Händel tenía solo diecinueve años cuando pudo haber visto frustrada para siempre su gloriosa carrera como compositor. Hacía 1704, el compositor, que en poco tiempo estrenaría su ópera «Almira» con gran éxito, era todavía solo un solvente clavecinista en el teatro de la Ópera del Gänsemarkt de Hamburgo. En este entorno conoció al compositor Johann Mattheson —hoy prácticamente olvidado— con el que participó en el ensayo de su obra «Cleopatra».
A raíz de un desacuerdo con Händel sobre quién debía dirigir la obra desde el clave, se retaron a un duelo siguiendo los códigos de honor de la época. Según contaron posteriormente Mattheson y John Mainwaring —el primer biógrafo de Händel— esa misma noche se produjo el lance en el que ambos se enfrentaron empuñando espadas de estoque. La suerte quiso que cuando Mattheson pudo herir gravemente a Händel, su arma se encontró en su camino con un botón grande y metálico de la casaca de este último, deteniendo una estocada que era potencialmente mortal.
Aquel hecho providencial les hizo reflexionar y dieron el duelo por concluido. Incluso parece que pasaron rápidamente de las armas a restablecer su amistad, participando Mattheson en los ensayos de la Ópera Almira de Händel. No tardaría en marchar a Italia para continuar con su formación y su carrera como compositor.
La historia es una prueba más de que el destino de las personas, incluso el de aquellas llamadas a realizar grandes cosas, como Händel en su papel de compositor capital del Barroco —junto a Johann Sebastián Bach—, puede verse comprometido o salvado por algo realmente inverosímil y pequeño. Para muestra un botón. Sin duda este de Händel podría ser uno de los objetos más providenciales de la música occidental.
Imagen: Händel retratado por Thomas Hudson - De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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