“Mi
infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el
limonero...”
Son palabras de Antonio Machado en su poema "Retrato" del libro "Campos de Castilla". El poeta tenía fijación con aquella infancia sevillana que en realidad solo duró ocho años, aunque, si atendemos a aquella frase del también poeta Rilke que decía: "La verdadera patria del hombre es la infancia", es normal la continua evocación de aquel tiempo por Machado. Después, salvó pequeñas salidas y alguna visita a París, vivió en Madrid hasta 1907, el mismo año en que publicó "Soledades" y el de su marcha como profesor a un Instituto de Soria donde había una vacante a cubrir.
"Yo
tenía un recuerdo muy bello de Andalucía, donde pasé feliz mis años de
infancia. Los hermanos Quintero estrenaron entonces en Madrid El genio alegre,
y alguien me dijo: ″Vaya usted a verla. En esa comedia
está toda Andalucía″. Y fui a verla, y pensé: ″Si
es esto de verdad Andalucía, prefiero Soria.″ Y a
Soria me fui."
Se
cuenta que la armonía en aquella relación fue total. Machado encontró junto
a ella empuje e inspiración para su monumental obra "Campos de
Castilla" y el futuro sonreía a una pareja que no paraba de hacer proyectos. Pero en 1911 Leonor enfermó
de tuberculosis y con tan sólo 18 años falleció dejando a Machado totalmente
derrotado.
Una
leyenda cuenta que el reloj de pared de la pensión donde vivían los Machado
quedó detenido y mudo su tic-tac justo en la hora del fallecimiento de Leonor,
algo que atestiguan muchas de las personas que vivieron el momento. Nunca más
se le volvió a dar cuerda a aquel reloj, detenido en el tiempo igual que el
corazón de Machado, que nunca volvió a casarse.
Los últimos meses de Leonor parece que fueron la inspiración del famoso poema "A un olmo seco", en el que todavía se respira un hálito de esperanza en la recuperación de Leonor:
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas nuevas le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
Seguramente el olmo alcanzó aquella nueva primavera, pero no Leonor, que tuvo como una de sus últimas alegrías tener en sus manos, ya terminado, un volumen de "Campos de Castilla", un poemario que estaba impregnado de ella misma. Poco más de un mes aguantó Machado en Soria tras la muerte de su esposa y marchó a un nuevo destino en Baeza desde donde escribía:
“Salí de Soria hace ya un mes, y me encuentro aún desorientado, como si el alma se me hubiera quedado allí.”
No
en vano, el reloj, detenido ya para siempre, sigue con sus manecillas inmóviles
en el Museo Antonio Machado de Soria.
Imágenes: Tomadas de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Img 1 - Img 2
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