Don Ramón María del Valle-Inclán vivía de forma muy austera, conviviendo incluso con ratones a los que, según contaba el escritor, les maullaba para espantarlos. Sus luengas barbas y su delgadez daban, a todas luces, una imagen de bohemia frugalidad que parecía un eco de sus estrecheces económicas.
Es muy repetida la anécdota según la cual, cierto día, se encontró en la calle
con Blasco Ibáñez, escritor de mucho éxito en vida y, se puede decir, metidito
en carnes. Este, al observar al autor de «Divinas palabras», le dirigió otras
que no lo eran tanto:
—Al verlo a usted uno diría que hay hambre en el país.
Don Ramón, siempre tan ágil de verbo como de pensamiento, le contestó:
—Y al verlo a usted uno comprendería por qué.
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