martes, 9 de diciembre de 2025

Catón el Joven y el precio de la virtud


 

Marco Porcio Catón, apodado el Joven o el de Útica para diferenciarlo de su bisabuelo —Catón el Viejo—, fue una persona realmente singular. Su austeridad era de todos conocida y su vida un ejemplo de estoicismo.

En una época en la que en Roma los lujos eran lo habitual para los de su posición, él prefería la ropa sencilla, se mezclaba sin miedo entre las gentes y caminaba a pie sin hacer uso de las literas como los demás senadores. En esa línea apuntaba Plutarco cuando le dedicaba estas palabras: «Se distinguía por su frugalidad y por la dureza consigo mismo; no buscaba placer alguno en el vestido, la comida o el descanso».

Pareciera que en su persona hubieran encontrado refugio todas las virtudes republicanas. Insobornable como era, no dudó en enfrentarse al poder desmedido sin importarle los riesgos, ya fuera con Sila, Pompeyo o Julio César.

Frente a César, su oposición no solo se mostraba con su voto, y para hacerla más patente ante todos se atrevió a presentarse en el Senado vestido con túnica de lana negra —toga pulla— en señal de duelo y desaprobación por una de las medidas que requería del Senado, un gesto que a partir de él sería puntualmente imitado.

Según Plutarco, Catón era capaz de controlar sus emociones hasta límites insospechados: «Nunca fue visto cambiar de color, ni siquiera en las circunstancias más tensas; mantenía siempre la misma expresión serena».

Su inflexible forma de pensar, su oposición a cualquier concentración de poder, incluso dentro de su propia corriente de pensamiento, terminó por aislarlo. La verdad suele ser incómoda. Cicerón dijo de él en un discurso: «Catón habla como si viviera en la República de Platón, no en los excrementos de Rómulo».

Puede que fuera un referente moral, pero esa posición no le ayudaba. Cuenta una leyenda —sin eco en los autores clásicos— que en cierta ocasión, mientras paseaba por una Roma adornada con incontables estatuas de los prohombres de su historia, su acompañante le preguntó:

—¿Qué ocurre contigo? ¿Cuál es la razón de que todos los romanos ilustres tengan una estatua y tú no?

—Cuando tantas se erigen, prefiero que no esté la mía —dijo humildemente Catón

—¿Por qué?

—Por la misma razón que tú me preguntabas. Prefiero que mis contemporáneos me pregunten por qué razón no me levantan una estatua, a que la posteridad se pregunte por qué me la levantaron.

Pero el tiempo no olvidó su figura y, siglos después, una escultura suya, obra de Jean-Baptiste Roman y finalizada por Rude a mediados del S. XIX, está ahora presente en el Louvre junto a la de todos aquellos que merecen ser recordados. La estatua, en mármol de Carrara, recoge los momentos previos a quitarse la vida, empujado por una Roma que consideraba un inconveniente su virtud. Antes diría: «No soy esclavo, y no me someteré a otro hombre».

Séneca no dudó en señalarlo como el paradigma del hombre libre.


Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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