cine, o
"Calabuch", "Historias de la Radio", "El
cochecito", "Los jueves, milagro", “La gran familia”, "¡Bienvenido
Mr. Marshall!"... De esta última resulta imposible, al hilo de esta
anécdota sobre los explicadores en el cine mudo, no recordar aquel pregón de
Pepe Isbert como alcalde del pueblo de Villar del Río en el que, enfáticamente
decía desde el balcón: “Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación,
y esa explicación que os debo os la voy a pagar.”
Y nos la paga en sus memorias, de las que se hace eco, entre
otros, Luis de Vicente en su libro "De Cine: 100 años de historias". Allí contaba
Isbert que, en tiempos del cine mudo, aparte del pianista que acompañaba la
proyección y de los rótulos que, insertados en la película, iban poniendo en
situación a los espectadores, se hizo necesaria la presencia de una figura que
se conocía como el explicador -o comentarista- que se dedicaba, con su voz
potente y no poca imaginación a ilustrar la película, debido a que no todos sabían
leer.
Isbert, con su consabido humor, relata que encontrándose el
mismo en una de aquellas proyecciones, al quedarse a oscuras la sala por un
fallo eléctrico, el explicador dijo sin inmutarse:
"Batalla de negros en un túnel".
Y abundaba Isbert sobre la espontaneidad, humor y recursos de aquellos explicadores con otra escena en la que aparecía una parejita de novios en la playa, y dijo el comentarista: "Santander... La Concha". De inmediato los espectadores más instruidos empezaron a recriminarle, con cierto alboroto, que la Concha no está en Santander sino en San Sebastián. El explicador, que a buen seguro tenía más kilómetros que el baúl de Concha Piquer, zanjó la cuestión con firmeza:
"La Concha y su novio festejando en
la playa"
Sirva esta ligera anécdota al doble propósito de recordar la figura de un grande de nuestro cine como es Pepe Isbert a la par que crónica de cómo era la experiencia de ver una película en los albores del séptimo arte. Todo ha cambiado enormemente. Ya no hay sitio a pianistas, ni rótulos ni explicadores; solo la oscuridad y la magia del proyector siguen siendo las mismas.
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