A pesar de la trascendencia de Francis Bacon en la revolución del pensamiento científico a través de su defensa del empirismo y de la metodología científica, no fue lo que se dice un científico de laboratorio, y para una de las pocas ocasiones en las que se decide a emprender un experimento, este le costó la vida.
Se cuenta que viajaba en un carruaje, cuando le asaltó la idea de comprobar cómo el frío podía ayudar a conservar la carne —algo que en realidad ya se sabía desde la antigüedad—. La norma era preservar la carne ayudándose de las salazones y avanzar en los conocimientos sobre cómo el frío actúa en los alimentos era una cuestión de gran interés.
Siguiendo la senda del conocimiento a través de la experiencia, e impaciente por obtener respuestas, detuvo el carruaje y compró un pollo a una campesina, tras sacrificarlo y quitarle las tripas —lo normal en un viaje en carruaje—, lo rellenó de nieve para comprobar la idea que tenía en mente. Durante el proceso, Bacon se expuso imprudentemente al frío intenso y a la humedad reinante, lo que le provocó un enfriamiento que le hizo sentirse gravemente enfermo, tanto que desarrolló una neumonía de la que no se recuperó. Falleció pocos días después, el 9 de abril de 1626 a la edad de 65 años.
Al menos lo hizo con la satisfacción de haber comprobado de modo inductivo y experimentado directamente —por una vez— que exponerse al frío de forma temeraria puede ser muy perjudicial para la salud y lo más importante, que el pollo se conservó como era de esperar. Todo un éxito que no tuvo eco directo ni inmediato en las técnicas de conservación de alimentos, aunque sí en las crónicas de muertes pintorescas de la historia.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0
.jpg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario