lunes, 20 de octubre de 2025

Napoleón, sus mariscales y la suerte

 

Napoleón era un genio por sí mismo, pero su grandeza como estratega también se apoyó en el saber y el coraje de sus mariscales en el campo de batalla. Cuenta la leyenda que no solo tenía en cuenta sus virtudes tangibles, sino también si eran personas tocadas por la suerte. "Sé que es buen general, pero ¿tiene suerte? ¿Es afortunado?" parece que decía antes de ascender a mariscal a alguno de sus altos mandos.

Y es que la suerte es a veces determinante en una batalla; basta un pequeño matiz para inclinar la balanza a uno u otro lado. Waterloo es un buen ejemplo. Aquella inoportuna lluvia, entre otros muchos factores, cambió de forma determinante el tempo de la batalla. Como decía el corso: "El éxito de un golpe de mano depende absolutamente de la suerte más que del juicio”.

Era un mando muy cercano y siempre presente en las evoluciones de la batalla. De hecho, algunos autores sostienen que unas dolorosas hemorroides le impidieron cabalgar entre líneas, como era su costumbre, para seguir de cerca el desarrollo de la batalla de Waterloo e infundir ánimo a sus tropas. Un infortunio más.

Conocía los nombres de muchos de los que luchaban a su lado y para algunos elegidos incluso guardaba alguna honrosa distinción. Así, para él, el mariscal Ney era "el más valiente de los valientes", el arrojado Lannes —de los pocos con los que se permitía el tuteo— le llevó a las lágrimas tras su muerte en Aspern-Essling. De él decía "Le tomé pigmeo, lo perdí gigante".  Davout era su "Mariscal de Hierro", Masséna "el niño querido de la victoria". Murat es a menudo recordado como “el rey dandi” por su estampa y Soult, tras los saqueos de arte llevados a cabo en España recibió después el apodo de “el roba cuadros”, aunque para ser justos, hay que decir que estos últimos motes no fueron idea de Napoleón. 

La elección de sus altos mandos era una decisión muy meditada, pues de ellos dependía su fortuna. Una anécdota, posiblemente apócrifa cuenta que un capitán que acompañaba a Napoleón mientras este pasaba revista a sus tropas pensó que aquella inesperada cercanía con el Emperador era la ocasión propicia para intentar ascender. Valiente y osado como él solo dijo:  

—Majestad, a pesar de que tan solo soy un oficial de no muy alta graduación, sepa que hay en mí madera de general.

- Me doy por enterado —respondió Napoleón, esbozando una mínima sonrisa-, la próxima vez que necesite generales de madera, no dudaré en recurrir a usted.

Resulta evidente que aquel capitán no tuvo suerte aquel día.

En la imagen podemos ver el óleo de Jacques-Louis David titulado “Napoleón en su gabinete de las Tullerías” (1812), que representa de manera discreta el hecho incontestable de que tras la suerte siempre hay un gran trabajo. Observen sino el reloj a las 4:13 de la mañana, las velas apuradas, los puños desabrochados, las medias arrugadas y el pelo despeinado. En la mesa, aludiendo a su famoso Código Napoleónico vemos un rollo con la palabra “Code”. Napoleón dormía poco. Había mucho por hacer. Era igual de laborioso que esas abejas bordadas en el sillón, el símbolo de una dinastía.

Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

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