"El Todopoderoso le arrojó de la etérea bóveda, envuelto en abrasadoras llamas; y con horrendo estrépito y ardiendo, cayó en el abismo de perdición, para vivir entre diamantinas cadenas y en fuego eterno, él, que osó retar con sus armas al Omnipotente.
Nueve veces habían recorrido el día y la noche el espacio que miden entre los hombres, desde que fue vencido con su espantosa muchedumbre, revolcándose en medio del ardiente abismo, aunque conservando su inmortalidad. Condenado quedaba empero a mayor despecho, toda vez que habían de atormentarle el recuerdo de la felicidad perdida y el interminable dolor presente. Dirige en torno funestas miradas, que revelan inmensa pena y profunda consternación, no menos que su tenaz orgullo y el odio más implacable; y abarcando cuanto a los ojos de los ángeles es posible, contempla aquel lugar desierto y sombrío, aquel antro horrible, cerrado por todas partes y encendido como un gran horno. Pero sus llamas no prestan luz, y las tinieblas ofrecen cuanta es bastante para descubrir cuadros de dolor, tristísimas regiones, lúgubre oscuridad, donde la paz y el reposo no pueden morar jamás, donde no llega ni aun la esperanza, que donde quiera existe. Allí no hay más que tormentos sin fin, y un diluvio de fuego alimentado por azufre, que arde sin consumirse.
Tal es el lugar que la Justicia eterna había preparado para aquellos rebeldes; y allí ordenó que estuviera su prisión en las más densas tinieblas, tres veces tan apartada de Dios y de la luz del cielo, cuanto lo está el centro del universo del más lejano polo. ¡Oh! ¡qué diferencia entre esta morada y aquella de donde cayeron!"
El fragmento pertenece a "El Paraíso perdido", la famosa obra de John Milton (1608-1674) publicada en 1667, un poeta inglés que tenía claro que el cielo y el infierno pueden mostrarse también ante nosotros sin la necesaria intervención de demonios o divinidades y así decía: "Nuestra mente, en sí misma, puede hacer un cielo de los infiernos y un infierno de los cielos".
En la imagen superior se puede ver la ilustración que Gustave Doré hizo para este pasaje, en el que se puede ver al Arcángel San Miguel lanzando fuera del cielo a los ángeles rebeldes. Y cerrando la entrada aparece la escultura conocida como "El ángel caído" (1877), obra de Ricardo Bellver ubicada en el madrileño Parque del Retiro.
Imágenes: De Wikimedia Commons: Img 1 (CC0) - Img 2 -recortada- (CC BY-SA 3.0)
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