No son pocos los que, al pensar en Paco Rabal, traen a su
mente la imagen de este actor interpretando al pobre Azarías de "Los
santos inocentes", al ciego de "Lázaro de Tormes" o al singular "Juncal",
roles en los que mostraba un rostro desfigurado que, si bien rebosaba
personalidad, difícilmente podía servir, siquiera de eco, del galán que fue en
sus inicios. Rabal comenzó su relación con el cine como electricista en los
Estudios Chamartín, hasta que la casualidad hizo que el director Rafael Gil lo
llamara para cubrir una ausencia y resultara evidente que aquel
"chispas" daba buen juego ante las cámaras. Un curioso inicio para un
actor que terminaría trabajando a las órdenes de los mejores directores
nacionales, pero también de una nutrida lista de grandes creadores de fuera de
nuestras fronteras, entre los que se puede citar a Antonioni, Chabrol, Rivette,
Friedkin, Visconti o Lattuada.
Especialmente curiosa resulta la forma en la que Paco Rabal logra trabajar con Antonioni en "El eclipse". En 1962 Rabal se encontraba en Italia rodando "Morte di un Bandito" a las órdenes de Giuseppe Amato y los descansos los pasaba en una casa de la localidad costera de San Felice al Circeo. Allí conoció a Marisa Merlini, comadre de la gran Anna Magnani que también tenía una casa en la zona y que invitó a Rabal a conocerla. El resto de la historia la dejo en las palabras del propio Rabal:
"(Mariasa Merlini) me telefoneó entre semana. "Paco, ¿vas a ir al Circeo? No faltes este sábado porque Ana Magnani te invita a cenar, pero, por favor, non portare nessuna puttana." Marisa me prevenía de que asistiera yo solo sin compañía de amigas y compañeras que, a veces venían conmigo, y yo, tonto de mí, pensé: "Será que la Magnani quiere ligar", y le prometí a Marisa ir solo y a la hora convenida. Bien pues ese sábado terminamos de rodar tarde y cuando llegué a casa de Ana era ya las once de la noche y estaban en una sobremesa larga de vinos y de café. Entre diez o doce invitados, recuerdo a Antonello Trombadori, hombre de la política y la cultura del PC italiano, algunos directores y gente del teatro; Ornella Vanoni, espléndida hembra y gran cantante que entonces estaba muy de moda en Italia, y en el mundo con las canciones de "la mala vida". Pronto me di cuenta de que la Magnani no me quería ligar. Llamó a una de sus mujeres de confianza por allí atareada:
"¡Sandra, porta la guitarra!" Y, volviéndose a mí, ya guitarra en mano, me ordenó desmelenada y tremenda:
"Me dispiace -le dije-, cuanto lo siento, no sé suonare
la guitarra."
"Allora, ¡suona las castañetas!" (castañuelas).
"Tampoco sé suonare las castañetas", le respondí
en mi más perfecto italiano.
"!Baila!" me increpó más iracunda. "¡Baila
flamenco!"
"Tampoco sé bailar flamenco" le medio mentí,
porque algunos pasitos si que doy.
Y entonces: "¡Sandra, il tarallolo!". Y me ofrecía
un mantel de mesa furiosamente rojo:
"Torea, spagnolo" me gritó ya espatarrada y
hermosa.
"No sé torear" le dije lleno de pena y de
vergüenza española ante una italiana tan admirable y genial, tan plena de
coraje. "No se torear" balbuceé de nuevo.
"Ma, ¿qué clase de spagnolo sei tu" Y ensartó una
serie de palabrotas y de insultos del que recuerdo el último; "Vaffanculo"
y que ustedes comprenderán tan perfectamente como ella me lo lanzó.
Dos días después recibo por sorpresa la visita en mi hotel de Michelangelo Antonioni y de una muchacha un tanto desgastada, con unos pelajos desordenados y unas grandes gafas oscuras, a quien creí la secretaria del director y que era Mónica Vitti. Me dijo Antonioni, hablándome con cierta timidez y en voz baja, que estaba buscando para su película "El eclipse" un personaje especial, un intelectual de izquierdas, primer amante de la Vitti en la película, que estaba casi concluida con ella y Alain Delon. Le faltaba solamente filmar las escenas con este personaje, unos quince días de trabajo, porque Ana no había encontrado al actor que necesitaba.
Venía a verme -añadió- porque le había contado Ornella
Vanoni como había conocido en casa de la Magnani a un actor español que no
sabía torear, ni bailar, ni cantar flamenco y que le parecía tan raro que me
había querido conocer. Pensaba que yo podía muy bien interpretar ese personaje
y yo, contentísimo, pensé por mi parte que también el genial Antonioni, el
hombre culto y admirado, había caído en el topicazo y que, aparte de confirmar
su existencia, la del tópico, a mi me había venido estupendamente. Y también me
regocijé internamente porque la verdad es que tocar la guitarra no sé, pero
bailar y cantar flamenco no lo hago del todo mal."
Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0)
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