domingo, 21 de diciembre de 2025

Jorge Luis Borges, el inspector de gallinas que no fue


 

Ya tenía publicados Jorge Luis Borges dos de sus obras principales: «Historia Universal de la Infamia» (1935) y «Ficciones» (1944), cuando se vio envuelto en una situación que lo tenía todo de infamia y también de ficción.

En 1946, a la llegada al poder de Juan Domingo Perón en Argentina, Borges ya gozaba de cierta posición y respeto; su opinión importaba. Así, descontento como estaba con el nuevo gobierno, decidió posicionarse; firmó algunos manifiestos y publicó artículos expresando su opinión que no gustaron nada al gobierno peronista.

La reacción no se hizo esperar. Borges que por aquel entonces ocupaba el humilde cargo de auxiliar en la Biblioteca Municipal Miguel Cané de Buenos Aires, fue «ascendido» —fulminantemente— al puesto de «Inspector de aves y conejos en los mercados municipales». El nombramiento era una humillación en toda regla que el escritor no podía asumir. Por dignidad rechazó el cargo y dimitió. Borges, en una entrevista posterior, dijo al respecto: «El nuevo gobierno decidió que yo no debía seguir entre libros. Me nombraron inspector de gallinas, o algo por el estilo. Fue una manera elegante de echarme».

Borges se vio empujado a dedicarse a dar conferencias y a proseguir con sus libros, entre los que destaca, poco tiempo después de renunciar a su puesto como “inspector de gallinas”, la publicación de la que posiblemente sea su obra más famosa: «El Aleph» (1949), una colección de cuentos que le haría mundialmente famoso. Era evidente que su talento no estaba en los gallineros.

A veces la vida ofrece una rectificación acorde al mal causado. A Borges le llegó en 1955, tras la salida del poder de Juan Domingo Perón. Fue entonces cuando volvió al mundo de las bibliotecas, pero no ya como simple auxiliar, sino como director de la Biblioteca Nacional de la Argentina en Buenos Aires. Estuvo en el cargo durante 18 años, custodiando amorosamente casi un millón de títulos.

Para un amante de los libros como él no podría imaginarse mayor regalo, mayor honor, pero este le llegó cuando su ceguera estaba avanzada y prácticamente no podía leer el título en los lomos de aquellos volúmenes de los que era el guardián, muy al estilo del bibliotecario ciego de «El nombre de la Rosa», aquel Jorge de Burgos, para el que Umberto Eco tuvo como inspiración directa, incluso en el nombre, al escritor argentino.

Aquella paradoja de su ceguera ante todos aquellos libros que no podía leer le inspiró en 1960 el conocido «Poema de los dones»:

“Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.”

Imagen: Borges en 1951 por Grete Stern - De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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