“Vine al mundo muy joven, en un tiempo muy viejo.” (Erik
Satie)
No iba descaminado Satie. Posiblemente el mundo todavía no estaba preparado para la música minimalista que componía, basten como ejemplo sus famosas "Gymnopédies" o las "Gnosiennes". Satie era un personaje inclasificable, tanto, que el poeta Max Jacob lo definió de la siguiente manera: "Es un mamífero cuya especie incluye un solo ejemplar: él".
Sus excentricidades eran muchas. Se cuenta que en cierta ocasión recibió el dinero de una herencia con el que se compró siete trajes, idénticos de terciopelo gris y otros tantos sombreros. Durante años los vistió regularmente, convirtiéndose en una especie de uniforme. Satie, que era muy dado a dar grandes caminatas, pronto fue identificado por los niños que lo veían pasar como "El hombre de terciopelo" —le gentilhomme de velours—. El poeta León Paul-Fargue decía: “Era un dandi encogido dentro de su chaqueta de terciopelo, con un rostro afilado y unos ojos que miraban como desde muy lejos, como si observara algo invisible para los demás”. Satie por su parte encajaba los comentarios con una gran dosis de ironía: “Siempre me he vestido con gran esmero”.
Sus largas caminatas, casi diez kilómetros diarios desde Arcueil, en las afueras de París, hasta el céntrico Montmartre, y a veces también la vuelta, parece que tuvieron su influencia en sus composiciones. El estudioso Roger Shattuck propuso que no sería extraño que el personalísimo sentido del ritmo musical y su apreciación de "la posibilidad de variaciones sin repeticiones" tuviera parte de su inspiración en aquellas interminables caminatas a través de un mismo paisaje. De hecho no era extraño verlo anotar afanosamente ideas debajo de un farol durante aquellos largos paseos.
Como sus composiciones no le daban para mantenerse, se ganaba la vida como pianista en cabarets, en los que tocaba con sombrero de copa y extravagantes corbatas. En ellos conoció a multitud de personas interesantes, entre ellos a Debussy, con el que trabó una larga amistad, y a la que sería el amor de su vida, Suzanne Valadon. La relación duró poco, pero parece que Satie nunca la olvidó.
Le gustaba llevar siempre paraguas, lloviera o no, y los cuidaba con tanto esmero que si llovía no los abría y los protegía con sus ropas mientras se mojaba. Cuando se abrió su casa, en Arcueil, una vivienda de solo dos habitaciones que el compositor llamaba "El armario" y a la que no había accedido nadie aparte del compositor en décadas, se encontró, entre muchos dibujos y escritos, una importante colección con decenas de paraguas. En los bolsillos de algunos de aquellos trajes de terciopelo aparecieron piezas pianísticas de Satie aún sin publicar.
Los nombres de sus composiciones son cuando menos singulares: "Impresiones desagradables", Croquis e irritaciones de un monigote de madera" o "Embriones disecados". Cuando un crítico dijo que sus obras carecían de forma, compuso, a modo de respuesta, una serie de ellas a las que tituló: "Tres piezas con forma de pera". Y más allá de los títulos están las indicaciones que el compositor incluía en los márgenes de las partituras, notas de humor que difícilmente ayudarán en la interpretación final de la pieza. Una por ejemplo decía: "A cualquiera. Prohibido leer en voz alta el texto durante el transcurso de la ejecución musical. Todo incumplimiento de esta observación levantará mi justa indignación contra el petulante. No se conceden privilegios". En otros se podía leer: "Ligero como un huevo" o "Como un ruiseñor con dolor de cabeza".
No es fácil de catalogar un sujeto como Satie. En otra de
sus excentricidades publicó unos textos bajo el título "Memorias de un
amnésico" en el que, al menos cincuenta de sus páginas estaban prácticamente en
blanco. Una genialidad conceptual sobre alguien que había olvidado casi todo.
No dejaba de ser un adelantado del surrealismo y de las vanguardias. Actualmente, algunas de sus piezas son incluidas en selecciones de música new age o ambiental. Es interesante la reflexión hecha por el músico a Fernand Léger sobre ese tipo de música que aún no había sido creada:
"Sabes, deberíamos crear música de fondo, es decir, música que se integre con los ruidos del entorno donde se reproduce, que los tenga en cuenta. Debería ser melodiosa, para tapar el sonido metálico de cuchillos y tenedores sin anularlo por completo, sin imponerse demasiado. Llenaría los silencios, a veces incómodos, de los comensales. Evitaría el intercambio habitual de banalidades. Además, neutralizaría los ruidos de la calle que penetran indiscretamente desde el exterior".
No es extraño que el compositor Darius Milhaud dijera al respecto de Satie: "profetizó el mayor movimiento en la música clásica que aparecerá en los próximos cincuenta años dentro de su propia obra musical".
El compositor era un visionario, un ser excéntrico, un avanzado de la vanguardia de humor afilado en un tiempo que no le hacía justicia, un ser, tristemente, único en su especie. Como diría Cocteau:
“Satie es la sencillez misma, envuelta en un misterio”.
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Fuente Original
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