miércoles, 10 de diciembre de 2025

Bertrand Russel y el mal hábito de pensar

 

Bertrand Russell siempre fue muy crítico con el belicismo y todas las calamidades que la guerra comporta. Suya es la frase: «Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente fuertes, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable compasión por el sufrimiento de la humanidad.»

Ese ansia de amor hacía que se enamorara con extraordinaria facilidad y que se desencantara con rapidez. Cuatro matrimonios salpicados de otras muchas relaciones marcaron una vida amorosa inestable y en algunos momentos caótica.

Su búsqueda del conocimiento fue siempre un pilar fundamental durante su larga vida —murió a los 97 años—, puede que a la misma altura que su compromiso con el pacifismo.

En 1918 hubo de ir a la cárcel durante seis meses por sus críticas al modo en que se desarrollaba la Primera Guerra Mundial publicadas en "The Tribunal", el periódico de los objetores de conciencia británicos. El juez le dio a elegir entre pagar una multa o pasar seis meses en la cárcel por difamación y como pueden imaginar, Russell se negó en rotundo a abonar la multa alegando que hacerlo sería como admitir la culpa en un asunto que consideraba moralmente correcto. No era el Imperio Británico, por aquel entonces, un buen lugar para pacifistas.

Fue su primer paso por la Prisión de Brixton. Allí según contaba el mismo logró concentrarse sin interrupciones en la quietud de su celda, lugar en el que escribió un libro de introducción a la filosofía matemática que es considerado una obra fundamental del pensamiento lógico y que todavía se estudia.

Durante la Segunda Guerra Mundial hubo de entender la necesaria oposición a un sujeto como Hitler, pero a su finalización, la amenaza que constituía la bomba atómica, lo alineó firmemente en las filas del movimiento pro desarme nuclear. En 1961 sería encarcelado de nuevo por convocar manifestaciones masivas contra las armas nucleares. No crean que era un jovencito revolucionario en esos momentos. Y es que el Sr. Russell tenía ya la friolera de 89 años cuando hubo de encaminarse nuevamente a la prisión de Brixton por segunda vez por sus acciones, al estilo de Gandhi, llamando a la desobediencia civil.

La imagen de aquel señor ya anciano, de pelo blanco, pero decidido, mientras era detenido por la policía dio la vuelta al mundo. De nuevo, no albergaba dudas sobre su verdad:

«Si he de elegir entre obedecer a la ley o impedir el exterminio de la humanidad, no tengo duda alguna de cuál es mi deber.»

Cuando se le comunicó su condena dijo serenamente: «Estoy profundamente convencido de que las leyes por las que he sido condenado son injustas».

Injusta o no, la sentencia a dos meses de cárcel era firme —aunque solo estuvo una semana recluido—. A la llegada a la prisión hubo de pasar el reconocimiento médico de rigor. El doctor le preguntó:

— «¿Tiene algún hábito peligroso para su salud?»

— «Sí: pensar».

Eso de pensar tenía su miga. Ya dijo el propio Russell, aunque fuera en otro contexto: "La mayor parte de la gente prefiere morir antes que pensar. De hecho, lo hace". No era su caso.

Durante su tiempo en prisión siguió escribiendo y por su avanzada edad, se mantuvo en su celda incluso para comer. Cuando salió dejó una nueva perla de las suyas: «La prisión no es desagradable. Lo desagradable es que sea necesaria».

Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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