lunes, 14 de marzo de 2022

El aplauso infinito de "Archipielago Gulag" - Alexander Solzhenitsin


 

"Veamos ahora una imagen usual en esos años. Se estaba celebrando en la región de Moscú una conferencia distrital del partido. La moderaba el nuevo secretario del Comité Regional en sustitución del que habían encarcelado recientemente. Al final de la conferencia se adoptó una resolución de fidelidad al camarada Stalin. Naturalmente, todos se pusieron de pie (como se ponían de pie, de un salto, cada vez que se mencionaba su nombre en el curso de la conferencia). La pequeña sala prorrumpió en «tumultuosos aplausos que desembocaron en una ovación». Tres minutos, cuatro minutos, cinco minutos, y continuaban siendo tumultuosos y desembocando en ovación. Pero las palmas de las manos dolían ya. Se entumecían los brazos levantados. Los hombres maduros iban quedándose sin aliento. Se trataba de una estupidez insoportable incluso para los que adoraban sinceramente a Stalin. Pero ¿quién sería el primero que se atrevería a parar? Habría podido hacerlo el secretario del Comité Regional, que estaba en la tribuna y que acababa de dar lectura a la resolución. Pero él era reciente en el puesto y estaba en lugar del encarcelado, ¡él tenía miedo! ¡En la sala había miembros del NKVD aplaudiendo de pie y controlando quién paraba primero! ¡Y en aquella pequeña sala perdida, sin que llegaran al líder, los aplausos hacía seis minutos que duraban! ¡Siete minutos! ¡Ocho minutos! ¡Estaban perdidos! ¡Eran hombres muertos! ¡Ya no podían parar hasta que les diera un ataque cardíaco! En el fondo de la sala, por lo menos, entre las apreturas, se podía hacer trampa, se podía batir palmas más espaciadamente, con menos fuerza, con menos vehemencia, ¡pero en la presidencia, a la vista de todo el mundo! El director de la fábrica de papel del lugar, un hombre fuerte e independiente, de pie en la presidencia, era consciente de la falsedad de aquella situación sin salida, ¡y sin embargo aplaudía! ¡Ya iban nueve minutos! ¡Diez! Miró con desesperanza al secretario del Comité Regional, pero este no se atrevía a parar. ¡Una locura! ¡Una locura colectiva! Mirándose unos a otros con un atisbo de esperanza, pero fingiendo éxtasis en sus caras, los jefes del distrito aplaudirían hasta desplomarse, ¡hasta que los sacaran en camilla! ¡E incluso entonces, los que quedaran no vacilarían! Y en el minuto once, el director de la fábrica de papel adoptó un aire diligente y se dejó caer en su asiento de la presidencia. ¡Y se produjo el milagro!, ¿adónde había ido a parar aquel entusiasmo incontenible e inenarrable? Todos dejaron de aplaudir a la vez y se sentaron. ¡Estaban salvados! ¡La ardilla se las había ingeniado para salir de la rueda!

Sin embargo, así es como se ponen en evidencia los hombres independientes. De esta manera los eliminan. Aquella misma noche el director de la fábrica fue arrestado. Le cargaron fácilmente diez años por otro motivo. Pero después de firmar el 206 (el acta final del sumario), el juez de instrucción le recordó:

—¡Y nunca sea el primero en dejar de aplaudir!"

El fragmento pertenece a "Archipiélago Gulag" (1973) una obra del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn que denuncia el sistema de represión política en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Imagen: De Wikimedia Commons - (CC0) - Dominio Público - Fuente Original

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