Mozart
y Haydn llegaron a ser buenos amigos y se profesaban una sincera admiración el
uno por el otro. En 1785, Mozart publicó seis cuartetos “para dos violines,
viola y violonchelo” dedicados a su amigo Joseph Haydn; en la página preliminar
lo llama “gran hombre y carísimo amigo” y le pide que sea “Padre, Guía y Amigo”
de esos “seis hijos”. Ese mismo año, Haydn le dijo a Leopold Mozart en una
carta: “Ante Dios, y como hombre honesto, afirmo que su hijo es el mayor
compositor conocido por mí…” Tras la muerte de Mozart en 1791, Haydn expresó su
dolor por la temprana muerte de su amigo en el adagio de la Sinfonía n.º 98. En
esta ocasión no había sitio para las envidias y las zancadillas entre dos
genios absolutos. Solo amistad, admiración y respeto.
Los dos compositores eran verdaderos virtuosos del piano, capaces de tocar con soltura cualquier pieza leyendo su partitura a primera vista. Se cuenta la anécdota, mil veces repetida, de que durante una velada, Mozart le quiso gastar una broma a Haydn y le presentó, ante todos los presentes, una partitura a la vez que le retaba:
Los dos compositores eran verdaderos virtuosos del piano, capaces de tocar con soltura cualquier pieza leyendo su partitura a primera vista. Se cuenta la anécdota, mil veces repetida, de que durante una velada, Mozart le quiso gastar una broma a Haydn y le presentó, ante todos los presentes, una partitura a la vez que le retaba:
—Maestro, ¿a que no podéis tocar esa pieza?
Haydn, seguro de sus capacidades, se fue animoso hacia el piano dispuesto a
tocar la pieza propuesta por Mozart. Comenzó la ejecución fluidamente, sin el
más mínimo titubeo, pero llegó un instante en que se detuvo de repente, pues le
resultaba imposible seguir tocando lo que le demandaba la partitura y le dijo a
Mozart:
—No puedo continuar, ha escrito una nota que es imposible tocar: me faltan
dedos.
Esa nota a la que se refería Haydn se encontraba justo en el centro del teclado
y previamente el desarrollo de la pieza le había llevado a tener ambas manos en
los extremos del mismo donde seguían ocupadas con el devenir de la obra,
resultándole inalcanzable la nota central.
Entonces Mozart, sabedor de que había conseguido su objetivo de sorprender a
Haydn, le dijo que lo dejara a él. Abordó la pieza desde el principio y, al
llegar a la nota supuestamente imposible, simplemente se inclinó y la tocó
con la nariz.
Haydn le contestó riendo:
—Verdaderamente tocáis con toda el alma, pero también con todo el cuerpo, incluida
la nariz.
Más allá de la anécdota, esta historia habla muy bien el carácter juguetón y burlón
de Mozart; su apéndice olfativo era motivo de más de una burla por su tamaño
XXL, y el hecho de abordar esta broma con una solución tan nasal, solo
demostraba que era muy capaz de reírse de sí mismo y de sus defectos.


No hay comentarios:
Publicar un comentario