Pocas personas en la historia son equiparables en talento a
Galileo Galilei y sin embargo, como todos, era capaz también de cometer errores
tan graves como incomprensibles.
El Papa Urbano VIII, principal impulsor de su procesamiento
por el Santo Oficio, fue inicialmente amigo y protector de Galileo, tanto como para permitirle escribir sobre el sistema copernicano con la condición de
presentarlo como una hipótesis no demostrada. El libro, que tomó por título
"Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo" (1632), se
desarrolla a través del diálogo entre tres personajes, Salviati que defiende el
sistema copernicano, Sagredo que toma una postura neutral y Simplicio, el más
torpe de los tres, que defiende férreamente el sistema propuesto por Ptolomeo y
Aristóteles.
A Galileo no se le ocurrió mejor idea que poner las propias
palabras y argumentos del Papa en el más "simple" de los personajes
—Simplicio—, hasta hacer parecer el texto como una sátira del propio Pontífice.
Cuando el Papa se dio cuenta de la burla que se hacía de su persona no pudo
contener su enfado y ordenó al Santo Oficio iniciar el proceso contra Galileo.
Puede que su defensa del heliocentrismo no fuera el verdadero problema de
Galileo. En realidad, se había pasado de frenada en su caricaturización del
Papa y lo pagó caro.
Ya saben que tuvo que retractarse para conservar la vida,
sin poder rechistar, ni tan siquiera el legendario "eppur si muove"
del que ninguna constancia existe. Tras el famoso proceso fue recluido durante
poco más de ocho años, hasta que le llegó la muerte a la edad de 77 años.
Puede que una anécdota que circula sobre su persona, sin
duda apócrifa, ocurriera en aquella época. Alguien le preguntó:
—¿Cuántos años tiene su señoría?
—Ocho o nueve —repuso Galileo, en evidente contradicción con
su larga barba blanca; y luego explicó:
—Tengo, en efecto, los años que me quedan; los vividos no
los tengo, como no se tienen las monedas que me he gastado.
No eran pocos años para un talento como el suyo. En su
cautiverio siguió escribiendo de forma clandestina. Incluso cuando empezó a
quedarse ciego, él que todo lo había visto escrutando el cielo con su
telescopio, tuvo fuerzas para dictar desde la noche de su mente un libro capital
en la ciencia moderna: "Discursos y demostraciones matemáticas".
Era Galileo uno de esos hombres capaz de encontrar la luz
incluso rodeado de oscuridad, tal y como lo podemos ver en la imagen, en la magnífica
escultura que le dedicó Gaetano Monti, mirando, como no, a las estrellas. La
verdad siempre se muestra con la cabeza bien alta.
Imagen: De Wikimedia Commons - CC-BY SA 3.0 - Adaptada

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