"Nadie comprende el dolor de otro, nadie comprende la felicidad de otro... Mi música es el producto de mi talento y de mi sufrimiento. Y lo que he escrito en el mayor estado de angustia es lo que al mundo parece gustarle más."
"Cuando quería cantar al amor, éste se convertía en pena. Y cuando quería cantar a la pena, ésta se me transformaba en amor."
Son palabras de Franz Schubert, un portento musical del que manaba la inspiración de manera desbordante; baste decir al respecto que habiendo fallecido a la muy temprana edad de 31 años dejó escritas más de 1500 piezas musicales, entre ellas más de 600 lieder, una cifra abrumadora conseguida a pesar de la merma física e intelectual sufrida en los últimos años de su vida por la sífilis. Hoy es uno de los pilares de la música, pero en su día no logró apenas reconocimiento y sus grandes obras no fueron conocidas hasta después de su muerte. Baste decir que su hermosísima Sinfonia nº 8, la Inacabada, se estrenó cuarenta años después del fallecimiento del compositor. Incluso muchos de sus amigos desconocían el verdadero alcance de la obra de Schubert y para ellos no dejaba de ser solo un fecundo escritor de lieders, “el príncipe de la canción”, titulo ganado por la calidad de ciclos como "Viaje de Invierno" o "La bella molinera".
Siempre vivió con grandes estrecheces económicas. Está ampliamente
difundida la idea de que Schubert componía con una guitarra al no poder
permitirse ni tan siquiera tener un piano, cosa que parece desmentirse claramente en
determinadas fuentes que nombran los pianos con los que solía trabajar. También
se cuenta que no podía permitirse comprar papel pautado al ritmo que su
inspiración lo requería y se veía obligado a usar papel común sobre el que el propio compositor
dibujaba los pentagramas a mano y que otras veces lo recibía de manos de sus
amigos que lo ayudaban. Sea como fuere, nunca le sobró el dinero, situación que
le llevó a malvender los derechos sobre las partituras de sus canciones algo, que le ayudó a supervivir, pero que hizo muy rico a editores con buen instinto como Diabelli.
Leopold Sonnleithner hablaba así de Schubert en una
biografía que escribió del compositor:
“Schubert era extraordinariamente fecundo y trabajador
componiendo. Todo lo que no fuera trabajar le interesaba muy poco. Rara vez iba
al teatro o a reuniones de sociedad. Le gustaba pasar las noches en los cafés
en alegre compañía y se le echaba encima la media noche sin darse cuenta. Si se
estaba divirtiendo no tenía horario. Al trasnochar tanto, se acostumbró a no
levantarse hasta las diez o las once de la mañana. A esa hora sentía la
urgencia de ponerse a componer y en ello se le pasaban las horas, y también las
mejores horas para ganar un dinero dando clases”.
Sus obras las disfrutaba
especialmente entre sus amigos, que eran, junto a la música, los pilares fundamentales de
su vida. Un grupo de personas escogidas entre las que había pintores,
escritores, cantantes, músicos… personas talentosas que pudieran hacer de la
reunión algo que trascendiera los comentarios y usos vulgares. Fueron muchas las obras
de Schubert que se escucharon por primera vez en estas veladas (cuatro o cinco
por semana) de las que el compositor resultaba ser el alma de las mismas, tanto
que estas pasaron a ser conocidas como Schubertiadas, pero también como las “Veladas
de Kánevas”. Esto se debe a que uno de los motes que tenía Schubert entre sus
amigos era precisamente “Kánevas”, en alusión clara a la pregunta que el
compositor solía hacer cuando algún extraño pretendía acceder al circulo de
elegidos: ¿Kann er was? (¿Qué es lo que sabe?). Debían ser personas capaces de
aportar algo interesante al grupo. En esa línea le escribía a su amigo Schober:
“¿De qué nos sirve una recua de simples estudiantes y funcionarios? (…) Durante
horas solo se oye hablar de montar a caballo y de esgrima, de caballos y perros”.
Aunque tenía otro mote el bueno de Schubert, quien, al ser
bajito, (alrededor de 1’52 metros) y algo rellenito, recibía el apodo de “Schwammerl”,
palabra con la que en determinadas zonas de Austria y Baviera se denomina a una
seta grande. Un amigo del compositor, Anselm Hüttenbrenner lo describía así:
“El aspecto de Schubert no era el de un hombre apuesto o
impresionante. Era bajo, con la cara redonda y bastante gordo. La abovedada
curva de su frente era hermosa. Como era corto de vista llevaba siempre
anteojos y no se los quitaba ni para dormir. La ropa era algo hacia lo que no
sentía el menor interés y no le agradaba frecuentar la sociedad elegante porque
entonces hubiera tenido que ocuparse de su aspecto. De todas maneras, en más de
una recepción esperaron deseosos su presencia y hubieran estado encantados de
pasar por alto cualquier negligencia en su atavío. Otras veces, sencillamente,
no podía afrontar los gastos que implicaba cambiar su ropa de diario por el
frac. Le molestaba saludar y hacer reverencias, y le parecía repugnante tener
que escuchar los elogios a él dirigidos”.
A su muerte, en 1828, solicitó ser enterrado cerca de su admirado Beethoven y así ocurrió. En 1988 sus restos fueron trasladados, junto a los de Beethoven al cementerio central de Viena, al conocido como “Panteón de los músicos”, del que ocupan ambos cada uno de los extremos de la zona principal mientras en el centro hay un monumento a Mozart, este evidentemente sin sus restos. Cerca quedan, pero fuera de la zona central, las tumbas de Brahms, de los Strauss y otros de menor calado. No cabe duda de que es la compañía que merece. De hecho un actor vienés, Oskar Werner, decía: "Mozart y Beethoven llegan al cielo, Schubert viene de allí".
En el monumento de Schubert, del que tantas maravillas podían esperarse de haber tenido una vida más larga, se puede leer: “El arte de la música no sólo ha enterrado aquí un preciado tesoro, sino esperanzas aún más espléndidas”.
Imágenes: De Wikimedia Commons - CC0 Dominio Público en Fuente Original: Img 1 - Img 2
Gracias Paco López, sabía muy poco sobre la vida de Schubert. Muy interesante!
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