jueves, 4 de diciembre de 2025

Narciso y el triste origen del Eco


La mitología griega es muy dada a los castigos divinos y también a las bellas historias; la de Eco y Narciso es un buen ejemplo. Cuenta Ovidio en la Metamorfosis que las palabras nunca resultaron más bellas que cuando eran pronunciadas por Eco, una ninfa de las montañas de voz prodigiosa. Con su hipnótica conversación mantenía distraída a HeraJuno en la versión latina de Ovidio— mientras que el díscolo Zeus daba rienda suelta a sus impulsos con otras ninfas.

Cuando Hera supo cómo había estado siendo engañada y no pudiendo nada contra su todopoderoso marido, decidió castigar a Eco y lo hizo privándola de su don con la palabra. No le quitó la voz, pero la obligó a repetir únicamente la última palabra que dijera la persona que hablara con ella, dejándola para su desesperación sin conversación ni capacidad de expresarse.

El amor siempre te persigue y fue en el campo donde Eco se enamoró de Narciso, un ser tan bello que el adivino Tiresias predijo que «viviría mientras no se conociera a sí mismo». Eco, sin el don de la palabra y con aquella condena a repetir lo que le decían, no podía declararle su amor y se limitaba a seguirlo mientras se escondía entre los árboles. Narciso intuyendo la presencia de alguien preguntaba:

— ¿Hay alguien aquí?

—Aquí, aquí —respondía Eco.

El juego se repitió varias veces hasta que la ninfa, desesperada, se mostró e intentó abrazar a Narciso que, un tanto harto de oír tan repetidas sus palabras y creyéndola un poco fuera de sí, la despreció diciéndole: «¡Morirás antes que yo pueda entregarte mi cuerpo!»

Sin poder decir todas las bellas palabras que tenía en la mente se marchó con el corazón roto a vivir entre montañas y cañadas, suspirando por un amor que nunca fue correspondido. Se abandonó de tal modo que con el tiempo perdió su belleza y adelgazó tanto que finalmente se desvaneció, quedando de ella tan solo el eco de su voz cuando alguien hablaba frente a las montañas a las que se había retirado.

Cuentan que un muchacho, rechazado también por Narciso, imploró a los dioses que éste sufriera los males del desamor en la misma medida que él. En aquellos tiempos, parece que las plegarias eran a veces atendidas, y Némesis, la personificación de la venganza divina, entendiendo justa la súplica, condenó a Narciso a enamorarse de su propio reflejo, cosa que ocurrió cuando pudo verse reflejado en un manantial, no pudiendo ya apartar la vista de sí mismo. Para unos terminó muriendo de desamor, consumido al no verse correspondido; para otros, en lecturas más románticas, encontró su fin al acercarse tanto a su reflejo en el manantial que terminó cayendo en él y ahogándose.

Todavía le quedaría una eternidad para contemplarse a sí mismo en el reflejo de la laguna Estigia del inframundo. Su historia todavía resuena, como el eco de la ninfa, en los narcisistas que tienen en los espejos al mejor de los amigos.



Escultura de Eco: Obra de Ferdinand Leenhoff, 1888. Mármol. Rijksmuseum, Ámsterdam.
Cuadro: "Narciso" - CaravaggioGalleria Nazionale d’Arte Antica, Palazzo Barberini. Roma

Imágenes: Img 1 - Img 2 - Wikimedia Commons CC0

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