No era mal consejo este que nos daba Tales de Mileto,
considerado el primero de los filósofos y uno de los míticos Siete Sabios de
Grecia. Una máxima que Tales, conocedor de la naturaleza humana, complementó
con otra que decía: "La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos y
la más fácil es hablar mal de los demás". Dos mil seiscientos años después
nada ha cambiado.
Los grandes pensadores tienen fama de despistados, de vivir
ensimismados en sus pensamientos, de parecer a veces torpes dentro de su
genialidad y Tales de Mileto constituye un ejemplo clásico de este tópico.
Contaba Platón que fascinado Tales por el espectáculo de las estrellas que
tachonaban el cielo, caminaba absorto mirándolas. Quién sabe si pensaba en el
posible orden del cosmos o simplemente observaba cómo parecían acompañar cada
uno de sus pasos, pero desde luego olvidó por completo el suelo sobre el que
pisaba. No tardó en volver a la realidad cuando, tras un paso en falso, cayó en
un pozo que había en su camino. Una criada tracia no pudo evitar reírse de
aquel supuesto sabio que preocupándose siempre de cosas elevadas e
inalcanzables no reparaba en las realidades terrenales que tenía delante de sí.
El ingenio de Tales en cualquier caso era enorme. Contaba
Diógenes Laercio que como aplicación del famoso teorema que lleva su nombre,
basado en que, cuando varias rectas paralelas son cortadas por otras
transversales, los segmentos resultantes guardan siempre la misma proporción, logró
medir de forma sencilla la altura de la Gran Pirámide de Keops, durante milenios,
la construcción más alta hecha por la mano del hombre. Solo tuvo que esperar al
momento del día en que su sombra medía exactamente lo mismo que su cuerpo y
pasar luego a medir la sombra de la pirámide. Nada más fácil, pero hay que
tener la mente despierta para darse cuenta de esas cosas.
Según Aristóteles, Tales fue el primero en apartarse de
mitologías y dioses para dar una explicación a la realidad y para él, el
principio fundamental (el arjé) de todas las cosas, el elemento del que parte
todo lo visible es el agua. Puede parecer una explicación simplista, pero que
lograra buscar ese origen fuera de los caminos tradicionales relacionados con
la religión o el Olimpo, ya era un paso de gigante.
Sus vecinos no dudaban de su inteligencia, pero viendo la
modestia con la que vivía se mofaban de él y decían que todos sus saberes no le
valían para nada. Tales, quizá movido por su orgullo y deseoso de demostrar que
su forma de vida era por elección propia, se propuso hacerse rico. Contaba
Aristóteles que, gracias a sus conocimientos sobre meteorología, Tales predijo
que el año entrante sería extraordinariamente bueno para el cultivo de
aceitunas. Ni corto ni perezoso, mucho antes de que llegaran las cosechas,
alquiló todos los molinos de la zona por muy bajo precio. Cuando llegó la
recolección, tan abundante como había previsto, todos tuvieron necesidad de
hacer uso de las prensas de los molinos y dependían de él. Tales subarrendó las
prensas a un precio mucho más alto y se hizo con un suculento beneficio. Tras
demostrar que no era rico porque no quería volvió a su modesto estilo de vida.
Puede que en estos tiempos en los que impera el deseo
desaforado de triunfar y acaparar riquezas, sea bueno recordar a un sabio tan
lejano como Tales y un par de las máximas que se le atribuyen: "La riqueza
no está en poseer muchas cosas, sino en necesitar pocas" o esa otra que
decía: "La moderación enriquece, el exceso empobrece".
La imagen que encabeza este texto es una recreación digital basada en grabados atribuidos a Tales de Mileto. En realidad, no contamos con retratos auténticos del filósofo (siglo VI a. C.), de modo que su aspecto sigue siendo un misterio.
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