Napoleón era un genio por sí mismo, pero su grandeza como
estratega también se apoyó en el saber y el coraje de sus mariscales en el campo de batalla. Cuenta la leyenda que no solo tenía en
cuenta sus virtudes tangibles, sino también si eran personas tocadas por la
suerte. "Sé que es buen general, pero ¿tiene suerte? ¿Es afortunado?"
parece que decía antes de ascender a mariscal a alguno de sus altos mandos.
Y es que la suerte es a veces determinante en una batalla;
basta un pequeño matiz para inclinar la balanza a uno u otro lado. Waterloo es
un buen ejemplo. Aquella inoportuna lluvia, entre otros muchos factores, cambió
de forma determinante el tempo de la batalla. Como decía el corso: "El
éxito de un golpe de mano depende absolutamente de la suerte más que del
juicio”.
Era un mando muy cercano y siempre presente en las
evoluciones de la batalla. De hecho, algunos autores sostienen que unas dolorosas
hemorroides le impidieron cabalgar entre líneas, como era su costumbre, para
seguir de cerca el desarrollo de la batalla de Waterloo e infundir ánimo a sus tropas.
Un infortunio más.
Conocía los nombres de muchos de los que luchaban a su lado
y para algunos elegidos incluso guardaba alguna honrosa distinción. Así, para
él, el mariscal Ney era "el más valiente de los valientes", el
arrojado Lannes —de los pocos con los que se permitía el tuteo— le llevó a las
lágrimas tras su muerte en Aspern-Essling. De él decía "Le tomé pigmeo, lo
perdí gigante". Davout era su
"Mariscal de Hierro", Masséna "el niño querido de la
victoria". Murat es a menudo recordado como “el rey dandi” por su estampa
y Soult, tras los saqueos de arte llevados a cabo en España recibió después el
apodo de “el roba cuadros”, aunque para ser justos, hay que decir que estos
últimos motes no fueron idea de Napoleón.
La elección de sus altos mandos era una decisión muy
meditada, pues de ellos dependía su fortuna. Una anécdota, posiblemente
apócrifa cuenta que un capitán que acompañaba a Napoleón mientras este pasaba
revista a sus tropas pensó que aquella inesperada cercanía con el Emperador era
la ocasión propicia para intentar ascender. Valiente y osado como él solo dijo:
—Majestad, a pesar de que tan solo soy un oficial de no muy
alta graduación, sepa que hay en mí madera de general.
- Me doy por enterado —respondió Napoleón, esbozando una
mínima sonrisa-, la próxima vez que necesite generales de madera, no dudaré en
recurrir a usted.
Resulta evidente que aquel capitán no tuvo suerte aquel día.
En la imagen podemos ver el óleo de Jacques-Louis David
titulado “Napoleón en su gabinete de las Tullerías” (1812), que
representa de manera discreta el hecho incontestable de que tras la suerte
siempre hay un gran trabajo. Observen sino el reloj a las 4:13 de la mañana, las
velas apuradas, los puños desabrochados, las medias arrugadas y el pelo despeinado.
En la mesa, aludiendo a su famoso Código Napoleónico vemos un rollo con la
palabra “Code”. Napoleón dormía poco. Había mucho por hacer. Era igual de
laborioso que esas abejas bordadas en el sillón, el símbolo de una dinastía.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0
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