Esa podría ser la verdadera explicación, pero hay otra más romántica
que cuenta que, al inicio de los locos años veinte —el perfume se creó en 1921—
eran legión las personas de la aristocracia rusa, que huyendo de la revolución, se encontraban en París otorgándole a la ciudad un ambiente muy singular y cosmopolita.
El conde Félix Yusupov, aquel que con tantas dificultades mató a Rasputín, también formaba
parte de aquel círculo en el que Chanel se movía entre bailarines, artistas y
personalidades exiliadas, sobresaliendo el gran duque Dmitri Pavlovich, primo
del zar, que en cierta manera influyó en su forma de ver la moda, especialmente
en lo referente a bordados y telas. Y por supuesto no podemos olvidar al propio
Ernest Beaux, con quien se asoció la modista para crear el perfume, y
que había sido antes perfumista de los zares.
Puede que, por todo ese entorno e influencias indirectas, algunos
estudiosos y críticos de moda, entre ellos el historiador Jean Leymarie, han
señalado que el frasco recuerda mucho a las plateadas petacas planas de vodka
de los oficiales rusos, objetos que fueron muy populares en aquel París, que en
ciertos ambientes hablaba con un marcado acento de la estepa.
Esta historia no deja de ser una teoría no probada, pero está tan bien
traída que es difícil resistirse a contarla. Y puestos a imaginar, quién sabe
si en Rusia, sus “Marilynes” de aquel entonces, antes de la llegada del nº 5,
ya usaban coquetamente dos gotas de vodka de las petacas de los soldados como único
pijama. Hasta puede que las flappers, como la de la foto de cabecera, las
copiaran pícaramente. En plena ley seca, ellos estarían encantados.
Ya saben que en este mundo de las anécdotas es obligado a
veces recurrir al consabido: “Si non è vero. è ben trovato”.
Imagen: Tomada de New York Times
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