Más allá de los papeles que hacía en el cine, Robert Mitchum tenía fama de tipo duro en Hollywood y ciertamente lo era, no en vano tuvo una juventud muy dura, en la que vagabundeo en trenes por todo el país y en la que tuvo que ganarse la vida como bien pudo ya fuera como portero de cabaret, estibador, minero y hasta boxeador profesional (llegó a disputar 27 combates en pesos pesados). Quizás por todo ese equipaje de vivencias tenía un aura especial para las actrices, cansadas de tanto melifluo guapetón y por supuesto no era un actor fácil para manejarlo como una marioneta.
Se cuenta que un director de cine poco avisado, en la primera película que rodó con Robert Mitchum, lo quiso meter en cintura y antes de empezar a rodar le soltó:
-Le advierto querido Mitchum, que yo no soy dueño de mis nervios. Cuando me enfado con un actor, le insulto, aunque sea de la talla de usted. Claro que el enfado se me pasa muy pronto y quedo tan amigo como antes.
Mitchum me supongo que sin descomponer en absoluto el gesto le regalaría una de esas miradas suyas cargadas de ironía y le replicó:
- Es una curiosa coincidencia. A mí los nervios se me alteran también facilmente. En cuanto me dicen algo desagradable me lío a puñetazos. Claro que el enfado se me pasa también en seguida y entonces, lo primero que hago es ir a la clínica a ver a mi víctima.
El rodaje seguro que fue como la seda; de hecho, a pesar de parecer no hacer nada en pantalla Mitchum era un actor metódico que se preparaba sus papeles a conciencia, resultando un actor muy apreciado por todos los directores. No es de extrañar que el propio Mitchum, que nunca se dio mucha importancia, dijera de si mismo:
“He interpretado todo, excepto a enanos y a mujeres. La gente no es capaz de decidir si soy el mejor actor del mundo o el peor. De hecho, yo tampoco. Se ha dicho que minimizo tanto que podría haberme quedado en casa. Pero debo ser bueno en mi trabajo. Si no, no me llevarían a rastras por el mundo a esos precios”
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