En cierta ocasión, el pintor favorito de Napoleón, el genial Jacques Louis David, arriba en un autorretrato, sintió la necesidad de saber la opinión sincera que existía sobre su obra y las reacciones que provocaba; a tal fin se colocó de forma disimulada entre la gente que admiraba una de sus mejores creaciones, para escuchar sus apreciaciones y críticas de la forma más espontánea posible. Las alabanzas eran generalizadas entre la gente principal que acudió a la exposición pero pronto observó como uno de los presentes, que por su forma de vestir debía ser un conductor de coche de caballos, hacía gestos de desaprobación de la pintura, ante lo cual y sin presentarse previamente, se le acercó el pintor y le preguntó:
- Veo que no os gusta este cuadro
- Desde luego que no -contestó el cochero
- Sin embargo -puntualizó David - es un cuadro ante el que todo el mundo se detiene.
- No lo comprendo. Observad que este pintor ha puesto un caballo cuya boca está toda ella cubierta de espuma y, sin embargo no tiene freno que se la provoque.
Calló David ante tal apreciación, pero como todo gran pintor que aspira a captar la realidad con la mayor precisión posible, no dudó en rectificar su cuadro y borrar la espuma de la boca del caballo tan pronto terminó la exposición.
No he logrado tener referencia cierta de qué cuadro es el que motivó esta anécdota pero como quiera que en ella se hacía referencia a uno de sus cuadros más bellos y en este de "El rapto de las Sabinas" expuesto en el Louvre, hay un par de caballos sin freno en sus bocas, me ha parecido oportuno colocarlo para acompañar la historia.
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