jueves, 11 de diciembre de 2025

El inolvidable Bolero... que Ravel no podía recordar


 

Se encontraba Ravel en la cima de su fama cuando recibió el encargo de la bailarina Ida Rubinstein para crear una nueva pieza de aire español para su compañía de ballet. Ravel, que tenía sangre española en sus venas por parte de su madre vasca, quiso basarse en alguna de las piezas de la «Suite Iberia» de Albéniz, pero al estar ya los derechos comprometidos hubo de crear una pieza totalmente nueva. Ese es el origen del celebérrimo Bolero.

Ravel se tomó el encargo como «un ejercicio de orquestación», en el que tomó un tema inspirado en el bolero como danza, una forma musical de moda en aquel tiempo. Según sus palabras pensaba utilizar dicho tema con insistencia, repitiéndolo «una buena cantidad de veces, sin desarrollo alguno, graduando bien la orquestación» y elaborando, a través de la suma  progresiva de instrumentos, «un tejido orquestal sin música, un largo y progresivo crescendo» que terminaría de forma abrupta. Esa progresión rítmica, unida a la creciente intensidad de la composición y a su apoteósico final dotaba al Bolero —que Ravel definía como «vacío de música»— de lo que algunos han querido calificar como una cierta significación sexual. Puede que esa pretendida sensualidad que la obra puede llegar a inspirar en el oyente sea parte de su enorme éxito.

Ida Rubinstein se encontró con una pieza de 17 minutos que estrenó en la Ópera Garnier de París en 1928. Acompañando los ritmos repetitivos de la orquesta se contoneó sobre la mesa de una taberna recreada en el escenario, rodeada de hombres que juegan a las cartas y terminan peleándose entre ellos navaja en mano —todo muy acorde con los tópicos que sobre España se tenían en la época—. Al acabar la pieza una espectadora gritó: «¡Al loco! ¡Al loco!» —«Au fou! Au fou!»—, reacción ante la cual Ravel le dijo a su hermano: «Esa, esa lo ha entendido». Ese era el valor que Ravel le daba a su obra. Un mero ejercicio de orquestación sin apenas pies ni cabeza. Y sin embargo resultó un grandioso éxito.

La sorpresa es que, aunque posteriormente compuso dos obras maestras soberbias: su Concierto para la mano izquierda y su Concierto para piano en Sol, algunos neuropsicólogos modernos han sugerido la hipótesis —sobre la que no existe consenso— de que la idea subyacente en el formato repetitivo del Bolero podría tener algo que ver con la enfermedad neurológica progresiva que Ravel desarrollaría poco después, aunque no hay evidencias claras de que esto sea así. Lo que sí es cierto es que, coincidiendo con un accidente automovilístico sufrido cuatro años más tarde —de consecuencias nunca del todo aclaradas—, su estado empezó a agravarse de forma alarmante.

En sus últimos años, no podía escribir música y una afasia provocó que, a pesar de reconocerlo como obra suya, no pudiera reconstruir en su cabeza ni siquiera el machacón desarrollo del Bolero. Esa pieza que nunca le entusiasmó —repetitiva hasta la extenuación, de «demasiado éxito» para su gusto—, era ahora todo un reto para su mente que no era capaz de reproducirla.

Y más curioso aún, esta obra que él compuso como ejercicio preparatorio de empresas mayores, se convirtió en inseparable de su nombre. Si más allá de los grandes amantes de la música, las masas le recuerdan, es por su Bolero, el Bolero de Ravel.

Imagen: de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

No hay comentarios:

Publicar un comentario