"No sé cómo puedo ser visto por el resto del mundo, pero en mi opinión, me he comportado como un niño que juega al borde del mar, y que se divierte buscando de cuando en cuando una piedra más pulida y una concha más bonita de lo normal, mientras que, sin que me diera cuenta, el gran océano de la verdad se exponía ante mí completamente desconocido."
Son palabras de Isaac Newton, una de las mentes mas preclaras que ha dado la humanidad y como no podía ser de otra forma, perfecto ejemplo de lo singulares que pueden ser a veces los genios.
El astrónomo francés Camille Flammarion contaba así uno de los despiste del descubridor de la Ley de la Gravitación Universal:
"Siempre preocupado por sus profundas investigaciones, el gran Newton mostraba una ausencia de memoria en el curso ordinario de los asuntos de la vida, que se ha convertido en proverbial. Se cuenta que un día, con el deseo de calcular el número de segundos necesarios para la cocción de un huevo, se dio cuenta, después de esperar un minuto, que él tenía el huevo en la mano, ¡y había puesto su reloj (un instrumento de gran valor por su precisión matemática) a hervir!"
Y por muchas matemáticas superiores que pudiera desarrollar el sabio Newton, hubo quien fue capaz de dejarlo como un simple "pringado", según el diccionario: "alguien que es fácilmente engañado", que comete acciones torpes o se involucra en situaciones con expectativas poco favorables, ya sea de forma voluntaria o no. Es fácil cuando la avaricia rompe el saco.
Cuenta el especial de la revista Muy Interesante Coleccionista dedicado a "Anécdotas científicas" que en 1713, tras firmarse el Tratado de Utrech, España, además de entregar Gibraltar y la posteriormente recuperada Menorca, se vio obligada a ceder a la Corona Inglesa el derecho al comercio de esclavos (el conocido como "Asiento de negros") y a un barco anual (navío de permiso) para el comercio de mercancías con América del Sur,
La Corona Inglesa vendió este privilegio arrancado a los españoles a la Compañía de los Mares del Sur, la cual por un motivo u otro hizo uso de todo tipo de artimañas para subir el precio de las acciones de dicho negocio, entre ellas otorgar a precios preferentes acciones a nobles y altos funcionarios. Newton picó el anzuelo alegremente, sin darse cuenta de que aquella burbuja especulativa no tenía más remedio que reventar. En 1720, cuenta la revista, el precio de las acciones había pasado de 100 a 1000 libras. Y llegado lo inevitable, cuando se descubrió que todo era un fraude, el precio se desplomó provocando la bancarrota del Estado Británico, de bancos y por supuesto llevándose los ahorros de muchos inversores, entre ellos los de Newton que perdió la abultada suma de 20.000 libras esterlinas de la época, aproximadamente 2'5 millones de euros de los de ahora. Fue sin duda el asunto de mayor "gravedad" sufrido por el agudo Newton que en un arranque de humildad dijo: "Puedo predecir con exactitud los movimientos planetarios, pero no puedo predecir la locura de las masas".
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Publico CC0 en Fuente Original
Maravillosa anécdota sobre un genio que, si bien fue un gran científico, era humano. Y como buen humano, fue víctima de lo que Daniel kahneman llamó "la ilusión de sagacidad" o "ilusión de validez". Este sesgo cognitivo se basa en la idea de que los inversores tienden a pensar que saben más que el mercado (esto es, el resto de inverosores), y compran o venden en función a ese (presunto) conocimiento de que los activos subirán o bajarán, dejándoles beneficios (según los estudios del psicólogo hebreo, parece ser que, en promedio, el índice de acierto de los inversores no es mayor que el de un chimpancé que toma decisiones lanzando una moneda a cara o cruz)
ResponderEliminarEn otro orden, como mal pudo aprender newton, la locura de las masas es mucho más difícil de predecir que el movimiento de los planetas. El capitalismo, como sostiene Niall Ferguson, es eufórico-depresivo. Y los ciclos de euforia y depresión son, en última instancia, motivo de nuestras propias inestabilidades emocionales. Inestabilidades que, unidadas a nuestro carácter gregario (que nos convierte en grandes imitadores), crean las sitiaciones idílicas para desencadenar las temidas burbujas. En un relato magnífico sobre la historia de las crisis financieras ("Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera", 2009) Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff nos sugieren que nuestra capacidad para aprender este tipo de lecciones es muy relativa.
Efectivamente, parece que incluso los genios son, a veces, "pringados".
Un saludo, Iván Posada.
Me alegra que te haya gustado Iván y gracias por tu enriquecedor comentario.
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