Bertrand Russell siempre fue muy crítico con el belicismo y
todas las calamidades que la guerra comporta. Suya es la frase: «Tres
pasiones, simples, pero abrumadoramente fuertes, han gobernado mi vida: el
ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable compasión por el
sufrimiento de la humanidad.»
Ese ansia de amor hacía que se enamorara con extraordinaria
facilidad y que se desencantara con rapidez. Cuatro matrimonios salpicados de
otras muchas relaciones marcaron una vida amorosa inestable y en algunos
momentos caótica.
Su búsqueda del conocimiento fue siempre un pilar
fundamental durante su larga vida —murió a los 97 años—, puede que a la misma
altura que su compromiso con el pacifismo.
En 1918 hubo de ir a la cárcel durante seis meses por sus
críticas al modo en que se desarrollaba la Primera Guerra Mundial publicadas en
"The Tribunal", el periódico de los objetores de conciencia
británicos. El juez le dio a elegir entre pagar una multa o pasar seis meses en
la cárcel por difamación y como pueden imaginar, Russell se negó en rotundo a abonar
la multa alegando que hacerlo sería como admitir la culpa en un asunto que
consideraba moralmente correcto. No era el Imperio Británico, por aquel
entonces, un buen lugar para pacifistas.
Fue su primer paso por la Prisión de Brixton. Allí según contaba el mismo logró concentrarse sin interrupciones en la quietud de su celda, lugar en el que escribió un libro de introducción a la filosofía matemática que es considerado una obra fundamental del pensamiento lógico y que todavía se estudia.
Durante la Segunda Guerra Mundial hubo de entender la
necesaria oposición a un sujeto como Hitler, pero a su finalización, la amenaza
que constituía la bomba atómica, lo alineó firmemente en las filas del
movimiento pro desarme nuclear. En 1961 sería encarcelado de nuevo por convocar
manifestaciones masivas contra las armas nucleares. No crean que era un
jovencito revolucionario en esos momentos. Y es que el Sr. Russell tenía ya la
friolera de 89 años cuando hubo de encaminarse nuevamente a la prisión de
Brixton por segunda vez por sus acciones, al estilo de Gandhi, llamando a la
desobediencia civil.
La imagen de aquel señor ya anciano, de pelo blanco, pero
decidido, mientras era detenido por la policía dio la vuelta al mundo. De
nuevo, no albergaba dudas sobre su verdad:
«Si he de elegir entre obedecer a la ley o impedir el
exterminio de la humanidad, no tengo duda alguna de cuál es mi deber.»
Cuando se le comunicó su condena dijo serenamente: «Estoy
profundamente convencido de que las leyes por las que he sido condenado son
injustas».
Injusta o no, la sentencia a dos meses de cárcel era firme
—aunque solo estuvo una semana recluido—. A la llegada a la prisión hubo de
pasar el reconocimiento médico de rigor. El doctor le preguntó:
— «¿Tiene algún hábito peligroso para su salud?»
— «Sí: pensar».
Eso de pensar tenía su miga. Ya dijo el propio Russell,
aunque fuera en otro contexto: "La mayor parte de la gente prefiere morir
antes que pensar. De hecho, lo hace". No era su caso.
Durante su tiempo en prisión siguió escribiendo y por su
avanzada edad, se mantuvo en su celda incluso para comer. Cuando salió dejó una
nueva perla de las suyas: «La prisión no es desagradable. Lo desagradable es
que sea necesaria».
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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