«El mismo sol y la luna parecen arrebatados para nosotros... Afuera, el día
puede ser azul y dorado, pero la luz que se desliza a través del vidrio grueso
y enmohecido de la pequeña ventana con barrotes bajo la que uno está sentado es
gris.» (De Profundis, Oscar Wilde)
Cuando Oscar Wilde fue condenado
a dos años de trabajos forzados por «indecencia grave» —delito por el que se le
procesó a raíz de su relación con Lord Alfred Douglas—, no se anduvieron con
medias tintas en el cumplimiento de la pena. Como parte del castigo, lo
hicieron, entre otras cosas, caminar durante horas en una especie de rueda o
escalera sin fin, siempre en un ambiente de trabajo duro, comida pobre, cama
dura, aislamiento y silencio obligatorio. Aquel tiempo de dura prisión acabó
con su salud.
Por su parte, Lord Alfred Douglas,
el hijo del poderoso Marqués de Queensberry, no sufrió condena alguna, ni su
apellido fue objeto de oprobio. La justicia quiso considerarlo como «la víctima» de un corruptor al que convenía castigar de
forma ejemplar.
Tras el juicio y la entrada en
prisión de Oscar Wilde, su esposa, Constance Mary Lloyd, pronto cambió su
apellido de casada —Wilde— por el de Holland y los dos hijos del matrimonio
—Cyril y Vyvyan— fueron igualmente
liberados del peso de aquel «ominoso» apellido, adoptando el nuevo de su madre.
No bastó marchar al extranjero
para lograr el olvido; incluso tras la muerte de Constance, la familia materna
se mantuvo inflexible y no permitió que los niños volvieran a ver a su padre. Con
este panorama, los niños, de apenas nueve años de edad al inicio de la condena
del escritor, sintieron que este debía ser algo parecido a un monstruo del que
era mejor estar lo más lejos posible.
Cyril Holland emprendió una
carrera militar en la que consiguió el grado de capitán. Ya adulto, escribió una
carta a su hermano Vyvyan, en la que contaba que la motivación de su paso por
el ejército no era otra que: «...borrar la mancha; rescatar, si fuera posible
mediante algún acto mío, un nombre ya no honrado en el país» y añade que no
quiere que de él se diga que es un «artista decadente, esteta afeminado,
degenerado sin fuerza de voluntad». Él no era un Wilde sino un hombre que
aspiraba a morir en batalla «por mi rey y mi país». Y efectivamente murió en
1915, durante la Primera Guerra Mundial por un disparo de francotirador, sin
cambiar nada y sin descendencia.
Por su parte, su hermano Vyvyan
Holland, no entendía nada de la situación que estaba viviendo, ni por qué hubo
de cambiar el apellido. Sufrió años de acoso y una profunda sensación de
infelicidad y desarraigo. Su padre fue durante años un tema tabú y solo en la
madurez logró conciliarse un poco con su legado al escribir sus memorias, que
tituló: "Son of Oscar Wilde", con lo que en cierta medida reconoce y
hace pública la figura de su denostado padre.
Vyvyan tuvo un hijo, Merlin
Holland, que con el tiempo se convertiría en historiador y en el principal
custodio del legado documental de Oscar Wilde. Dio un paso más y, en varias
entrevistas ha mantenido que llevar hoy el apellido Wilde «sería motivo de
orgullo», pero que por razones familiares e identitarias decidió seguir
llevando el de Holland. Su hijo, Lucian, el bisnieto de Wilde, sigue apellidándose
como su padre, por mucho que haya participado en algún acto académico en defensa del
escritor.
Tal vez el tiempo ha atemperado
el dolor, pero no ha sanado definitivamente la herida. Wilde nació en un tiempo
equivocado para su ingenio y su sensibilidad para el amor. Aún parece cumplir
condena, más allá de Reading, más allá de la muerte. La máscara que cubre su
apellido sigue presente.
Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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