"Cada vez que veo a la Reina Isabel, siempre pienso: ¡Ahí estoy yo!" (Helen Mirren)
Y es que no se puede calificar sino como inolvidable su
actuación en "The Queen" (2006), la sensacional película dirigida por
Stephen Frears por la que consiguió de forma merecidísima el Óscar a la mejor
actriz. Para ser más exactos, es una de las pocas actrices que ha ganado los cuatro
grandes premios por un mismo papel: el Óscar, el BAFTA, el Globo de Oro y el
Premio del Sindicato de Actores.
Nació en Londres en 1945 con el nombre de Ilyena Vasilievna Mironov, en una familia envuelta en leyendas que hablaban de diplomáticos rusos, generales zaristas y hasta carniceros de la realeza. La fama tardó en llegarle. Como ella misma recordaba: “A los 25 era demasiado sexy para que me tomaran en serio, y a los 50 ya era demasiado mayor. Paradójicamente, me hice famosa a los 60.”
Así, cuando a la actriz, que además de Isabel II ya había
interpretado a Isabel I, le colocaron su estrella en el Paseo de la Fama de
Hollywood, la recibió como si de un trono se tratase y comentó: “Ahora que
tengo mi propia estrella, puedo decir que soy oficialmente la reina de
Hollywood Boulevard.”
Rebelde y adelantada a su tiempo, afirmaba: “Siempre me rebelé contra la idea de que una mujer debía ser dulce, agradable y complaciente. Prefería ser malhablada, testaruda y libre.”
Una prueba de su carácter
fue como plantó cara al periodista Michael Parkinson cuando le preguntó si su “atractivo
físico y sus pechos” no le impedían ser tomada en serio como actriz
shakesperiana. Mirren replicó con frialdad: “Creo que me toma usted por una
actriz erótica. Yo prefiero pensar que soy simplemente una actriz, y mis pechos
son irrelevantes”.
Y a pesar de ello, no tuvo duda de participar en la más
controvertida de sus películas: “Calígula” (Tinto Brass – 1979). “Fue como
estar en una orgía enorme, pero todos estábamos de acuerdo en que era ridículo.
Nos lo tomamos con mucho humor” decía la actriz y añadía: “Me dio fama
internacional, aunque fuera por motivos escandalosos. Y me enseñó a no tomarme
demasiado en serio.”
Prueba de su espíritu libre y de esa forma de ser tan genuina es el travieso gesto contado por ella misma al respecto del acto en el que, solemnemente fue investida Dama del Imperio Británico en el Palacio de Buckingham:
“Me puse ropa interior roja porque pensé que me daría valor y,
además, me hacía sentir que seguía siendo yo misma bajo todo aquel boato.”
Hoy, cuando su bello rostro ya está surcado de arrugas, sigue regalándonos grandes interpretaciones y lecciones de vida.
.jpg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario