martes, 30 de septiembre de 2025

Rafael Sanzio y la Fornarina: El arte de amar hasta morir

 

Cuando en el arte se alcanza un determinado estatus ya no hace falta apellido. Ahí tienen a Michelangelo, Leonardo o Donatello. A pesar de morir con solo treinta y siete años, Raffaello logró entrar en ese selecto ramillete de artistas cuyo nombre basta por sí solo, como una especie de marca registrada para la eternidad. Son siempre reconocibles, aunque les pongan un antifaz y un caparazón de una tortuga. Si decimos Raffaello todos sabemos de quién hablamos.

"Rafael fue persona muy gentil, afable y cortés, y en su vida nunca tuvo enemigo”, así era descrito por Vasari, otros añadieron después que era una persona de constitución muy débil, casi espiritual podría decirse y ese es para algunos el simple motivo de su temprana muerte. Para otros se debió a la malaria e incluso hay quien lo achaca a un enfriamiento del sudor, cuando fue reclamado en las obras de San Pedro para inspeccionar los trabajos y acudió corriendo para no llegar tarde. Todo podría ser, pero Vasari nos cuenta otra versión un tanto más picante que, aunque no demostrada, no podemos dejar de lado.

Parece que Rafael era un joven fogoso que bebía los vientos por Margherita Luti, una bella romana conocida como "La fornarina" —la panadera— por ser esa la profesión de su padre. Rafael le dedicó un par de retratos y aunque no era muy dado a los desnudos y menos fuera del ámbito de la mitología, no pudo evitar dedicarle uno a su amante en el que lucía un brazalete con la inscripción “Raphael Urbinas”, que más que una firma parece una forma de mostrarla como alguien a quien sentía muy suyo.

 Los encuentros amorosos con la Fornarina nunca eran suficientes para él y tras un día de excesos, digamos que de "tanto pan", Rafael llegó a su casa totalmente exhausto. Por su débil naturaleza y mermado de fuerzas, le sobrevinieron unas fiebres que el médico, sin saber la causa, no supo tratar adecuadamente. No tuvo mejor idea que hacerle una sangría que lo debilitó aún más. Tras quince días de fiebre murió, curiosamente, el mismo día de su cumpleaños. 

Vasari no nombra directamente a la Fornarina, pero todo indica que la donna que ocupaba los anhelos de Raffaello en este fogoso trance era ella. Stendhal y otros autores del siglo XIX quisieron verla —pienso que injustamente— como una “femme fatale”, aunque supongo que simplemente eran una pareja que se amaban intensamente.

Consciente de su inminente muerte, Rafael pidió ser enterrado en el Panteón. Allí reposa, bajo una lápida en la que Pietro Bembo dejó escrito: 

"Aquí yace Rafael; mientras vivió, la Madre Naturaleza temió ser vencida por él, y al morir, temió morir con él."

Tuvo, al menos, el tiempo justo para dejarnos obras como “La Escuela de Atenas”, “El Triunfo de Galatea”, “La Transfiguración” o decenas de hermosas madonnas.

Si amante era del pan, más lo fue de sus pinceles.



Imágenes: Tomadas de Wikimedia Commons - Img 1 - Img 2 - Dominio Público CC0

lunes, 29 de septiembre de 2025

Jan van Eyck y el secreto del "Hombre del turbante rojo"


Hubo un tiempo en el que los pintores flamencos revolucionaron la historia del arte. Uno de sus máximos exponentes fue Jan van Eyck, hombre de confianza de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, para quien además de como pintor prestó servicios como diplomático e incluso se especula que como espía.

Van Eyck no sólo era capaz de dotar a sus obras de un realismo hasta entonces desconocido sino también de una atmosfera singular, casi mágica. Para ello fue esencial su decidido uso del óleo, una técnica de la que, si bien no fue el inventor, como tantas veces se repite, sí fue quien la perfeccionó hasta imponerla como medio ideal para conseguir unos resultados nunca antes vistos. El óleo aportaba brillantez, transparencias, y una profundidad cromática inimaginables con otras técnicas. Además, ofrecía la posibilidad de rectificar, lo que ayudaba a la aspiración última de alcanzar la deseada perfección.

Miguel Ángel, por el contrario, desconfiaba de esta técnica y llegó a decir que, por esa posibilidad de realizar retoques, el óleo era una forma de pintar para personas sin carácter. Él, que pintaba con tanta solvencia en un medio tan exigente como el fresco podía permitirse afirmaciones de ese tipo.

De Jan van Eyck podríamos presentar aquí sus obras más famosas como el Políptico de Gante (1432) o "El Matrimonio Arnolfini" (1434), lienzos que le llevaron a ser conocido en su tiempo, y con razón, como "el rey de los pintores". Sin embargo, para hablar de Van Eyck, hemos elegido el soberbio retrato del "Hombre del turbante rojo" (1433), una tabla pequeña, apenas del tamaño de un folio, que concentra un apasionante mundo de detalles por descubrir en el rostro de un personaje cuya identidad desconocemos.

De la vida de Van Eyck sabemos muy poco, pero todos los indicios apuntan a que este cuadro es en realidad un autorretrato. Esa forma de mirar directamente al espectador, ese nivel de detalle en la fisonomía y los rasgos, ese porte con el que parece desafiar al tiempo muestran a alguien orgulloso de sí mismo. Y Van Eyck lo estaba, como nunca antes lo había estado otro pintor. No en vano, un año antes había concluido el prodigioso "Políptico de Gante", ganándose la admiración de todos.

Esa consciencia del valor de su arte y de su valía personal no era habitual en una época en la que los pintores eran casi unos artesanos más. Van Eyck, en cambio, se afirmó como autor. Prueba de ese sentimiento de orgullo es el hecho de que el pintor fue de los primeros artistas que firmaban sus obras con un significativo: "Jan van Eyck me hizo", o como en "El matrimonio Arnolfini" con un "Van Eyck estuvo aquí", al más puro estilo grafitero. Pero su osadía todavía podía ir más lejos.

En el "Hombre del Turbante Rojo", obra expuesta en la londinense National Gallery, quiso firmar de una forma especial, que luego casi se convirtió en un lema personal. En el marco del cuadro incluyó el consabido "Jan Van Eyck me hizo el 21 de octubre 1433", pero en la parte superior del marcó pinto: “ΑΛΣ ΙΧ ΧΑΝ”, palabras griegas que en neerlandés equivaldrían a "Als ich can", una divisa que puede traducirse por "Como yo puedo" o “Lo mejor que puedo”.

Tal cual, podría interpretarse como un gesto de humildad, pero al leerla, se atisba algo más. La frase parece que no estaba elegida al azar. Fonéticamente "Ich" suena como "Eyck", de modo que su divisa: “Als ich can” podría entenderse al ser leída, con un sentido muy revelador: "Como Eyck puedo", es decir, una declaración de orgullo y maestría: “Pinto así porque yo, Van Eyck, puedo”.

Un genio absoluto que no solo revolucionó el arte de la pintura, sino que también supo reclamar para los grandes en su oficio el estatus de creadores y maestros. El turbante rojo le sirve como corona a un rey de la pintura que siente su autorretrato como un manifiesto de su talento, una atalaya desde la que mira desafiante al futuro. Simplemente, “porque él puede”.


Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público - CC0

domingo, 28 de septiembre de 2025

Marco Licinio Craso: El romano de oro

 

Marco Licinio Craso, el triunviro junto a Cesar y Pompeyo, fue un personaje harto singular en la historia de Roma. De familia plebeya ennoblecida, tuvo de su parte el don de la oratoria y un desmedido afán de poder y de riquezas. Heredó de sus antepasados el cognomen de “Dives” que significa literalmente "Rico", un apelativo casi profético para quien acabaría acumulando una fortuna legendaria. Incluso hoy, si se ajustaran las cantidades, su patrimonio personal lo situaría entre los hombres más ricos de la historia, junto a Bezos, Musk o Bill Gates.

Parte de su fortuna procedió de la especulación inmobiliaria. Se cuenta que creó el que podría considerarse el primer cuerpo de bomberos de la historia, aunque no con intenciones altruistas precisamente. Plutarco cuenta que Craso poseía centenares de esclavos altamente cualificados, muchos de ellos constructores, arquitectos o de los más variados oficios y eran para él más valiosos incluso que sus minas de plata.

Cuando había algún incendio en Roma, acudían sus esclavos, en lo que se podría definir como una especie de cuerpo privado de bomberos. Estos se ofrecían a sofocar el fuego sólo si el propietario vendía la propiedad a Craso. De negarse el fuego continuaba su labor y el precio iba bajando vertiginosamente. Finalmente, los propietarios, al verse acorralados por las circunstancias y ante la posibilidad de perderlo absolutamente todo, accedían a vender la propiedad muy por debajo de su valor y Craso se encargaba posteriormente de reconstruir el inmueble y especular con el. 

Ansioso de gloria y triunfo, armó un ejército con el que derrotó al tracio Espartaco. Para ello hizo que sus propios legionarios le tuvieran más miedo a su persona que al gladiador rebelde. Cuando parte de sus hombres, tras un primer encuentro con las tropas de Espartaco, se retiraron en desbandada del campo de batalla abandonando sus armas, no dudo en aplicar un castigo ya olvidado, la decimatio, con el que ejecutó ante sus compañeros y por sorteo a uno de cada diez legionarios. 

La disciplina fue férrea desde entonces. Nadie se atrevería a dar un paso atrás y la victoria final sobre el temido gladiador no tardaría en llegar. Cruel en la derrota y en la victoria, mandó crucificar a seis mil prisioneros del ejército de Espartaco en la Vía Apia, desde Roma hasta Capua.

Craso nunca llevó bien que no le concedieran un "triunfo" público por su victoria sobre Espartaco. El hecho de su victoria fuera sobre “simples” esclavos le quitaba mérito a su logro a los ojos del Senado y solo le entregaron una "ovación" por doblegar al correoso gladiador que tantos temblores de piernas provocó en la todopoderosa Roma. 

Su ambición no tenía límites y, decidido a buscar nuevos honores y reforzar su poder, saqueó el tesoro del templo de Jerusalén y, con las miras puestas en su ansiado paseo triunfal, emprendió una campaña contra los temidos partos. Craso error por su parte podría decirse, aunque la palabra nada tenga que ver con su persona. Sus treinta y cinco mil hombres fueron derrotados en la batalla de Carrás en el 53 a.C por el general Surena. 

Cuando Craso resultó apresado, los partos, que era sabedores de su codicia sin límites, decidieron ejecutarlo, según refiere la leyenda, obligándole a tragar el oro fundido que vertían en su boca mientras entre burlas le decían: “Sacia ahora tu sed de oro”

De sus siete legiones, unos diez mil hombres quedaron deportados por los partos a una zona que ahora se correspondería con Turkmenistán. Serían estos legionarios quienes, según una tradición posterior, formarían la legendaria Legión perdida

Craso tenía 62 años al morir y una fortuna de 200 millones de sestercios. Una cantidad fabulosa que, sin embargo, a él seguía pareciéndole poco.

El busto de Marco Licinio Craso se expone en el Louvre (Paris) y data de mediados del siglo I.

Imagen: De Wikimedia Commons - Fuente Original (CC BY-SA 2.0)

sábado, 27 de septiembre de 2025

Joaquín Rodrigo, el Concierto de Aranjuez y el latido de su Adagio


Joaquín Rodrigo, ciego desde muy pequeño, ya estudiaba solfeo con el sistema Braille a los ocho años. A los veinte años era un consumado pianista que, gracias a su talento, marchó becado a París, donde estudió composición con Paul Dukas. Su técnica y sensibilidad sorprendieron a todos.

El compositor sentía la guitarra como “el alma musical de nuestro país” y a ella le dedicó su obra capital, el Concierto de Aranjuez, en el que brilla con luz propia el Adagio de su segundo movimiento, probablemente la pieza española más reconocida internacionalmente.


Mucho se ha escrito sobre la inspiración que pudo tener Rodrigo para crearlo. En ocasiones, el propio autor habló de "el olor de las flores, el canto de los pájaros y el suave fluir de las fuentes en los jardines de Aranjuez"; en otras, relató que el tema le surgió de golpe en París, “cantando dentro de mí de un tirón, sin vacilaciones”.

Y, sin embargo, él mismo reconocería con el tiempo una verdad más íntima y dolorosa: “El Adagio del Concierto de Aranjuez es la expresión de la angustia, pero también de la fe. Una oración, al fin y al cabo.” Su esposa, Victoria Kamhi, añadiría con claridad: “Encierra todo el dolor que llevábamos dentro y que sólo podía transformarse en música”.

Rodrigo se casó con Victoria en 1933, con quien compartió su viaje de luna de miel a los Jardines de Aranjuez. Luego vinieron años de estancia en Francia y en Alemania, lugar en el que el guitarrista Pepe Romero, gran interprete del Concierto de Aranjuez, ubica la composición del famoso Adagio.

En 1939 el invierno fue especialmente frío y parece que la situación económica del matrimonio era precaria. En ese contexto Victoria perdió el hijo que esperaban y ella quedó en el hospital en un estado crítico.

El guitarrista Pepe Romero, que conoció bien al compositor, contó que Rodrigo, tras recibir aquella noticia, se recogió en su oscura soledad y volcó todo aquel torrente de emociones: el dolor por el hijo perdido y el miedo a perder a su esposa en el Adagio que hoy cautiva a todo el mundo.

Según Pepe Romero explicó después, la obra empieza con un pulso de guitarra que él consideraba absolutamente esencial, el eco de un latido vital. Algunos han querido ver en ese pulso el latido del corazón del hijo que no llegó a vivir o puede que el de la esposa que lucha por no detenerse. Ayudado del timbre casi humano de un corno inglés, la humilde guitarra irá expresando el dolor y el miedo que siente el compositor ante una orquesta que representa la voz omnipotente de Dios. En ese lamento, en esa búsqueda de Dios y de respuestas, el compositor parece preguntar por qué se ha ido su hijo y suplica que no muera también su esposa.

Cuando todo aquel torrente de emociones estalla y alcanza el clímax, cuando la rabia y la incomprensión llegan con unos desgarradores y frenéticos acordes de guitarra, Dios le responde con todo su poder a través de la orquesta, imponiendo su voz de una forma bellísima, que ha de aceptar el destino.

La guitarra, o lo que es lo mismo Rodrigo, según explica Pepe Romero: "Comprende que debe dejar todo en manos de Dios y le invade un sentimiento de paz y de aceptación de lo que ha pasado. La música es nostálgica y triste pero llena de paz. El segundo movimiento concluye con un sostenuto de la cuerda y la ascensión del alma del niño, mientras la guitarra toca los armónicos ascendentes".

Su mujer se salvó y fue el sostén del Maestro Rodrigo, Marqués de Aranjuez por título y por derecho espiritual, de por vida.

Y ahora, cuando escuchen el Adagio, quizá les suene diferente, lleno de vida y belleza, pero también de dolor. No es solo música. Por hablar con tanta verdad de emociones universales, es una de las piezas más hermosas de la música clásica.



Imagen: Tomada de la red. Fuente

viernes, 26 de septiembre de 2025

Theda Bara: La primera "Devoradora de hombres"


"Estoy condenada a seguir haciendo papeles de vampiresa durante toda mi vida. Creo que es porque la humanidad necesita que le repitan la misma lección de moralidad una y otra vez." (Theda Bara)

Fue la propia Theda Bara la que forjó ese encasillamiento. Durante los poco más de cuatro años que estuvo en lo más alto (suficientes para convertirla en un mito) representó por primera vez el rol de la perfecta "vampiresa", de la "mujer fatal", ese tipo de mujer que después resultó indispensable en el cine negro: la perdición de los hombres, que disfruta seduciéndolos para después destruirlos.

Su aparición, en contraste con las virginales actrices anteriores, tipo Lilian Gish, produjo un efecto brutal, y los hombres acudían en masa a los cines esperando desde la pantalla recibir mágicamente algún "mordisquito" pecaminoso. Hoy su belleza puede parecernos algo insulsa, pero en aquel tiempo fue sensación, algo que se magnificaba con toda la leyenda surgida en torno a ella.  Incluso hasta la expresión "devoradora de hombres", popularizada por la prensa de la época, encontró eco visual en la célebre imagen en la que posa junto a un esqueleto, como si hubiera consumido hasta el último trozo de su carne.

En sus películas encarnaba siempre a seres misteriosos y sensuales que gracias a su mirada penetrante y sugerente hacía caer en sus redes a los hombres, aunque estos pudieran intuir el peligro al que se veían abocados. Suya fue la frase "Bésame tonto", expresión aparecida en su película A Fool There Was” (1915) que se convirtió en símbolo de su imagen como vamp. Por supuesto cuando el hombre caía en la tentación y la besaba, se imponía la moral de la época y el varón recibía su justo castigo tan pronto se abandonaba en brazos del placer y la lujuria que la actriz encarnaba en la película.

Habiendo alcanzado la más alta cota de su fama con "Cleopatra" (1917) —película tristemente perdida—, decía haber nacido a orillas del Nilo, cerca de las pirámides y que era fruto del amor entre un legionario francés y una princesa egipcia. Por si fuera poco, mantenía que fue amamantada con leche de serpiente y por supuesto tenía poderes sobrenaturales. Siguiendo con todo aquel montaje publicitario argumentó que su nombre Theda Bara era un anagrama que se conseguía jugando con las letras de "Arab Death""Muerte Árabe"—, y acompañaba sus apariciones públicas con un velo que la cubría parcialmente, llenando de misterio su figura.

Pero en el mundo del cine todo es ficción. La actriz había nacido en 1885 en Cincinnati (Ohio-EEUU) y su verdadero nombre era Theodosia Goodman, de modo que Theda no es sino el diminutivo de Theodosia y Bara proviene del segundo nombre de su abuela materna.

Contrariamente a la imagen de "vamp" que tenía en sus películas, Theodosia era una mujer en extremo tímida y tranquila en la vida privada. Nadie podía imaginar que “la mujer más peligrosa del mundo” vivía con su madre y su ocupación favorita era “hacer punto en bata mientras lee a Shakespeare”. Casi una Santa. 

Así no es extraño que ella misma dijera:

"La gente se cree ciegamente lo que ve en la pantalla. Piensa que los artistas somos idénticos a nuestros personajes. Han llegado a romper carteles con mi imagen por eso, incluso una vez una mujer llamó a la policía porque su hijo estaba hablando conmigo."

Tras aquellos cuatro luminosos años, su rol fue quedándose obsoleto e intentaría por todos los medios cambiar de registro y relanzar su carrera, pero le fue imposible, los modelos de mujer habían cambiado, en parte gracias a ella, pero la habían superado decididamente, y lo que se demandaba era una mujer desenfadada, emancipada y moderna.

No le quedó más remedio que retirarse del mundo del espectáculo. Falleció en 1955, no de una misteriosa “muerte árabe”, sino de algo más terrenal: un cáncer abdominal.

Imagen: Tomada de la estupenda página Doctor Macro

jueves, 25 de septiembre de 2025

Peter Ustinov: El mejor Nerón del Cine

 

No era especialmente significativa la trayectoria como actor de Peter Ustinov cuando se le consideró para encarnar a Nerón en "Quo Vadis" (1951). Puede que su aspecto y su tendencia al histrionismo desmedido —como bien refleja la foto— cuadraran a la perfección con la visión que se tiene de alguien tan grandilocuente y excesivo como Nerón.

Contaba Ustinov en su autobiografía “Dear Me” que el director Mervyn LeRoy y el productor Sam Zimbalist le enviaron un telegrama para informarle de que, tras un parón previo, se retomaba el proyecto, y a pesar de estar contentos con la prueba que había realizado para el papel, le dijeron que lo encontraban demasiado joven para el papel del emperador.

Ustinov, que por aquel entonces contaba con 29 años, les contestó que si se posponía de nuevo el proyecto podría ser demasiado viejo. Nerón había muerto con 30 años. 

Parece que no habían contado con aquel dato a todas luces esencial y Ustinov no tardó en recibir un nuevo telegrama que decía: 

"La Investigación Histórica ha probado que usted tiene razón. Stop. El papel es suyo"

Nadie sabe cómo dio forma el actor a su Nerón, lo que sí sabemos es que, cuando le preguntó al director por el personaje, este le dijo que imaginaba a Nerón como un tipo que juega consigo mismo por las noches. Más allá de la boutade, lo curioso es que a Ustinov no le pareció una mala descripción.

El actor bordó su papel y su desmesurado Nerón eclipsó a las estrellas principales —Robert Taylor y Deborah Kerr— y lo convirtió en la auténtica revelación de la película. ¿Quién puede olvidarle recogiendo sus lágrimas, o su dependencia de Petronio y Tigelino? Aún hoy, para muchos, la imagen de Nerón es la del actor, con sus desbordados gestos y lira en mano.

El éxito fue descomunal. Con un coste de siete millones de dólares, "Quo Vadis" recaudó alrededor de setenta y cinco en todo el mundo. Se dice que gracias a este taquillazo la Metro Goldwyn Mayer se salvó de la ruina. Poco importaba con tamaño éxito que la película no lograra ninguno de los ocho premios Oscar a los que estaba nominada. Ustinov, que fue candidato como mejor actor de reparto, si obtuvo el Globo de Oro por su interpretación.

En busca de igualar los resultados obtenidos en taquilla, pronto llegarían otras películas del mismo corte como: “Sinué el Egipcio”, “La túnica sagrada”,  “Ben-Hur”, “Espartaco”,  “Cleopatra”… Había nacido la edad dorada del cine de romanos en Hollywood.

Por supuesto el papel de Nerón fue la consagración de Peter Ustinov en el mundo del cine. Llegó a participar en más de un centenar de producciones y su talento como actor le llevó a ganar dos premios Oscar por su participación en “Espartaco” y “Topkapi”.

Falleció a los 83 años. Quizá él mismo, con su ironía característica, habría sonreído al recordar la célebre frase atribuida a Nerón —su mejor papel—:

“¡Qué gran artista se pierde con mi muerte!”


Imagen: Peter Ustinov en 2003 retratado por Oliver Mark - Fuente Wikimedia Commons - CC BY-SA 4.0 - Fuente Original

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Claudia Cardinale: Una vida de película (DEP)

 

Claudia siempre fue lo que se dice "Un bocatto di Cardinale". En 1957, cuando todavía quería ser maestra, acompañó a su hermana a un concurso de belleza en Túnez y terminó ganándolo ella. Desde entonces sería “La ragazza più bella d’Italia in Tunisia”. El premio fue un viaje al Festival de Venecia en el que llamó tanto la atención de los productores italianos que, sin proponérselo, se encontró de pronto delante de las cámaras.

Con "Rufufú" (1958) comenzó "La Historia" (1986) de esta hermosa y talentosa actriz, que siempre se negó a ser una nueva Sophia Loren como querían en Hollywood. Puede que por ello mirara sobre todo al cine hecho en Europa. Ella prefería ser como Mara, "La chica de Bube" (1963), de la que llegó a decir: «Mara es la mujer que más se parece a mí en la pantalla: fuerte y frágil al mismo tiempo».

La fama la metió en "Un maldito embrollo" (1959), el de ocultar su maternidad durante años, haciendo pasar a su hijo por su hermano. «Viví años con un doble secreto: delante de las cámaras era una actriz joven; en casa, era ya una madre» recordaba. Son los peajes que a veces una mujer joven tiene que pagar, "La fuerza del silencio" (1977) impuesta para triunfar.

“Los profesionales” (1966) del mundo del cine no podían hacerse "Los indiferentes" (1964) ante aquella mujer "Guapa, ardiente y peligrosa" (1968) de andares tan elegantes como los de "La pantera rosa" (1963). La hicieron acompañar a "El bello Antonio" (1960), y a “Rocco y sus hermanos” (1960) pero también ponerse en "La piel" (1981) de la musa del bloqueado Guido Anselmi en "Fellini 8½" (1963).

«La belleza no está en la perfección de un cuerpo, sino en la libertad con que se vive» decía, siendo siempre ella misma, bella, pero también genuina y talentosa, provocando lo que se dice: “Celos a la italiana” (1964) de los hombres que estaban a su lado.

«El cine me dio la libertad que no me daban los hombres», "La libertad, amor mío" (1975) podría haber añadido enfáticamente. Y los éxitos no paraban de llegar en un baile de películas tan inolvidable como el que compartió con Alain Delon en "El gatopardo" (1963). Una película sobre la que comentaba: «Visconti quería que yo fuese siempre perfecta, me controlaba hasta el modo de respirar» y añadía «Sin Visconti no habría sido Claudia Cardinale».

Acompañó a Belmondo en “Cartouche” (1962) y a Kinski en "Fitzcarraldo" (1982). Y cuando le ofrecieron ser una chica Bond demostró tener claro su camino: «No me interesaba ser la chica de alguien; quería ser protagonista de mi propia historia». Lo demostró con creces, pero como a todos, cuando llega “El día de la lechuza”(1968), incluso las diosas del cine tienen una cita "Al final del camino" (1976).

Fue la suya, una vida apasionante, "Hasta que llegó su hora" (1968). A los 87 años, cuando ya acechaba la inoportuna “Senilidad” (1962), "Un viento del sur" (1959) se llevó ayer "A la chica con la maleta" (1961) a un viaje sin retorno.

Ahora su nueva dirección es "Calle Paraíso 588" (1992), justo al lado de casa de "Jesús de Nazaret" (1977).

Descansa en paz, Claudia

Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público - CC0


lunes, 22 de septiembre de 2025

Helen Mirren: Toda una reina de la pantalla



"Cada vez que veo a la Reina Isabel, siempre pienso: ¡Ahí estoy yo!"  (Helen Mirren)

Y es que no se puede calificar sino como inolvidable su actuación en "The Queen" (2006), la sensacional película dirigida por Stephen Frears por la que consiguió de forma merecidísima el Óscar a la mejor actriz. Para ser más exactos, es una de las pocas actrices que ha ganado los cuatro grandes premios por un mismo papel: el Óscar, el BAFTA, el Globo de Oro y el Premio del Sindicato de Actores.

Nació en Londres en 1945 con el nombre de Ilyena Vasilievna Mironov, en una familia envuelta en leyendas que hablaban de diplomáticos rusos, generales zaristas y hasta carniceros de la realeza. La fama tardó en llegarle. Como ella misma recordaba: “A los 25 era demasiado sexy para que me tomaran en serio, y a los 50 ya era demasiado mayor. Paradójicamente, me hice famosa a los 60.” 

Así, cuando a la actriz, que además de Isabel II ya había interpretado a Isabel I, le colocaron su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, la recibió como si de un trono se tratase y comentó: “Ahora que tengo mi propia estrella, puedo decir que soy oficialmente la reina de Hollywood Boulevard.”

Rebelde y adelantada a su tiempo, afirmaba: “Siempre me rebelé contra la idea de que una mujer debía ser dulce, agradable y complaciente. Prefería ser malhablada, testaruda y libre.” 

Una prueba de su carácter fue como plantó cara al periodista Michael Parkinson cuando le preguntó si su “atractivo físico y sus pechos” no le impedían ser tomada en serio como actriz shakesperiana. Mirren replicó con frialdad: “Creo que me toma usted por una actriz erótica. Yo prefiero pensar que soy simplemente una actriz, y mis pechos son irrelevantes”.

Y a pesar de ello, no tuvo duda de participar en la más controvertida de sus películas: “Calígula” (Tinto Brass – 1979). “Fue como estar en una orgía enorme, pero todos estábamos de acuerdo en que era ridículo. Nos lo tomamos con mucho humor” decía la actriz y añadía: “Me dio fama internacional, aunque fuera por motivos escandalosos. Y me enseñó a no tomarme demasiado en serio.”

Prueba de su espíritu libre y de esa forma de ser tan genuina es el travieso gesto contado por ella misma al respecto del acto en el que, solemnemente fue investida Dama del Imperio Británico en el Palacio de Buckingham: 

“Me puse ropa interior roja porque pensé que me daría valor y, además, me hacía sentir que seguía siendo yo misma bajo todo aquel boato.”

Hoy, cuando su bello rostro ya está surcado de arrugas, sigue regalándonos grandes interpretaciones y lecciones de vida. 

Gritemos todos: “God save Helen Mirren” 

María Antonieta: Entre los pasteles y el champán


 

No debía de ser muy lista esta María Antonieta (1755-1793), esposa de Luis XVI, aunque éste creo que tampoco iba muy sobrado de luces, tanto es así que el día de la toma de la Bastilla escribió en su diario un escueto "Nada". Por mucho que la anotación estuviera referida a una jornada de caza sin éxito, parece que los demás acontecimientos del día no le merecieron ni una sola línea.

Pero, de quien queríamos hablar, es de su esposa María Antonieta, una mujer frívola, dada a gustos carísimos que la hacían aparecer a los ojos de los parisinos como una despilfarradora, sensación que aumentaba con los panfletos callejeros con los que la propaganda revolucionaria quiso identificarla como “la ruina de Francia”. Para colmo era vox populi que además ejercía una influencia considerable y, según se decía, poco positiva en su marido, el rey.

No era buena época para ser el centro de atención con todo lo que estaba pasando. Su esbelto cuello no aguantó tanta presión ni tantas mentiras sobre su persona, y finalmente la guillotina selló su destino en 1793, perpetuando leyendas que todavía acompañan su figura.

Una de aquellas historias, ya os digo que falsa, cuenta que durante los primeros días de las revueltas revolucionarias le preguntó a una de sus asistentas por la razón de tanto alboroto en las calles y esta le contestó:

—"Majestad, el pueblo tiene hambre. Esas gentes ni siquiera tienen pan"

A lo que la reina, habría contestado de forma cínica y sobre todo desalmada con un estúpido:

—“Pues que coman pasteles”

La frase ya aparecía en 1782 en un libro de Rousseau titulado “Las confesiones”, cuando María Antonieta era todavía solo una niña y estaba muy lejos de convertirse en reina. De hecho, antes que a ella, la frase fue atribuida a varias princesas francesas en distintas épocas. El interés de la Revolución terminó fijando en su persona la autoría de aquella crueldad inventada.

Otra de las fábulas que normalmente se cuentan acerca de María Antonieta es que la "coupe",  esa copa de champán ancha y poco profunda, tuviera como molde los delicados pechos de la reina. La misma historia se cuenta de la Pompadour y de Paulina Borghese, aunque en realidad, ese tipo de copa se popularizó en Inglaterra desde 1663, mucho antes de que vivieran las supuestas inspiradoras de tan erótico diseño.

Esperemos que no aparezca nunca una leyenda semejante, y menos aún que sea cierta, sobre el molde de la otra modalidad de copas para champán, esas alargadas y conocidas como "tipo flauta". Sería toda una contrariedad cada vez que levantamos la copa para brindar.


Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0

domingo, 21 de septiembre de 2025

Marilyn, Grúshenka y la Venus de Milo

 

Existen muchas fotografías de Marilyn con un libro entre las manos. Podría pensarse que se trataba de una pose estudiada, pero no era el caso. Su biblioteca personal reunía más de cuatrocientos volúmenes, con una presencia destacada de los clásicos rusos: Chejov, Tolstoi o Dostoievski.

Esa Marilyn inquieta culturalmente contrastaba con la pública, la que podía sentir cierta falta de confianza ante las cámaras, ansiedad escénica si quieren llamarlo así, una situación que provocaba el olvido de sus frases de forma reiterada con la consiguiente desesperación de los directores. Billy Wilder tuvo que repetir una escena en "Con faldas y a lo loco" treinta veces y solo tenía que decir: "It's me, Sugar".

Pero curiosamente, en un ambiente seguro, tenía una conversación rica y ágil, que podía llegar a ser apasionada cuando se hablaba de algún libro que ella hubiera leído. En este sentido, Arthur Miller, su marido, mencionó que absorbía ideas y textos con intensidad y sensibilidad. Como alumna en el Actors Studio, lejos de la presión de los focos, también demostraba una gran capacidad para recordar fragmentos de poesía o pasajes literarios.

La imagen pública que tenía era diametralmente opuesta a la de una mujer con ambiciones intelectuales. Era, por así decirlo, a ojos de todo el mundo, la rubia tonta de sus películas.

Cuenta su biógrafo, Donald Spoto, que en 1956, durante una rueda de prensa dada en Nueva York en compañía de Laurence Olivier, se anunció su colaboración en "El príncipe y la corista". En aquella pareja, él representaría el talento como actor y ella, si acaso, tan solo una cara bonita y un cuerpo sugerente. Pocos en aquella rueda de prensa podían imaginar que Marilyn acabaría eclipsando a uno de los mejores actores del mundo en una película dirigida por el propio Sir Laurence para su mayor lucimiento.

El caso es que, en el transcurso de la entrevista, un periodista, con no poca ironía, le preguntó si era cierto que quería interpretar "Los hermanos Karamazov" y de ser cierto, qué papel interpretaría. La ocurrencia provocó carcajadas entre los presentes que ya imaginaban a Marilyn con barba dando vida a uno de los hermanos.

Ella contestó con un destello de irritación en el rostro:

—No quiero interpretar a los hermanos. Quiero hacer el papel de Grúshenka. Es una chica.

Como apunta Spoto en la biografía dedicada a la actriz:

"No dijo más, antes que sugerir abiertamente que buena parte de los periodistas que más reían probablemente habían estado demasiado ocupados estudiando en la escuela de periodismo como para leer el libro."

Pero la broma siguió y uno de aquellos periodistas la desafió con ánimo de ridiculizarla:

— Marilyn, deletree el nombre "Grúshenka"

—Averígüelo usted —respondió bruscamente la actriz

Podía intentarlo una y otra vez, pero en ella solo veían al personaje de sus películas.

Grúshenka era una mujer muy hermosa, de una belleza que es capaz de despertar grandes pasiones y por ello se convierte en uno de los pilares emocionales de una de las novelas capitales de la historia de la literatura. Un papel que Marilyn consideraba adecuado para sí misma tras haber leído el libro de Dostoievski. El escritor, a grandes rasgos —conservando el detalle, pero no la literalidad— la describe así en su obra:

De buena talla, sus movimientos eran suaves y silenciosos, de una suavidad que estaba en perfecta armonía con la dulzura de su voz. Su rostro revelaba con exactitud sus veintidós años. Su piel era blanquísima, con tonalidades de un rosa pálido y lucía una magnífica cabellera de color castaño, unas cejas oscuras y unos ojos admirables, de un gris azulado, enmarcados por largas pestañas. El hombre más indiferente, más distraído, el más extraviado entre la multitud durante el paseo, no habría dejado de detenerse ante este rostro y no habría podido olvidarlo en mucho tiempo. Bajo su chal se dibujaban unos hombros llenos y unos senos firmes de mujer joven. En aquel cuerpo se presumían las formas de la Venus de Milo, pero con proporciones algo más exuberantes.

Sin duda Marilyn habría sido una magnífica Grúshenka. Imagínenla. Basta volver a mirar esa foto inicial en la que la actriz evoca a la Venus de Milo, rediviva en la piel de una mujer que el mundo no quiso escuchar, la misma Venus que intuía Dostoievski en el cuerpo de la inquietante Grúshenka.


Imagen: Tomada de la magnífica página Doctor Macro - Fuente Original

viernes, 19 de septiembre de 2025

La frase que nunca escuchaste de Forrest Gump




La película "Forrest Gump" (Robert Zemeckis - 1994)  nos dejó un buen ramillete de frases para el recuerdo, como aquella que certeramente decía: "Mi mamá dice que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar" o aquella otra que sentenciaba "Tonto es el que hace tonterías". Eran frases simples pero sentenciosas que gustaron a todos y era tal la cantidad de ellas que merecían ser enmarcadas que terminaron por hacer de Forrest Gump, en su inocencia, una especie de sabio. 

Pero había un mensaje en la película que quedó oculto para todos los que disfrutamos con las genialidades de Forrest, las palabras del discurso que daba en el Lincoln Memorial de Washington ante una manifestación contra la guerra de Vietnam. Allí veíamos subir a Forrest a una tribuna vestido de militar y ya como héroe de guerra condecorado, decidido a condensar en unas pocas palabras toda su experiencia en el campo de batalla ante aquella muchedumbre que se oponía a una guerra para ellos inexplicable. Y justo cuando comenzó a hablar: "Pues... yo solo puedo decir una cosa sobre la guerra de Vietnam", un saboteador desconectó el micrófono y nos privó de sus palabras; el sonido solo volvería para escuchar el final de su parlamento: "Y es lo único que tengo que decir sobre esto". ¿Qué habría dicho Forrest para merecer tantos aplausos antes de encontrarse nuevamente con su adorada Jenny, que estaba entre los presentes?

No fue hasta años después cuando el guionista Eric Roth explicó en entrevistas —y así lo recoge IMDb— que las líneas de diálogo escritas para ese discurso eran las siguientes:

"Pues... yo solo puedo decir una cosa sobre... la guerra de Vietnam. A veces, cuando las personas van a Vietnam, vuelven a casa con sus mamás sin piernas. A veces ni tan siquiera vuelven a casa. Eso es algo malo. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto"

Sin embargo, Roth reconoció que ninguna de sus versiones convenció a Zemeckis y este decidió darle un giro a la escena. Al respecto comentaba el guionista en una entrevista a USA Today durante el veinte aniversario de la película:

"Dijo: 'Necesitamos algo mucho más divertido y mucho más importante'. Intenté algo más divertido, e incluso recluté a algunos comediantes. Le pedí ayuda a Billy Crystal, a Robin (Williams) y a otras personas. Y nada resonó. Luego intenté escribir un discurso glorioso sobre el patriotismo y Vietnam. Fue un discurso estadounidense realmente maravilloso. Y no funcionó del todo. Así que Bob ideó la solución: empezó a hablar y le cortaron el cable"

A veces lo que no se escucha puede decir tanto como las palabras mismas. ¿Recuerdan la escena?




Imagen: La imagen, con algún ligero retoque, esta tomada de  Flickr, del usuario "jdxyw" que la presenta con licencia creative commons con algunos derechos reservados: Attribution-ShareAlike 2.0 Genérico (CC BY-SA 2.0)  Se enlaza la fuente original con todos los detalles de la imagen: https://www.flickr.com/photos/jdxyw/4845076139

50 años de "Tiburón": El primer "blockbuster" moderno

 

Antiguamente, cuando una obra de teatro era todo un éxito de público, la entrada solía quedar repleta de las deposiciones que dejaban los caballos de los carruajes de los asistentes en la entrada del teatro. Por eso los actores se desean “mucha mierda” ante un estreno. Era señal de que eran muchos los carruajes que habían acudido a verlos. Con la llegada de los coches la medida del éxito cambió y con ello llegó el “blockbuster”. Sin muchas complicaciones podríamos definir un blockbuster como un taquillazo, un verdadero bombazo en las salas de cine. Aunque la palabra tuvo un origen un tanto más sombrío.

En la Segunda Guerra Mundial, la prensa denominó "blockbuster" aquel tipo de bomba convencional lanzada por los ingleses, lo suficientemente potente como para destruir por sí sola una calle entera o un edificio.

El origen de la expresión en el ámbito del espectáculo nace en el mundo del teatro. Así, en los años 40, cuando una obra de Broadway concitaba tanta expectación que las colas para sus representaciones daban la vuelta a las manzanas de edificios o incluso saltaban a la siguiente, el fenómeno se conoció como "blockbuster", entendiéndose "block" como manzana o conjunto de bloques de pisos y "buster" como "rompedor". Así, toda obra de teatro y posteriormente de cine que era capaz de lograr esas deseadas e interminables colas auguraba que iba a ser un éxito duradero. 

Sin duda hubo "blockbusters" antes de los años 70, como "Lo que el viento se llevó""Quo Vadis" o "Ben Hur" que llevaban una labor de marketing previa al estreno que convertían estas películas en auténticos acontecimientos de obligada asistencia

Sin embargo, el término “blockbuster” adquiere toda su dimensión con el estreno de "Tiburón" (1975) la película de Steven Spielberg que redefinirá el modo de rodar películas y hacerlas apetecibles al público. A partir de este título se volvió habitual destinar grandes presupuestos a publicidad y promoción de la película, con la certeza de que esa estrategia redundará en algunos casos en fabulosas recaudaciones en taquilla. Todavía recuerdo que para el estreno había carteles promocionales de aquel tiburón que abría sus terroríficas mandíbulas desde las profundidades casi en cada esquina. Nadie quería perdérselo.

“Tiburón” costó apenas 9 millones de dólares y ya lleva recaudados unos 490. Si ajustáramos la cantidad a la inflación, hoy sería el equivalente a casi 2.000 millones de dólares, lo que la coloca entre las diez películas más taquilleras de la historia con ingresos ajustados.

Spielberg sería un maestro en este tipo de películas, y si le dio el primer gran mordisco a la industria con "Tiburón", pronto siguió el festín con obras como “E.T.”, la saga de Indiana Jones“Parque Jurásico” y muchas otras que lo harían un director de oro.

Los resultados en taquilla de "Tiburón" no pasaron desapercibidos para la industria, que pronto tomó nota de la receta. Apenas dos años después, el fenómeno de los “blockbusters” se vería reforzado con la llegada de otra saga legendaria: "La guerra de las galaxias". Desde entonces, el cine cambió para siempre

A veces un blockbuster no es más que puro cine de palomitas, aunque afortunadamente no siempre sea solo eso. “Tiburón” aunaba entretenimiento y calidad. Seguramente al ver aquellas colas tan rompedoras, como diríamos hoy de un auténtico blockbuster, Spielberg pudo pensar, jugando con la famosa frase de Tiburón: Vamos a necesitar un ‘cine’ más grande”.


Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Fuente Original

jueves, 18 de septiembre de 2025

Nina Simone: Del fracaso a la gloria

 

“El jazz es una palabra blanca para definir a la gente negra. Mi música es música clásica negra” (Nina Simone)

Y es que Nina Simone, además de una gran cantante - sin duda, una de las intérpretes con más personalidad de la historia del jazz-, había recibido en su juventud una sólida formación pianística fundamentalmente clásica, que hicieron de ella una portentosa intérprete del instrumento. Con cuatro añitos ya tocaba el piano en la iglesia donde su madre predicaba y fue allí donde una profesora de piano llamada Muriel Mazzanovich la vio tocar y se le ocurrió la idea de convertirla en una verdadera pianista clásica, olvidando que aquella chiquita era mujer y a la vez negra, lo que en aquella época y aquel país lo convertía en un reto casi imposible.

En cualquier caso aquella profesora hizo que Nina se ejercitara lo indecible con interminables horas de práctica al teclado, metiendo en su cabeza las intrincadas partituras de J.S. Bach o los dificilísimos ejercicios de Czerny

En 1951 llegó el momento de la verdad. Nina fue una de las primeras jóvenes afroamericanas en enfrentarse a las exigentes pruebas de acceso del afamado Conservatorio Instituto Curtis de Filadelfia.

Según algunas fuentes, sus padres acudieron a verla en tan importante ocasión y se sentaron cerca del escenario. No tardaron en ser desplazados a la última fila. Mujer temperamental desde muy joven, Nina se negó a tocar hasta que sus padres pudieron volver a la primera fila. No le importaban las posibles consecuencias en un momento delicado como en el que se encontraba y eso demostraba la pasta de la que estaba hecha aquella joven.

Interpretó obras de gran calado de Rachmaninov, Liszt, Czerny y por supuesto Bach, pero no fue suficiente y puede que, por fortuna para la historia de música, le dijeron que no era admitida. Sin duda perdimos una gran pianista clásica, pero ganamos una diosa del jazz y el soul, con lo que creo que salimos ganando.

Hay que decir que, por el reducido número de plazas que ofertan, es el centro de estudios de más difícil acceso del mundo junto con la Escuela Juilliard de Nueva York, donde curiosamente sí pudo estudiar previamente Nina Simone, formación que hubo de interrumpir por trasladarse su familia a Filadelfia. Por el Conservatorio de Filadelfia pasaron artistas de la talla de Leonard Bernstein, Samuel Barber, Jorge Bolet, Lang Lang, Hilary Hahn, Nino Rota.... Ahora supongo que se sentirán un tanto contrariados de no poder poner el nombre de Nina Simone, tan grande como el de aquellos, en la lustrosa lista de antiguos alumnos.

El caso es que había que ganarse el sustento y aquello de tocar una polonesa de Chopin estaba muy bien, pero siendo negra daba poco para llenar la despensa familiar. Ella se llamaba en realidad Eunice Kathleen Waymon y decidió tomar como nombre artístico el de Nina Simone. Nina por Niña y Simone por la admiración que sintió por Simone Signoret en “París, bajos fondos”.

Ya con el nombre que la haría famosa, empezó a tocar el piano en un club de Atlantic City noche tras noche. No era el escenario ideal para una chica de su formación, pero daba de comer y fue el lugar en el que empezó a forjarse ese estilo suyo tan característico y combativo que la convertiría en leyenda.

Pero no crean que olvidó del todo aquellas influencias clásicas; si escuchan su gran tema "Love me or leave me" (abajo) notarán en su parte central un maravilloso solo de piano, en el que es perfectamente reconocible el estilo barroco de las obras para teclado del gran Johann Sebastian Bach; es verdadera música clásica pasada ligeramente por el tamiz del jazz.

La fusión, a veces, nos regala maravillas como esta. Con razón esa forma suya de cantar y tocar el piano hizo que la prensa alguna vez se refiriera a ella como "High Priestess of Soul", o lo que es lo mismo la "Alta Sacerdotisa del soul". Ahora es tiempo de quererla, pero nunca de dejarla. Oigámosla:

Love me or leave me:




Imagen: De Wikimedia Commons - Dominio Público - CC0 - Fuente Original

miércoles, 17 de septiembre de 2025

La gabardina de Bogart en "Casablanca": El comienzo de una hermosa amistad


 

Cuando, en el desenlace de "Casablanca" (1942) vemos a Rick Blaine (Humphrey Bogart) presentarse en el Aeropuerto para dejar marchar a Ilsa Lund (Ingrid Bergman) lejos de él y, acto seguido, se aleja caminando de forma cómplice junto al Capitán Renault (Claude Rains), no solo asistimos al comienzo de una hermosa amistad, en aquellas imágenes se estaba forjando, ya de forma definitiva, uno de esos íconos de la moda que llegaron hasta nosotros directamente desde las pantallas de cine. La gabardina.

La prenda había sido diseñada mucho antes, en 1880 por Thomas Burberry, quien encontró un modo de impermeabilizar el hilo antes de tejerlo. El resultado fue una prenda muy resistente al agua que pronto fue utilizada por personas dedicadas a trabajar en el campo. Gracias a sus virtudes impermeables, su ligereza, el corte elegante y sus grandes bolsillos no tardaría en escalar hasta la oficialidad del ejército británico en la Primera Guerra Mundial.

Ya en los años posteriores al conflicto la "trench coat", como llaman los ingleses a la gabardina, empezó a aparecer en algunos thrillers asociada a detectives y personajes misteriosos.

Los chicos malos del cine, Edward G. Robinson o James Cagney, la vistieron en los años 30 ayudando a reforzar la dureza de sus personajes. También William Powell la usó en "La cena de los acusados" ya con un toque de elegancia detectivesca.

Incluso Bogart la llevó como Sam Spade en "El halcón maltés" (1941) antes de vestirla como Rick. Los precedentes son innegables, pero... El verdadero impacto en la persona de a pie fue ver a Bogart, entre la niebla de aquel aeropuerto de "Casablanca", con su sombrero fedora y aquella gabardina beige con cinturón, doble botonadura y solapas levantadas. El mito había nacido.

El New York Times dijo años después que el final de Casablanca fue "la venta de gabardinas más efectiva de la historia del cine". Todos querían llevar una y la demanda se disparó. Era la prenda que te convertía instantáneamente en alguien que parecía tener muchas historias que contar.

Conquistadas las calles, seguiría siendo el uniforme del cine negro, de detectives, gánsteres y personajes duros, ya fuera Robert Mitchum en "Retorno al pasado", Alain Delon en "El silencio de un hombre", Peter Sellers como el inspector Clouseau en "La pantera rosa" o Peter Falk como el detective Columbo

Los ejemplos podrían ser infinitos y variados. Incluso la estética de algunos western en el pasado como "Hasta que llegó su hora" o de películas de acción futuristas como "Matrix" le deben mucho al aura de esta prenda.

La gabardina era capaz de mutar hasta el infinito y pasar así del misterio al glamour, y del hombre a la mujer. Eso demostró Audrey Hepburn en "Desayuno con diamantes". Ahora la gabardina es además un símbolo de la feminidad sofisticada. El cinturón ciñe su silueta otorgándole no solo un aire de sensualidad, sino también de misterio y modernidad.

Este año, parece que viene con fuerza... Si no son de llevar capas o mallas de colorines, una gabardina es lo que más le acercará a un héroe urbano.



Imágenes: Tomadas de la estupenda página Doctor Macro. Fuente Original

martes, 16 de septiembre de 2025

El último salto de Robert Redford - D.E.P.


Cuando en 1969 se unieron Robert Redford y Paul Newman para rodar "Dos hombres y un destino", Newman era ya un actor consagrado y el director George Roy Hill quería darle un plus de protagonismo con más primeros planos y mejores frases. Robert Redford ya tenía cierto predicamento en Hollywood, pero todavía le faltaba dar el gran salto a la fama, algo que consiguió gracias al enorme éxito de esta película.

Y ganas de saltar no le faltaban…. Una de las escenas más recordadas de la película es cuando ambos actores saltan al río desde un acantilado. La escena debía ser rodada con dos especialistas, pero Redford insistió en hacer él mismo la escena. Newman, más conservador, dejó su salto en manos del especialista y según la leyenda le dijo a su compañero en tono de broma:

"De acuerdo, chico, si te matas, me quedo con todo el protagonismo"

Aquella fijación por querer interpretar sus propias escenas de riesgo, como correr por encima de los vagones y saltar de uno a otro, le granjeó un respeto enorme entre todos los miembros del equipo, aunque luego no se lo permitieran hacer. Incluso Newman empezó a tratarle como un igual y fue la piedra sobre la que se construyó una sólida amistad.

De hecho, pocos años después, cuando ya había rodado “El candidato”, “Jeremiah Johnson” y “Tal como éramos” y era ya una estrella consagrada, George Roy Hill le presentó el guion de “El golpe”, Redford aceptó sin tan siquiera leerlo: le bastó con saber que su compañero de reparto sería nuevamente Paul Newman.

Hoy, desgraciadamente, Robert Redford, ha dado un nuevo salto y a sus 89 años nos ha dejado ya para siempre. Descanse en Paz.

Imagen: Tomada de Wikimedia Commona - Dominio Público - CC0 - Fuente original

Balzac y la reveladora Venus de Milo

 

“La belleza es el mayor de los poderes humanos.” (Honoré de Balzac)

Si Dante nos habló del cielo y el infierno en "La divina comedia"Balzac quiso descender a lo terrenal y mostrarnos la vida cotidiana en su obra "La comedia humana". Era tal su afán por describir con realismo todo lo que le rodeaba, que el proyecto constaba de 137 novelas, de las que llegó a completar 91 con la ayuda de litros de café y de una dedicación absoluta. Le gustaba bromear diciendo que, con los 2.500 personajes que desfilarían por sus libros, estaba dispuesto a hacerle la competencia al Registro Civil.

Para que aquella visión del mundo fuera consistente debía convertirse en un observador atento e implacable. A Balzac le encantaba dar largos paseos por París buscando inspiración y durante un tiempo puso el foco de su atención sobre el Museo del Louvre. No eran las pinturas ni las esculturas lo que le interesaba, sino las reacciones de las personas que por allí se movían contemplando aquellas obras de arte, a menudo tan escasas de ropa.

El domingo era el día preferido por el escritor para observar las reacciones de los hombres y las mujeres, sus rostros, sus gestos... Escogía esa jornada por ser cuando acudían más forasteros, quienes al no ser visitantes habituales del Museo, solían manifestar reacciones más espontáneas e intensas.

Cuenta Noel Clarassó en su “Antología de Anécdotas” que de entre todas las maravillas que muestra el Louvre, Balzac tenía predilección por colocarse cerca de la Venus de Milo, una obra que aunaba la perfección artística con la desnudez femenina. En una época en la que el cuerpo de la mujer solo mostraba sus secretos en el ámbito del matrimonio, una escultura tan ligera de ropa podía resultar muy reveladora para aquellos que estaban ávidos de respuestas.

En cierta ocasión -según contaba después a un amigo- se topó con un campesino que permanecía totalmente absorto ante la Venus, paralizado y con la boca abierta como un buzón. Quién sabe qué pasaría por la mente de aquel hombre, qué ensoñaciones había provocado la Venus en él o, seamos bien pensados, tal vez simplemente había descubierto la misteriosa posición que debían tener sus inexistentes brazos.  El caso es que Balzac, de forma algo traviesa, llegó a introducir un dedo en la boca abierta de aquel hombre sin que este se diera cuenta ni mostrara la más mínima reacción.

Desde ese momento, el campesino se convirtió, estoy seguro, en un candidato perfecto para aparecer en "La comedia humana".

Imagen: Mejora a partir de una imagen CC0 de Wikimedia Commons - Fuente Original

lunes, 15 de septiembre de 2025

José Luis López Vázquez: ¿El mejor actor del mundo?

 

“En España hemos hecho cine de risa, pero también de lágrimas. Y a veces las lágrimas quedaban escondidas detrás de la risa”. (José Luis López Vázquez)

Para muchos en nuestro país, el valor de José Luis López Vázquez como actor se reduce, de manera muy injusta, a papeles de zangolotino, como el que muestra la imagen, a sus gestos desmesurados en las comedias de los setenta, al recuerdo de su peculiar forma de hablar y al eco, mil veces repetido, de aquella frase genial pronunciada en "Atraco a las tres": "Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo". Sin embargo, como tantas veces ocurre con todo lo nuestro, tuvieron que ser voces del extranjero las que nos recordaran el verdadero talento de un actor que quizá aquí no supimos apreciar en toda su dimensión. 

Es cierto que el cine español no siempre ofrecía suficientes oportunidades para el lucimiento dramático de sus actores, máxime cuando siempre ha existido una necesidad imperiosa de asegurar la taquilla. López Vázquez era un actor verdaderamente camaleónico: “El actor tiene que ser humilde, porque lo que hace no es suyo: es de los demás. Un día interpretas a un pobre hombre y otro día a un señor con sombrero de copa” decía un intérprete al que en nuestro país le tocó reproducir decenas de veces, con la ayuda de la caricatura, al hombre medio, cargado de problemas y frustraciones  tanto económicas como eróticas.

Le bastaron unas cuantas películas dentro de su extensa filmografía para demostrar de lo que era capaz fuera del terreno de la comedia. Baste recordar el estremecedor y multipremiado cortometraje "La Cabina" (1972), o títulos como: "Mi querida señorita" (1972), "El bosque del lobo" (1970), "La prima Angélica" (1974) o “Peppermint Frappé" (1967)

Precisamente a raíz de esta última película, cuando la vio Charles Chaplin, movido por la participación de su hija Geraldine en ella, exclamó que López Vázquez era “el mejor actor del mundo”.

Y no fue el único. George Cukor, el director de “My Fair Lady”, tuvo la oportunidad de trabajar con López Vázquez en "Viajes con mi tía" (1972). El director quedó tan impresionado que, años después, en 1981, el periodista Joaquín Soler Serrano contaba en el programa "A fondo” durante una entrevista al actor:

"Estuve en Hollywood haciéndole una entrevista a George Cukor, en su casa, cerca de Beverly Hills, y me estuvo contando allí que uno de los actores más extraordinarios que había conocido en su vida fuiste tú. Y me dijo: ‘Estuve haciendo una película con él en España —la única que hizo en España "Viajes con mi tía"—. Es un actor tan extraordinario que yo le animé a que estudiara inglés y a que se viniese aquí, porque sería el número uno del mundo. Pero es una pena que ese hombre, tan importante y tan valioso, no le dé la gana de estudiar inglés y hemos perdido un gran actor mundial. A ver si usted le anima a que lo estudie me dijo’. De modo que a ver si se anima”.

Cuando José Luis López Vázquez escuchó esas palabras, puede que pensara, separando las sílabas como de vez en cuando hacía en sus comedias: "Fi-gú-ra-te, i-ma-gí-na-te, tré-men-do", pero en vez de eso contestó al entrevistador con humildad y la dosis justa de humor patrio:

“Será en otra reencarnación, si es que la hay. Yo soy manchego acérrimo, no hay manera. Tengo una atonía idiomática total y absoluta. Me ofrecieron de todo, sí, pero yo soy un poco como el árbol, allá donde crece, allí se realiza, y no tengo otras alternativas ni mayores aspiraciones”.

Quizá por eso, al final, los verdaderos admiradores, amigos, esclavos y siervos debemos ser nosotros: los humildes aficionados al cine, rendidos ante la grandeza de un actor irrepetible. 

Insisto: ¡I-rre-pe-ti-ble! 


Imagen: Tomada de Wikimedia Commons - Dominio Público CC0 - Fuente Original

domingo, 14 de septiembre de 2025

Epicuro de Samos y el placer de la serenidad

 

Hoy, cuando las librerías se llenan nuevos títulos sobre el estoicismo, exaltando las virtudes de hacerse fuerte ante la adversidad en un mundo cada vez más hostil con el individuo, uno no puede dejar de pensar que todo ello es verdadero y oportuno. Pero también surge la búsqueda de una alternativa al puro resistir, al soportar y sufrir con entereza los embates de la vida.

No son pocos los que equivocadamente equiparan el epicureísmo con el placer desenfrenado y un lujoso hedonismo. Y sin embargo, es algo mucho más sencillo y a la vez mesurado.

Para Epicuro de Samos el objetivo de la vida era alcanzar la tranquilidad y, si es posible el placer, entendido como la satisfacción de los deseos naturales y necesarios. No se habla aquí de bacanales u orgías. El placer máximo era la "ataraxia", un estado de serenidad y tranquilidad para el espíritu, ajeno a emociones negativas como el miedo o la ansiedad. Llámenlo felicidad si quieren. A esta tranquilidad del alma se añadía la "aponía", o lo que es lo mismo, la ausencia de dolor físico.

Prácticamente todo lo que sabemos de Epicuro, al margen de sus cartas y máximas, se lo debemos a la obra “Vidas y opiniones de los filósofos” de Diógenes Laercio.

Nacido en Samos en el 341 a.C., Epicuro era una persona austera en su forma de vivir. Dormía más bien poco y dedicaba mucho tiempo a escribir y a conversar. Para él un poco de pan, aceitunas y agua era suficiente sustento y si podía acompañarlo con algo de queso, entonces la comida resultaba para él un verdadero banquete. En una carta a Meneceo escribió:

"El que no considera suficiente lo poco, nunca tendrá bastante de nada."

Un pensamiento que, con el tiempo, evoluciono a la idea tantas veces a él atribuida: "No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita".

Se cuenta que, en cierta ocasión, recibió a una persona principal en su casa quien al ver la frugal comida que el filósofo tenía ante sí puso cara de asombro. Epicuro, lejos de sentir vergüenza le dijo: "Si supieras lo feliz que me hace esta comida, entenderías por qué no necesito más". Una forma de pensar que recuerda a la máxima inscrita en el Templo de Apolo en Delfos que decía: "Nada en exceso".

Le gustaba discutir y pensar con sus amigos en el jardín de su casa, por eso sus discípulos fueron conocidos como "Los del Jardín". Allí eran bienvenidos tanto hombres como mujeres, esclavos o extranjeros y se celebraba la amistad como el mayor de los bienes. En aquel espacio se respiraba el respeto mutuo, la igualdad y la alegría sencilla. No hacían falta lujos, ni grandes comilonas o un vino sin fin que abotargara el cuerpo y el alma. Solo paz, buena compañía y buena conversación.

Como decía Epicuro: "Come y bebe con moderación, y, sobre todo, con buenos amigos".

Para evitar angustias y pesares para el alma enseñaba que no se debía temer a los dioses, que en su perfección, tendrían asuntos más importantes en los que ocuparse que en las minucias de los mortales. Y por supuesto predicaba que no hay que temer la muerte, pues: "Cuando nosotros estamos, la muerte no está; y cuando está la muerte, nosotros ya no estamos"

Murió con 72 años, a causa de un cólico que le provocó grandes dolores. Aun así afrontó sus últimos momentos con serenidad. En esos últimos momentos escribió una carta a Idomeneo que es muestra de que se encontraba en paz con la vida sencilla que había vivido:

"Te escribo en el último día feliz de mi vida. Aun sufriendo de dolores tan fuertes que nada puede aumentarlos, la alegría que siento por nuestros recuerdos y por nuestra filosofía me permite resistir y estar en paz".

Resistir y estar en paz. Quizá el estoicismo y el epicureísmo no estén tan lejos entre sí como parece. Al fin y al cabo ambos buscaban, por caminos diferentes, la serenidad del alma.


Imagen: Busto de Epicuro en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York - CC0 - Wikimedia Commons - Fuente Original