viernes, 7 de agosto de 2020

Chopin y las musas

La música de Chopin parece tocada por la mano de los dioses. Sus nocturnos, polonesas, valses o mazurkas son preciosas obras de orfebrería musical, perfectas en cada silencio y en cada nota, unas notas que a veces resultan aparentemente tímidas o cargadas de emociones y otras agitadas por un frenesí sonoro pleno de efervescencia. Todo parece espontáneo, rebosante de una falsa sencillez que difícilmente oculta el arduo trabajo que hay tras cada vaivén de las notas. La relación del músico polaco con las musas era chispeante y fluida, pero tras el primer esbozo de la idea de una nueva obra trabajaba sobre la misma de forma incansable y agotadora. Así nos lo cuenta, George Sand, la que fue su compañera sentimental durante varios años:

"Su creación era espontánea y milagrosa. Encontraba sin buscar, sin preverlo. Llegaba a su piano de manera súbita, completa, sublime, o cantaba en su cabeza durante un paseo, y se impacientaba por tocarla para sí mismo. Pero luego comenzaba la labor más estremecedora que jamás haya visto; una serie de esfuerzos, de vacilaciones y de angustias por volver a capturar ciertos detalles del tema que había oído; aquello que había concebido como un todo, lo analizaba demasiado cuando deseaba escribirlo, y su remordimiento al no volver a encontrarlo, en su opinión, claramente definido, lo sumía en una especie de desesperación. Se encerraba en su cuarto durante días, llorando, caminando, rompiendo sus plumas, escribiéndolo y borrándolo una y otra vez, y recomenzando al día siguiente con una perseverancia minuciosa y desesperada. Se pasaba seis semanas en una sola página para escribirla finalmente tal como la había anotado la primera vez."

En el Olimpo de la Música hay muchos dioses, pero cuando hablamos del piano, Chopin es uno de los más poderosos. En la foto de cabecera podemos ver el monumento "Chopin al piano y su musa" (1906), una maravillosa obra en mármol de Jacques Fromment-Meurice que adorna el parisino Parque Monceau. La mujer que abandonada a las emociones descansa a los pies de Chopin, mientras la velada musa arroja sus flores sobre el compositor, es una perfecta representación del poder de su música, del placer inmenso de cerrar los ojos y dejarse llevar por un universo sonoro sin igual.

Y evitando los nocturnos, sirva de ejemplo este Vals Op. 64.2 tocado por Valentina Lisitsa:

Imagen: La fotografía es obra de Guillaume Jacquet y esta tomada de Wikimedia Commons, donde figura como Dominio Publico (CC0). Se enlaza la fuente original:
https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Parc_Monceau_20060812_Frederic_Chopin.jpg

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