Hace tiempo leí, en un simpático libro titulado: "Cómo dárselas de experto en música" (Peter Gammond), una reflexión muy llamativa, y real —en la imagen superior está la prueba—, sobre lo curiosas que son algunas carátulas de los discos de música clásica, sobre todo en los años 80' y 90'.
Ocurría que, en un tamaño de letra soberbio,
enmarcado y muy visible aparecía el nombre del director estrella, o en su caso,
del solista o cantante de renombre "protagonista" del disco. En
segundo lugar, con menos "pompa y circunstancia" y con caracteres más
pequeños y modestos, aparecía la formación orquestal que iba a interpretar la
obra y solo en tercer lugar, muy alejado ya del protagonismo de los anteriores
aparecíahumildemente el nombre de algún Johann Sebastián Bach, Beethoven o
Mozart y de su obra.
El caso de la imagen que abre este texto es un ejemplo claro.
Beethoven no merecía ni tan siquiera las mayúsculas para iniciar su nombre, la maravillosa Sinfonía Heroica menos, mientras que el todopoderoso Herbert von Karajan, se las guardaba todas para sí
y su Filarmónica de Berlín. Es una jerarquía que siempre me resultó chocante.
¿Qué sería del talento de cualquiera de esas estrellas temporales sin las
creaciones inmortales de los que fueron dejados para el último rincón de los
títulos?
En esta misma línea va la siguiente anécdota:
En cierta ocasión el compositor Amadeo Vives, autor de
zarzuelas tan celebradas como “Bohemios” o “Doña Francisquita” se dirigió a los
miembros de la banda música con la que efectuaba unos ensayos y golpeando con
su batuta el atril dijo:
— — ¿Están ya los músicos a punto?
Uno de los miembros de la orquesta, molesto con el apelativo
que le habían otorgado, le contestó:
— — Por favor, maestro, nosotros no somos los
músicos, somos los profesores.
Vives en un momento de agudeza mental y de forma espontánea
le replicó:
— — Tiene usted toda la razón. Los músicos son Bach,
Beethoven, Schumann, Mozart, Chopin….. Ciertamente vosotros sólo sois los
profesores."
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