miércoles, 27 de agosto de 2025

El romance del niño que todo lo quería ser (Manuel Benítez Carrasco)

 


El niño quiso ser pez;
metió los pies en el río.
Estaba tan frío el río
que ya no quiso ser pez.

El niño quiso ser ave;

se asomó al balcón del aire.
Estaba tan alto el aire
que ya no quiso ser ave.

El niño quiso ser perro;

se puso a ladrar a un gato.
Le trató tan mal el gato
que ya no quiso ser perro.

El niño quiso ser hombre;

le estaban tan mal los años
que ya no quiso ser hombre.

y ya no quiso crecer,

no quería crecer el niño
se estaba tan bien de niño,
pero tuvo que crecer.

Y una tarde, al volver

a su placita de niño
el hombre quiso ser niño
pero ya no pudo ser. 

Al hilo de estos versos pertenecientes al "Romance del niño que todo lo quería ser", obra de Manuel Benítez Carrasco (1922-1999), un poeta andaluz que desarrolló la mayor parte de su obra fuera de España y muy especialmente en México, no puedo evitar recordar una frase atribuida a Rainer María Rilke, el famoso poeta austríaco, que da para pensar mucho: “La verdadera patria del hombre es la infancia”. Aunque la infancia les parece eterna a unos niños que no miran al futuro y son todo presente, lo cierto es que dura tan solo un instante, aunque eso sí, nada insignificante, pues nos pasamos el resto de la vida marcados por cómo vivimos aquellos momentos a los que siempre queremos retornar.

Es curioso que al leer el poema, al menos así ocurre en mi caso, uno casi piensa más en sus hijos que en uno mismo, que ya ha dejado también atrás la adolescencia y la juventud primera. Ahora, viéndolos a ellos cómo van creciendo tan deprisa y van pidiendo con urgencia su sitio en este mundo, se toma más conciencia si cabe de la fugacidad del proceso, del inexorable paso del tiempo y de cómo, a su lado, nos hacemos mayores con la misma rapidez que ellos se hacen adultos.

Las etapas se van cubriendo una tras otra. Y uno no puede evitar acordarse de aquella canción de Serrat titulada "Esos locos bajitos" que terminaba con aquellos versos que decían: "Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós".

No me importaría que siguieran, como canta Serrat, “jodiendo con la pelota” un tiempo más. Yo, a cambio, controlaría todo lo posible abusar de aquello de “Eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca”.

Imagen: "Corriendo por la playa" - Joaquín Sorolla - CC BY 2.0  en Wikimedia Commons


No hay comentarios:

Publicar un comentario