Las películas son en cierto modo como las conversaciones, que según el contexto, la mirada, la entonación de la voz o los gestos toman una significación u otra. Ahora, el uso imperativo de las mascarillas por el coronavirus, nos obliga a volcar gran parte de todo ese caudal de información en la expresividad que podamos darle a nuestros ojos; nuestro interlocutor no sabe realmente si sonreímos o mostramos desagrado debajo de nuestra máscara si no se lo decimos de forma indirecta y aun así, una mala interpretación de nuestras palabras será más fácil que en circunstancias normales. Pensando en esto me acordé del Efecto Kuleshov, un experimento de los años 20, que puso de relieve la extraordinaria importancia del montaje final de una película y como este podía obtener una reacción u otra del público dependiendo de la forma en la que se mostraban las imágenes, convirtiendo así al espectador en sujeto activo de la película, al depender en última instancia de este la significación de una sucesión de escenas. El teórico David Bordwell decía al respecto: “Lo que sucede entre cada toma, sucede entre tus orejas”. En esta línea, no han sido extraños los errores de montaje que han provocado que escenas supuestamente dramáticas se convirtieran en cómicas o viceversa, para desesperación del director.
El efecto toma el nombre del cineasta ruso Lev Kuleshov, maestro de directores cruciales en el desarrollo del lenguaje cinematográfico como Pudovkin o Eisenstein y en los que resultan patentes las enseñanzas de aquel. Kuleshov decía al respecto del montaje:
“Con el montaje correcto, aun cuando uno dirige el trabajo de un actor sobre algo totalmente diferente, se logra llegar al espectador como lo interpretó el editor. Esto es debido a que el espectador completará la secuencia por sí mismo y verá aquello que es sugerido por el montaje en sí”
Para la demostración de este efecto, Kuleshov preparó una serie de planos entre los que se intercalaba siempre la misma imagen del actor Iván Mozzhujin, en cuyo rostro se dibujaba una ligera mueca. La significación que los espectadores daban al rostro del actor era totalmente diferente según le precedieran las imágenes de un plato de sopa, de un ataúd o de una niña jugando. Ante el plato de sopa el rostro del actor parecía pensativo, ante el ataúd triste y ante la niña jugando con un oso de peluche parecía que hasta esbozaba una ligera sonrisa. El experimento probaba que el montaje influía de forma determinante en la significación y comprensión de la escena. La luz, la música, los movimientos de cámara también pueden ser cruciales a la hora de inducir una determinada sensibilidad hacía lo que se ve en la pantalla y por ende en su significado.
Alfred Hitchcock, un maestro jugando con las imágenes, con los actores y sobre todo con los espectadores, explicó de forma muy amena el efecto Kuleshov, colocándose él mismo como parte del experimento y por supuesto nada de sopa, cadáveres o niños; para crear el contraste recurrió, como no podía ser de otra forma, a una rubia, jugando con su hijo o en bikini:
"La tercera opción es lo que nosotros llamamos cinematografía pura. El montaje de nuestra película y como puede cambiar para crear ideas diferentes. Un primer plano nos mostrará lo que este personaje está viendo. Supongamos que él ve a una mujer con un bebé en los brazos. Ahora cortamos y recogemos su reacción ante lo que está viendo, y él sonríe. ¿Cómo es el personaje? Es un hombre agradable y simpático. Ahora quitemos la toma intermedia, la de la mujer y el bebé, pero dejemos las otras dos tomas como estaban. Y ahora pondremos una toma de una chica en bikini. Él mira. La chica en bikini. Él sonríe… ¿Qué nos parece ahora? Un viejo indecente. Ya no es el gentil caballero a quien le gustaban los bebés. Ése es, para mí, el poder del cine".
Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público (CC0) - Enlace de la Fuente Original
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