Leonardo da Vinci reservó una pizca de su talento para la escritura y nos dejó una pequeña colección de fábulas, entre las que se encuentra «La piedra descontenta», incluida en el Códice Atántico. En ella nos habla, en cierta manera, de la necesidad de compañía y de la añoranza de la soledad escogida. Y no es que Leonardo fuera una persona solitaria y desconectada del mundo, pero sí que valoraba mucho esa soledad que le permitía encontrarse con sus propios pensamientos. Como él mismo decía: «Si estás solo, te perteneces enteramente a ti mismo…» y añadía que, con cada nueva compañía, uno se pertenece menos a sí mismo. La fábula, en una versión adaptada al castellano actual, dice así:
«En un lugar elevado sobre un camino pedregoso, donde terminaba un agradable bosquecillo, había una piedra de buen tamaño que, rodeada de pequeñas hierbas y flores de muchos colores, relucía desnuda tras la lluvia.
Desde allí veía una gran cantidad de piedras en el camino que tenía por debajo, y le vino el deseo de dejarse caer hasta ellas, diciéndose a sí misma: “¿Qué hago aquí con estas hierbas? Quiero vivir en compañía de mis hermanas”.
Y, rodando hasta abajo, se unió a sus deseadas compañeras. Tras estar allí algún tiempo, empezó a verse sometida a un continuo tormento por las ruedas de los carros, por las herraduras de los caballos y por los caminantes: unos la volteaban, otros la machacaban, a veces se le arrancaba algún pedazo; y, cuando estaba cubierta de barro o de estiércol de algún animal, miraba en vano hacia el lugar de donde había partido, aquel lugar de solitaria y tranquila paz.
Así les sucede a aquellos que, desde la vida solitaria y contemplativa, quieren venir a habitar en las ciudades, entre gentes llenas de infinitos males.»
Más allá del cambio del campo por la ciudad, la fábula sirve también, a mi entender, para los que se rinden a los usos de la mayoría, a veces vulgares y poco edificantes, olvidándose de su propia forma de ser y sus propios gustos solo para «encajar».
Dice el refrán que «el buey solo bien se lame». Pero ¿quién puede vivir de verdad en soledad? No queda sino recordar aquella canción que decía: «Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar…», siempre, eso sí, cerca de las demás.
Imagen - «Estudio de cinco cabezas grotescas» por Leonardo - Wikimedia Commons - CC0

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